Contra el SIDA, una lucha que exige la intervención decidida de toda la sociedad.
¡Qué difícil es enfrentarse
cada día con las causas y factores que directa o indirectamente minan la salud
de la población!; pareciera una lucha estéril, cuando los que nos dedicamos a
la promoción de toda clase de medidas para la prevención de la enfermedad en
las colectividades humanas, observamos que los avances alcanzados no
corresponden al esfuerzo desarrollado por miles y miles de trabajadores de las
instituciones de los sectores público, social y privado de la salud, a través
de infinidad de acciones sanitario asistenciales aplicadas en las áreas urbanas
y rurales de un país como el nuestro.
Sobran ejemplos para
justificar lo dicho líneas arriba, pero me basta con tres para que me puedan
comprender los amables lectores: el uso y abuso del cigarro y de las bebidas
embriagantes, que forman parte de un problema global como es el de las
adicciones y el sobrepeso y obesidad, como resultado de equivocados hábitos alimenticios. No me
voy a detener en la reflexión de esta semana a escudriñar en los intríngulis de
estos morrocotudos problemas de orden médico y social; me voy a referir a otro,
cuya solución posiblemente comience a vislumbrarse en unos 25 años: se trata
nada menos que del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, es decir, del SIDA.
Cuando la pandemia del SIDA
se extendió en todo el planeta, recuerdo que todos los promocionales para
tratar de detenerla estuvieron dirigidos a mostrar imágenes, cuyo efecto
causaba temor en la sociedad; imágenes de personas enfermas postradas en una
cama de hospital o de su propio hogar, acompañadas por sus familiares o
amistades más cercanas, mostrando los terribles estragos del llamado síndrome
de desgaste, pues lo primero que observábamos era un cuerpo emaciado, famélico
y un rostro con una palidez extrema, con los pómulos salientes y los ojos
rodeados de enormes ojeras. La idea que se transmitía terminó finalmente por
causar un tremendo impacto en esos años; ese era el objetivo, proyectar un
cuadro devastador y sobrecogedor de la enfermedad, con el fin de que la
población adquiriera conciencia del significado de mantener prácticas sexuales
sin protección.
Algunas películas
contribuyeron a mantener la ola de terror en todo el mundo, de ahí que
surgieron y se fortalecieron progresivamente la homofobia, el estigma y la
discriminación hacia todas las personas, de ambos sexos, que estuvieran relacionadas con la epidemia:
así los menores de edad VIH positivos fueron prácticamente corridos de las
escuelas, los trabajadores fueron cesados, los trabajadores del sexo comercial
vejados e incluso encarcelados, en infinidad de hogares los afectados no
volvieron a poner un pie a causa del mal y lo peor, en los establecimientos de
salud de los tres niveles de atención, los trabajadores de la salud, comenzando
por los médicos, adquirieron una fobia descomunal hacia los pacientes con SIDA,
situación que llegó a extremos verdaderamente conmovedores.
No recuerdo en qué momento se
determinó que ya no se hiciera uso de imágenes con enfermos en etapa terminal;
a partir de entonces se modificaron las estrategias para proyectar otras formas
de producir e inducir en la comunidad un cambio de actitud, para que asumiera
conductas dirigidas hacia el autocuidado de su salud. A casi diez años de
iniciado un nuevo siglo persisten la homofobia, el estigma y la discriminación,
algunos dirán que ya no es como antes; los enfermos son recibidos en los
hospitales, pero todavía con bastante resquemor.
No hay comentarios.: