Alguien a quien recordar.
En la década comprendida del año de 1970 al de 1980, el número de defunciones en el Estado se redujo de 30 mil 730 a 22 mil 45; y si hablamos en términos de tasa la disminución fue de 14.6 defunciones por cada mil habitantes a 8.7. Se dice fácil, pero se necesitó del enorme esfuerzo que desplegaron los trabajadores de las instituciones de salud y seguridad social del sector público de ese entonces, con el apoyo invaluable de la comunidad organizada. Eran los años en que Oaxaca se rolaba, por así decirlo, con las entidades vecinas de Chiapas y Guerrero, el último lugar del país en relación a los indicadores nacionales que tienen que ver con la calidad de vida y salud, y el desarrollo económico y social.
Lo más trascendente en ese marcado descenso de la mortalidad general es que ocurrió porque se abatieron las defunciones en el grupo de edad preescolar y escolar. Sin embargo, no sucedió lo mismo con la mortalidad infantil, la de los niños menores de un año, pues en la década señalada prácticamente no hubo cambio alguno.
¿Qué es lo que influyó poderosamente para que se observara esa asombrosa modificación en las tendencias estadísticas de la mortalidad preescolar y escolar? La respuesta es: el inicio y fortalecimiento de las campañas nacionales de vacunación en los menores de 15 años de edad. Con el tiempo dichas campañas pasaron a convertirse en lo que son actualmente las Semanas Nacionales de Vacunación Universal, las que ofrecen a la niñez un impresionante paquete de biológicos para una decena de enfermedades prevenibles por vacunación, a las que se suman otras acciones de salud.
¿Pero por qué no se observó cambio alguno en la mortalidad de los menores de un año, por lo menos en esa década? Existen variadas razones para explicarlo, pero una de ellas es que en ese tiempo al que he hecho referencia, las brigadas de vacunación tenían que aplicar los biológicos casa por casa y generalmente las madres de familia sólo permitían que sus niños de 1 a 4 años fueran vacunados, pero difícilmente lo hacían con los menores de uno. Es obligado recordar que fue una época difícil para los integrantes de las brigadas de campo, porque en no pocas localidades fueron objeto de amenazas y estuvieron a punto de perder la vida.
Los infantes morían no solo por las enfermedades transmisibles a las que se les llamaba erróneamente “propias de la infancia”; a ellas se sumaban la presencia permanente de la desnutrición, las parasitosis intestinales, las infecciones del tracto respiratorio y las enfermedades diarreicas agudas. Cuando se agregó a las campañas nacionales de vacunación un medicamento para desparasitar a los menores de 15 años y se impulsó fuertemente la hidratación con la solución “vida suero oral”, que vino a reemplazar en gran medida a la temida venoclisis que se aplicaba en los niños afectados por la diarrea, el panorama epidemiológico se modificó de manera extraordinaria y entonces se inició un abrupto y permanente descenso de la mortalidad infantil en los menores de un año, el cual continúa hasta nuestros días, conjuntamente con la disminución de la mortalidad preescolar y escolar, lo que ha llevado al marcado descenso observado en la mortalidad general del Estado y por supuesto al incremento en la esperanza de vida de los oaxaqueños.
Pues bien, hubo una trabajadora, Enfermera de Profesión, con post grado en Salud Pública, cuya pasión por el servicio y su solidaridad hacia sus semejantes, en especial por la niñez, la llevó a que se convirtiera en una líder y en un ejemplo a seguir, pues además de intervenir activamente en las campañas de vacunación, fue la responsable de iniciar, fortalecer y consolidar el programa de rehidratación oral antes señalado en todo el Estado. Por ello, con justicia el Hospital General de Huajuapan de León lleva su nombre, el de la “Enfermera Pilar Sánchez Villavicencio”, pues nació en la mixteca oaxaqueña, en la Heroica Ciudad de Tlaxiaco. Ella vive todavía, es jubilada de los Servicios de Salud de Oaxaca y en su momento recibió, de manos de un presidente de la República un sendo reconocimiento público. Hoy la recuerdo con el mayor de mis aprecios.
Lo más trascendente en ese marcado descenso de la mortalidad general es que ocurrió porque se abatieron las defunciones en el grupo de edad preescolar y escolar. Sin embargo, no sucedió lo mismo con la mortalidad infantil, la de los niños menores de un año, pues en la década señalada prácticamente no hubo cambio alguno.
¿Qué es lo que influyó poderosamente para que se observara esa asombrosa modificación en las tendencias estadísticas de la mortalidad preescolar y escolar? La respuesta es: el inicio y fortalecimiento de las campañas nacionales de vacunación en los menores de 15 años de edad. Con el tiempo dichas campañas pasaron a convertirse en lo que son actualmente las Semanas Nacionales de Vacunación Universal, las que ofrecen a la niñez un impresionante paquete de biológicos para una decena de enfermedades prevenibles por vacunación, a las que se suman otras acciones de salud.
¿Pero por qué no se observó cambio alguno en la mortalidad de los menores de un año, por lo menos en esa década? Existen variadas razones para explicarlo, pero una de ellas es que en ese tiempo al que he hecho referencia, las brigadas de vacunación tenían que aplicar los biológicos casa por casa y generalmente las madres de familia sólo permitían que sus niños de 1 a 4 años fueran vacunados, pero difícilmente lo hacían con los menores de uno. Es obligado recordar que fue una época difícil para los integrantes de las brigadas de campo, porque en no pocas localidades fueron objeto de amenazas y estuvieron a punto de perder la vida.
Los infantes morían no solo por las enfermedades transmisibles a las que se les llamaba erróneamente “propias de la infancia”; a ellas se sumaban la presencia permanente de la desnutrición, las parasitosis intestinales, las infecciones del tracto respiratorio y las enfermedades diarreicas agudas. Cuando se agregó a las campañas nacionales de vacunación un medicamento para desparasitar a los menores de 15 años y se impulsó fuertemente la hidratación con la solución “vida suero oral”, que vino a reemplazar en gran medida a la temida venoclisis que se aplicaba en los niños afectados por la diarrea, el panorama epidemiológico se modificó de manera extraordinaria y entonces se inició un abrupto y permanente descenso de la mortalidad infantil en los menores de un año, el cual continúa hasta nuestros días, conjuntamente con la disminución de la mortalidad preescolar y escolar, lo que ha llevado al marcado descenso observado en la mortalidad general del Estado y por supuesto al incremento en la esperanza de vida de los oaxaqueños.
Pues bien, hubo una trabajadora, Enfermera de Profesión, con post grado en Salud Pública, cuya pasión por el servicio y su solidaridad hacia sus semejantes, en especial por la niñez, la llevó a que se convirtiera en una líder y en un ejemplo a seguir, pues además de intervenir activamente en las campañas de vacunación, fue la responsable de iniciar, fortalecer y consolidar el programa de rehidratación oral antes señalado en todo el Estado. Por ello, con justicia el Hospital General de Huajuapan de León lleva su nombre, el de la “Enfermera Pilar Sánchez Villavicencio”, pues nació en la mixteca oaxaqueña, en la Heroica Ciudad de Tlaxiaco. Ella vive todavía, es jubilada de los Servicios de Salud de Oaxaca y en su momento recibió, de manos de un presidente de la República un sendo reconocimiento público. Hoy la recuerdo con el mayor de mis aprecios.
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