La infame marcha de los “perros”.
En los primeros días de febrero de 1967 la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México era una verdadera efervescencia con el inicio de un nuevo ciclo escolar. Por doquier se podían observar pequeños grupos de estudiantes con su albo uniforme blanco: filipina, pantalón, zapatos y bata; a tras mano, a la calladita, los alumnos de segundo y tercer año, una vez escogida la víctima, se dedicaban a pasarle tijera a la cabellera de los varones que recién se habían incorporado a la Facultad en alguno de los grupos de primero. Era el clásico recibimiento que se estilaba en ese entonces para los nuevos, llamándolos “perros” y “tusándoles” el pelo luego de un breve interrogatorio a los ingenuos e inexpertos estudiantes, mediante el cual se deducía que estos no tenían ni idea acerca de materias y profesores, por si querían hacerse pasar por alumnos de un grado superior para evitar el desaguisado.
Cubierto en dos o tres días el terrible episodio, de pronto sucedió lo inimaginable para los que tuvieron que rasurarse a rape, pues los alumnos de los grados superiores organizaron la “marcha de los perros”, en la que intervinieron exclusivamente los varones de todos los grupos de primer año de todas las Escuelas y Facultades y cuyo paseo se realizó en el circuito universitario. Haciendo valla a lo largo del recorrido estuvieron muy atentas y festejando con hilaridad las alumnas de todos los planteles escolares, incluidas las de primer año, las que fueron prácticamente intocables. Cada “perro” era conducido como dicho animal doméstico, con un mecate, cuyo extremo llevaba atado al cuello, pero el color blanco de su uniforme desmereció casi de inmediato, porque fue objeto de un terrible pintarrajeo con crayones de colores e incluso con bilé para labios. Ver a todos aquellos “miserables” que parecía que eran llevados al patíbulo, era sumamente grotesco y lastimoso, más no así para las y los mirones, que festejaban todo con estentóreas carcajadas y toda clase de expresiones corporales. Pero eso no fue todo, pues al concluir la marcha el alumnado se dirigió a sus respectivos planteles para continuar la “fiesta”. A los “perros” de Medicina les quitaron el mecate y fueron arrojados a los fosos que forman parte del ambiente externo, los que tienen sus paredes internas a base de piedra volcánica y una profundidad de más de dos metros, lo que dificulta cualquier intento por salir de ellos; pero lo peor sucedió cuando las víctimas recibieron de lleno un chorro de agua proveniente de varias mangueras; así es que se volvió aquello una verdadera parafernalia. Compasivos, los “verdugos” ayudaron a sacar a todos los mojados y acto seguido, al ritmo marcado por un equipo de sonido con un volumen de más de 100 decibeles, formaron parejas, hombre con hombre, ante el delirio del sexo débil.
Previo al desfile de los “perros” éstos habían sido llevados hasta la primera rampa que desciende del tercer piso de la Facultad, donde fueron tomados de los brazos, “de aguilita” dirían algunos, y enseguida arrastrados, casi sentados, por las rampas de los siguientes pisos hasta llegar a la planta baja. Obvio que los blancos pantalones quedaron hechos un desastre. Eso fue todo; ya no hubo más. El último acto con los famosos “perros” de medicina fue el que organizó el director de la Facultad, el Dr. José Campillo Sáinz, que reunió a los alumnos de primer año en el auditorio del plantel para dirigirles un mensaje de bienvenida y también para obsequiarles a los varones una gorra vasca de color amarillo para cubrir “la pelona”. Yo fui uno de esos “perros”, tal vez de las últimas generaciones que vivieron esa especie de jocosa pesadilla, porque hace un buen tiempo que desapareció dicha costumbre, la cual forma parte del anecdotario.
No he regresado a mi Facultad en los últimos años; la última vez la vi ultrajada de tanto “grafiti”, sucia, deteriorada y muchos alumnos vestían un uniforme que alguna vez fue blanco, arrugado, incompleto y para no variar, futuros médicos desaliñados y con el cabello largo. ¿Se habrá modificado esta imagen durante la rectoría del Dr. José Narro Robles, quien es de mi generación?
Cubierto en dos o tres días el terrible episodio, de pronto sucedió lo inimaginable para los que tuvieron que rasurarse a rape, pues los alumnos de los grados superiores organizaron la “marcha de los perros”, en la que intervinieron exclusivamente los varones de todos los grupos de primer año de todas las Escuelas y Facultades y cuyo paseo se realizó en el circuito universitario. Haciendo valla a lo largo del recorrido estuvieron muy atentas y festejando con hilaridad las alumnas de todos los planteles escolares, incluidas las de primer año, las que fueron prácticamente intocables. Cada “perro” era conducido como dicho animal doméstico, con un mecate, cuyo extremo llevaba atado al cuello, pero el color blanco de su uniforme desmereció casi de inmediato, porque fue objeto de un terrible pintarrajeo con crayones de colores e incluso con bilé para labios. Ver a todos aquellos “miserables” que parecía que eran llevados al patíbulo, era sumamente grotesco y lastimoso, más no así para las y los mirones, que festejaban todo con estentóreas carcajadas y toda clase de expresiones corporales. Pero eso no fue todo, pues al concluir la marcha el alumnado se dirigió a sus respectivos planteles para continuar la “fiesta”. A los “perros” de Medicina les quitaron el mecate y fueron arrojados a los fosos que forman parte del ambiente externo, los que tienen sus paredes internas a base de piedra volcánica y una profundidad de más de dos metros, lo que dificulta cualquier intento por salir de ellos; pero lo peor sucedió cuando las víctimas recibieron de lleno un chorro de agua proveniente de varias mangueras; así es que se volvió aquello una verdadera parafernalia. Compasivos, los “verdugos” ayudaron a sacar a todos los mojados y acto seguido, al ritmo marcado por un equipo de sonido con un volumen de más de 100 decibeles, formaron parejas, hombre con hombre, ante el delirio del sexo débil.
Previo al desfile de los “perros” éstos habían sido llevados hasta la primera rampa que desciende del tercer piso de la Facultad, donde fueron tomados de los brazos, “de aguilita” dirían algunos, y enseguida arrastrados, casi sentados, por las rampas de los siguientes pisos hasta llegar a la planta baja. Obvio que los blancos pantalones quedaron hechos un desastre. Eso fue todo; ya no hubo más. El último acto con los famosos “perros” de medicina fue el que organizó el director de la Facultad, el Dr. José Campillo Sáinz, que reunió a los alumnos de primer año en el auditorio del plantel para dirigirles un mensaje de bienvenida y también para obsequiarles a los varones una gorra vasca de color amarillo para cubrir “la pelona”. Yo fui uno de esos “perros”, tal vez de las últimas generaciones que vivieron esa especie de jocosa pesadilla, porque hace un buen tiempo que desapareció dicha costumbre, la cual forma parte del anecdotario.
No he regresado a mi Facultad en los últimos años; la última vez la vi ultrajada de tanto “grafiti”, sucia, deteriorada y muchos alumnos vestían un uniforme que alguna vez fue blanco, arrugado, incompleto y para no variar, futuros médicos desaliñados y con el cabello largo. ¿Se habrá modificado esta imagen durante la rectoría del Dr. José Narro Robles, quien es de mi generación?
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