El envejecimiento de la población en México y sus efectos.
Hace
unos días actué como secretario y sinodal en un examen profesional de una joven
médica; su tesis versó acerca de la depresión en individuos de 60 años y más,
en tres localidades de uno de los distritos limítrofes a la capital del Estado
y en concreto, concluyó que la frecuencia del problema planteado es del 65% en
la población que incorporó a su estudio, cifra por demás elevada si se la
compara con los resultados de otras investigaciones realizadas en el área
rural. La sustentante fue premiada con una mención honorífica por la calidad de
su trabajo.
En
realidad, la depresión es una patología más que habrá de incrementarse en los
próximos años, en casi todos los grupos de
edad y en ambos sexos, pero sobre todo en las personas de la tercera edad;
éstas representarán alrededor del 10% de la población total del país para el
año 2,025 y la cuarta parte para el 2,050, es decir, México tendrá una
población longeva de consideración, con
todo lo que ello implica. Es el resultado de la transición demográfica iniciada
en los 70´s, cuando la imagen que nos presentaban los estadísticos en relación
a la composición gráfica de la población por grupos de edad y sexo, era la de una pirámide con una base muy
amplia, constituida esta por los menores de cinco años de edad.
Al
inicio de esa década, la tasa de natalidad era de 45 nacimientos por cada mil
habitantes, las parejas llegaban a tener hasta 10 hijos en promedio y la
esperanza de vida apenas rebasaba los 60 años. Hoy esta última supera los 75,
la natalidad oscila en los 20 nacimientos y las parejas tienen dos hijos. Estas
variables han influido de manera directa para que el esquema piramidal se haya
modificado en menos de 40 años y ahora la gráfica se ha reducido
considerablemente en su base y se va
ampliando en su vértice, como consecuencia del arribo de un mayor número de
personas a los 60 y más años.
La
depresión es uno de los trastornos que se observan con más frecuencia en las personas
de la tercera edad, pero no es el único. En la medida en que éstas lleguen a
esa etapa de su vida en aceptables condiciones físicas y mentales, seguramente
tendrán una vejez sin complicaciones, de tal manera que permanecerán lúcidas y
podrán realizar sus actividades sin la necesidad de depender de ninguna otra
persona hasta muy avanzada edad.
Usted
y yo sabemos de ancianos que son un portento de salud, que caminan sin bastón,
presumen de buena vista a la distancia, bajan y suben escaleras con cierta
facilidad, realizan sus tres comidas al día de manera satisfactoria, duermen
bien y se dan el lujo hasta de demostrarnos que aún pueden bailar. Pero la
mayoría están muy lejos de vivir en tales condiciones y yo diría, que en cierto
modo pagan el precio de los excesos de su juventud y edad adulta, o simplemente
nunca tuvieron interés alguno en cuidar su salud.
De
ahí que las personas de la tercera edad se nos presentan con sobre peso o
francamente con un determinado grado de obesidad, padecen alguna o varias de
las llamadas enfermedades crónico degenerativas: hipertensión arterial,
diabetes mellitus, artritis, arterioesclerosis, cirrosis hepática, enfisema
pulmonar, etc. Todas ellas irremisible e inexorablemente derivarán en
complicaciones que afectarán a casi todos los órganos, aparatos y sistemas de
las personas afectadas, de tal modo que el destino que les espera es sumamente
sombrío: pérdida paulatina de la visión, demencia, insuficiencia renal y
hepática, o la presencia súbita de un accidente vascular cerebral con parálisis
corporal parcial o total.
La
existencia de una o más de tales entidades nosológicas es suficiente para que
las personas padezcan depresión. Este cocktail resulta casi siempre fatal, pues
es determinante para acelerar el fin de los enfermos. Mención aparte merece la
aparición del cáncer, del mal de Parkinson y del Alzheimer en esta edad. Lo que
sí podemos señalar es que las instituciones de salud, de por si con graves
problemas financieros, tienen una terrible amenaza con una población en estas
condiciones.
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