Después de la tempestad…vino la calma.


11:00 horas del 11 de junio del año 2010, recién había concluido el juego inaugural de la XIX Copa Mundial de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) en el estadio Soccer City de la ciudad de Johannesburgo, Sudáfrica, cuando una onda de aparente tranquilidad recorrió el país en cuestión de décimas de segundo. Sí, toda la ansiedad acumulada durante meses desapareció de súbito, luego del empate a un gol entre las selecciones del país anfitrión y la nuestra.

A partir de que México logró colarse en segundo lugar en su grupo eliminatorio hacia la magna justa deportiva del futbol y luego de que se determinó su suerte para integrar el grupo A junto con Francia, Sudáfrica y Uruguay, tocándole lidiar el primer partido ante los ojos y oídos de más de tres mil millones de habitantes del mundo, las televisoras se encargaron del manejo mediático para involucrar a la población y competir por el mayor rating posible antes, durante y después del mundial.

Las intervenciones de la selección nacional a partir del pasado mes de abril en su preparación físico atlética, psicológica y táctica en su camino al torneo, fueron seguidas por millones de mexicanos ávidos de triunfos contundentes y espectaculares, con la renovada esperanza de cada cuatro años de lograr algo más que el famoso “ya merito”, ilusión que creció sobremanera luego de la derrota propinada a la selección italiana, actual campeona del mundo.
No es de exagerar que al igual que nuestros jugadores titulares para el primer encuentro, no pocos compatriotas pudieron conciliar el sueño la noche previa al pitazo arbitral del partido esperado. Así es la pasión por éste que es, en verdad, el deporte que más se practica en todo el planeta y al que desde siempre he considerado como el rey, muy por encima del beisbol, al que alguna vez algún comentarista deportivo tuvo la ocurrencia de llamarlo de esa manera.

Fue el deporte que más practiqué  durante mi niñez y luego en la adolescencia, primero  en las calles de las colonias donde temporalmente mis padres rentaron una vivienda (sería mucho decir un departamento) y luego cuando me enrolé en los equipos de la secundaria y preparatoria. Terminada ésta no volví a jugar con ninguno en un plantel escolar, si acaso la llamada “cascarita” en la explanada de mi Facultad de Medicina en la UNAM en los tres primeros años de la carrera. Pasados los 30 años de edad volví a formar parte de un equipo formal en la institución a la que serví por más de tres décadas, pero estaba ya en el declive físico como futbolista.

Mi abuela materna decía hace muchos ayeres que le compraran su pelota a cada jugador e hicieran con ella lo que quisieran, para que no  disputasen una sola en un partido y llegaran al extremo de liarse a golpes. Eran los años en que las transmisiones directas de los juegos de la copa mundial se escuchaban a través de la radio. Así seguí los de la selección mexicana durante el torneo celebrado en la República de Chile en 1962 cuando Brasil le ganó 2 a 0, luego nos venció España por un gol en el último minuto en una combinación fulgurante de Gento y Peiró, hecho que provocó en todos los que escuchábamos una gran desolación y no pudimos evitar las lágrimas, pero finalmente con una extraordinaria actuación, los nuestros doblegaron a Checoeslovaquia por 3 goles a 1. Este país a la postre sería el bicampeón y Brasil el campeón.

La retransmisión de cada juego por parte de Telesistema Mexicano, ahora Televisa, era en blanco y negro. Para el efecto, mi padre había adquirido unos años antes un televisión marca RCA Víctor, alrededor del cual nos congregábamos toda la familia y algunos niños vecinos de nuestra casa, ¡qué felices éramos con nuestra torta de frijoles refritos y una taza de café con leche!, sentados en el suelo, pues las sillas no alcanzaban; pobres pero con una gran televisión.

La última copa mundial Jules Rimet, en honor del antiguo presidente de la FIFA nacido en Theuley-les Lavoncourt, Francia, el 14 de octubre de 1873, se la llevó Brasil cuando logró su tercer campeonato en el monumental estadio Azteca en 1970. ¿Quién no recuerda a Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé, llevado en hombros por sus coequiperos con los brazos extendidos con la famosa copa entre sus manos, en la obligada vuelta olímpica al máximo templo del futbol en México?

Hoy, una especie de psicosis colectiva envuelve a la humanidad pues en más de 200 países afiliados a la FIFA la población sigue con vehemencia el desarrollo del torneo, sobretodo cuando juega su selección. Es tiempo hasta de treguas en los inacabables conflictos bélicos internacionales y de un desacostumbrado relax en los planteles escolares, oficinas públicas, empresas privadas, centros comerciales, en todas partes. Es tiempo también de un incremento en la inasistencia al trabajo y en la burocracia de los permisos económicos, para no perderse todas las incidencias de determinado partido.
Como todo en la vida, el futbol también tiene sus detractores, quienes aparecen cada vez que se juega una copa del mundo. Algunos son muy cuidadosos de la forma y contenido en sus comentarios al transmitir su animadversión, pero otros no paran en nada para destilar veneno y toda clase de improperios para hacerse notar. El futbol es un deporte universal, quien lo practica de manera sana se desarrolla física y mentalmente. Los triunfos son un condimento de la vida, las derrotas nos obligan a ser mejores y a volver a empezar. De los fracasos se aprende más que de los éxitos, sin embargo, nuestra selección nacional ha tenido demasiados fracasos en las copas del mundo. Es tiempo de revertir esa condición.

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