Muerte de Juárez. Diagnóstico médico.
El 20 de marzo de 1872, un
día antes de su cumpleaños número 66, el Presidente de México, Lic. Benito
Pablo Juárez García, charlaba amenamente con el licenciado Emilio Velasco en la
habitación que ocupaba en el Palacio Nacional, cuando sufrió un síncope, del
que se repuso casi de inmediato, pero en
esta ocasión ya no fueron los Dres. Francisco Menocal ni Rafael Lucio quienes
acudieron a atenderlo, como sucedió año y medio antes, sino el Dr. Ignacio
Alvarado, su médico de cabecera, quien le diagnosticó angina de pecho.
El ángor péctoris que es su
nombre científico, es un síndrome (conjunto de signos y síntomas) que se
caracteriza por la aparición paroxística de dolor en el área cardiaca, de tipo
opresivo y constrictivo por detrás del esternón, que se desencadena
frecuentemente tras esfuerzos físicos o por exposición al frío, y es posible
que se irradie en forma de franco dolor o adormecimiento hacia los brazos, los
antebrazos, el cuello, entre ambos omóplatos o incluso a nivel de la parte
superior del abdomen. Médicamente es una de las manifestaciones clínicas de la
enfermedad del corazón por deficiencia de riego sanguíneo, debido a la
disminución del calibre de las arterias coronarias que alimentan de oxígeno y
nutrientes al propio músculo cardiaco y las situaciones de estrés contribuyen a
su aparición y a exacerbar las molestias.
Hacía cinco años que Don
Benito Juárez gobernaba el país aparentemente en paz y 14 de llevar sobre sus hombros el destino
de la nación, pero a esas alturas, el enorme esfuerzo físico y mental desplegado
y el reciente fallecimiento de su esposa, Doña Margarita Maza, que vino a
sumarse al de varios de sus hijos a lo largo de ese periodo, derivó en la
declinación de la salud del más universal de los mexicanos.
Luego de este ataque de
angina de pecho, Don Benito observó alguna mejoría, transcurriendo más de tres
meses sin que presentara molestias; estas se recrudecieron el 8 de julio,
precribiéndosele una dieta a base de “vinos, media copa; jerez, Burdeos,
pulque; sopa, tallarines, huevos fritos; arroz; salsa picante de chile piquín;
bistec; frijoles; fruta y café, para ingerirse entre una y dos de la tarde. En
la noche, a las nueve, una copa de rompope, copa chica”. (Novo S. Los
tratamientos médicos de Benito Juárez. Médico Moderno, México. Septiembre de 1972,
p.26).
El 17 de julio Don Benito
Juárez despachó como siempre los asuntos bajo su responsabilidad. La última
firma que estampó en un documento fue una carta que dictó a su secretario, en
la que esperaba de un momento a otro saber sobre la ocupación de Monterrey por
las fuerzas unidas de los generales Rocha, Ceballos y Revueltas. Todavía tuvo
acuerdo con sus ministros y charló con algunos de sus invitados. Por la tarde
hizo un breve paseo en carroza con algunos miembros de su familia y no aceptó
asistir a una función de teatro por la noche porque se sentía nervioso, noche
que se tornó “muy agitada” como lo expresó a sus médicos el Presidente de la
República.
Tan mal se puso Don Benito
que al despertar a las seis y media del que sería su último día, por primera
vez en mucho tiempo no pudo levantarse
para acudir al Palacio Nacional, solicitándole a sus hijas que a nadie
mencionaran que estaba en cama y que únicamente tenía un problema reumático en
una pierna que le causaba mucho dolor. Sin embargo, mientras atendía a los
niños del orfelinato Tecpan de Santiago a las 11 de la mañana, nuevamente un
inmenso dolor en el pecho, orilló a que
el Dr. Alvarado le aplicara agua
hirviendo en ese lugar, un cruel remedio, aunque fuera necesario en ese
momento, lo que hizo exclamar al Benemérito “¡Me está usted quemando!”,
contestándole amablemente el doctor “Es intencional, así lo necesita usted”.
Luego de dos horas de
aparente tranquilidad volvió el dolor y otra vez se le aplicó el “tratamiento”
sobre las ámpulas de su sonrojado pecho; a pesar de ello no hubo respuesta,
pues las fuerzas de Don Benito Juárez se habían agotado. Increíblemente, así
como estaba concedió audiencia y dio instrucciones a los Secretarios de Guerra
y de Relaciones Exteriores Estaba lúcido
pero presentía que había llegado al final de su destino. Al aproximarse el
fatal desenlace el Dr. Alvarado solicitó la presencia de los doctores Gabino
Barreda y Rafael Lucio Díez, que resignados sólo vieron llegar el fin del
Presidente. Poco después de las diez de la noche, este último mandó llamar a
sus ministros Francisco Mejía, Blas Balcárcel y José María Lafragua,
dirigiéndoles sus últimas palabras.
Antes de exhalar el último
suspiro, Don Benito se recostó sobre su lado izquierdo, puso la cabeza sobre su
mano y sin mostrar ningún rictus de dolor, como estando dormido, penetró en el profundo sueño de la muerte a
las 23:25 horas de la noche del 18 de julio de 1872. A las 10 de la mañana del
día siguiente los médicos antes nombrados redactaron el acta de defunción
correspondiente, donde quedó asentado que la muerte de Don Benito Juárez se
debió a “Neurosis del gran simpático”, diagnóstico que a la fecha ya no existe
en la Clasificación Internacional de Enfermedades.
El periódico “El Federalista”
del 19 de julio publicó una nota titulada: “Sobre enfermedad y muerte del
Presidente de la República Don Benito Juárez”, en la que se expresaba lo
siguiente: “Según los datos sacados padecía de neurosis crónica del gran
simpático”. Por su parte, el periódico “Tiempo de México” de ese día publicó un
artículo con el siguiente título “Murió el Presidente Juárez”, señalando, en la
parte inicial que había fallecido víctima de angina de pecho.
En 1887 el General Porfirio
Díaz, a la sazón Presidente de México, mandó colocar una placa en la recámara
donde falleció el mandatario, en la que indicaba la causa de la muerte y la
hora. Sus restos reposan en el Panteón de San Fernando, en la ciudad de México
y el 18 de julio la bandera se iza a media asta declarándose luto nacional.
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