Oncocercosis. Primera parte.

En 1977 el entonces titular de los Servicios Coordinados de Salud Pública en el Estado, Dr. Juan Cedeño Ferreira, me mandó llamar a su oficina para darme la noticia del arribo a la ciudad del nuevo Jefe del Programa Nacional contra la Oncocercosis, quien traía la misión de supervisarlo y evaluarlo. ¡Vaya a primera hora por él al aeropuerto - me ordenó - y de inmediato lo trae acá para conocerlo y saludarlo!

Así lo hice y en cuanto lo recibí en la sala de espera, me di cuenta que era un inexperto en trabajo de campo, porque venía estrenando un uniforme y casco de protección como si fuera a un safari al África, además de unas botas relucientes con suela de oruga; su atuendo contrastaba con el portafolio, más propio de un ejecutivo de empresa. Yo estaba por iniciar la tercera década de la vida y él me llevaba posiblemente unos cinco años. Recogimos su maleta y nos trasladamos a la oficina del Dr. Cedeño. Luego de la cordial recepción y de que nuestro visitante nos diera a conocer su plan de acción para varios días, al despedirnos del jefe éste me solicitó que me quedara un momento mientras aquel salía al recibidor. Textualmente me expresó: “¿Ya vió como viene? - tocándose a dos manos el bigote y con una sonrisa burlona - ¿está de acuerdo en que es un señorito de escritorio?, sí, le contesté, ¡pues llévelo a las localidades más difíciles del programa, que se joda y por lo menos le salgan ampollas!; cuando concluyan lo trae de vuelta para recibir su informe”.
Seguí la instrucción anterior y con un vehículo oficial me trasladé con el supervisor al distrito de Ixtlán hasta llegar a Santiago Comaltepec; ahí continuamos a pie para alcanzar a nuestros trabajadores de brigada del programa de la Oncocercosis en una de las agencias ubicada kilómetros adelante; bajamos por un sendero entre los árboles y la vegetación exuberante a un paso que la propia pendiente obligaba a caminar de manera rápida, tan aceleradamente que un tropezón podría ocasionar una violenta caída con todas sus consecuencias. No ocurrió tal y finalmente arribamos salvos y sanos hasta donde estaban en plena faena los brigadistas. La mañana estaba muy avanzada y ya habían extirpado infinidad de nódulos de la piel de los enfermos, además de  proporcionarles su tratamiento a base de dietilcarbamazina; sin embargo, todavía hacían fila los habitantes de ambos sexos.

Luego de observar las actividades, tomarles fotografías y apuntar sus impresiones, le pregunté al visitante si deseaba pernoctar en la población para continuar al día siguiente en otras localidades. Su expresión facial me le dijo todo y acotó que si observaría acciones semejantes a las de ese día no tenía caso prolongar su estancia, así es que nos despedimos de los integrantes de la brigada e iniciamos el ascenso hacia Comaltepec, el cual resultó un verdadero suplicio para el susodicho, quien a cada rato me pedía que descansáramos. Hubo un momento en que se quitó las botas para examinar sus dedos y a no ser por lo agreste del camino es seguro que hubiera preferido regresar descalzo.

Como no quiso tomar alimento alguno en la cabecera municipal por temor a enfermarse de diarrea, regresamos a la capital de Estado ya entrada la noche, acompañándolo a cenar en el restaurante de un hotel donde finalmente se quedó. Al día siguiente abordó un avión pasado el medio día y no volvimos a saber de él ni tampoco del resultado de su comisión.

Al revisar las citas de la Historia de la salud en Oaxaca (Publicación del gobierno del Estado. Octubre de 1993), se hace referencia a que en 1924, cuando el General Onofre Jiménez, entonces candidato a gobernador, después de visitar San Miguel Tiltepec, localidad de la Sierra Juárez, solicitó a su amigo, el Dr. José E. Larumbe, con grado de Teniente Coronel y en ese momento Director del Hospital Militar de Oaxaca, que investigara la causa de las lesiones oculares y de la ceguera en los habitantes de dicha localidad.  Para cumplir con la solicitud el Dr. Larumbe inició el estudio de la enfermedad y dos años después demostró la existencia de un amplio foco de Oncocercosis y que ésta era la causa de la llamada “Ceguera de Tiltepec”.

El Dr. Larumbe describió correctamente las lesiones oculares y demostró que los pacientes mejoraban al extirparles los nódulos. Estos y los extirpados en el Estado de Chiapas fueron objeto de estudio por el Instituto de Biología de México, comprobándose en 1927 que las lesiones eran causadas por la misma filaria. Lo anterior derivó en la creación de dos dispensarios médicos dirigidos al estudio de la Oncocercosis y la extracción de los nódulos, ubicándose en Ixtlán de Juárez, Oaxaca y en Huixtla, Chiapas. Dos años después, el Dr. Aquilino Villanueva, Jefe del Departamento de Salubridad creó la Comisión Nacional del Mal del Pinto y de la Oncocercosis.

En 1930 el Dr. Juan Luís Toruella observó por primera vez microfilarias vivas en el ojo de un enfermo oncocercoso -Pedro Yescas- en la localidad de Santiago Camotlán, y el Dr. Isaac Ochoterena las encontró en cortes de tejido ocular. Para 1931 se instituye la Campaña Nacional contra esta enfermedad y se responsabiliza de ella al Dr. Eliseo Martínez; al año siguiente pasó a depender de la Campaña Nacional contra el Paludismo, designándose una brigada para nuestro Estado, la cual fue jefaturada por el Dr. José Figueroa Ortiz y luego por el Dr. Juan Bustamante.

En relación a su origen se ha discutido si es autóctono o del continente africano. Las primeras noticias sobre su existencia en Oaxaca datan de 1880, pues Martínez Gracida menciona casos de ceguera en la localidad de San José Yajoni, estimándose que la enfermedad llegó con el ejército francés cuando incursionó nuestro país en el siglo XIX; de ello se considera que se diseminó también en Chiapas y en Guatemala con los movimientos de población que acudían al santuario de Esquipulas; no se descarta que dichos focos sean independientes al de Oaxaca.  Continuará…

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