Ars longa, vita brevis.
En el número 6 del volumen
52 de la Revista de la Facultad de
Medicina de la UNAM, del bimestre noviembre y diciembre del 2009, el insigne profesor
Dr. Manuel Quijano Narezo, editor de la misma desde hacía más de 12 años,
escribió su última página editorial con el título “La conciencia” y luego de
las profundas reflexiones sobre el tema, con galanura, sobriedad y dignidad se
despidió de sus lectores; había alcanzado los 90 años de edad, conservándose
como un extraordinario ejemplo de lucidez intelectual en nuestro país.
A él me referí en mi columna
del 22 de abril de ese año, la que intitulé “De homo sapiens a homo longevus”,
en la que señalé varios ejemplos en México de brillantez intelectual en edad
avanzada. En su editorial “Ars longa, vita brevis”, (“El arte es largo, la vida
breve”, traducción latina del primer aforismo de Hipócrates), publicado en la
mencionada revista en 1998, expresa:
…“La generación del que esto
escribe (1937-1943), todos casi octogenarios, logra reunirse cada año para una
foto del recuerdo en la antigua Facultad y para un convivio muy animado con
comida, bebida y baile, gracias a los empeños de nuestro dinámico presidente.
Tales encuentros producen a veces un cierto estupor: ver los efectos producidos
por el tiempo en hombres y mujeres de nuestra edad es encontrar reflejados en
un espejo, los cambios seguramente evidentes de nuestro rostro y nuestro
corazón. Porque a nuestros propios ojos, que hemos cargado a todo lo largo de
nuestra existencia, seguimos siendo adolescentes y conservamos las ilusiones y
las esperanzas de la juventud”
Y continúa: …”Las
transiciones son tan lentas que el que cambia no las percibe. Se pregunta uno
cuándo empieza la vejez, pero las respuestas ofrecidas son casi siempre
irrelevantes; no es suficiente hacer referencia a la fecha de nacimiento y
definitivamente, tampoco parece útil referirse a que falta el resuello al subir
unas escaleras, a que disminuye la agudeza auditiva, a que se duerme mal y que
la lectura cansa en un par de horas; tampoco al cabello blanco o la aparición
de las arrugas. La verdadera vejez está en el sentimiento de que ya es tarde,
de que la partida está jugada, de que el escenario y el protagonismo pertenecen
a otra generación. La verdadera vejez no es debilitamiento del cuerpo, sino
indiferencia del alma; ausencia de curiosidad o de necesidad de comprender y de
abrigar esperanzas; ausencia del deseo de nuevos ambientes, de tener fe en la
eficacia de la razón, de sentir la capacidad de amar”.
Juan Sole Llenas en Arch
Neurocien Mex, 2000, señala que es evidente que la senectud conlleva una serie
de defectos físicos, excelentemente descritos por el prestigiado científico
Santiago Ramón y Cajal en su obra: “El mundo visto a los 80 años”, en el que
menciona la disminución de la visión y audición, dificultad para la locomoción
y con frecuencia la disminución de las facultades mentales, como la pérdida de
la memoria y desorientación temporal o espacial, entre otras. A pesar de ello,
muchos ancianos con los propios achaques de la edad, mantienen íntegras sus
facultades intelectuales y su capacidad para continuar desarrollando cualquier
actividad científica, literaria, artística o empresarial.
El propio Ramón y Cajal
manifestó que Demócrito, Platón, Teofrasto, Crisipo, Zenón y otros, lograron
abandonarse a la reflexión casi a lo largo de su extensa vida, de ahí que la
conservación de las facultades mentales, asociada a la experiencia adquirida
por la edad constituye la verdadera sabiduría. En ese sentido, el concepto
helenístico de esta última incluye la actitud de moderación y prudencia en
todas las cosas, además de la experiencia y la madurez.
Volviendo al insigne maestro Quijano,
en el editorial que se comenta señala:…”Pero antes de la vejez verdadera puede
haber -y durar por varios años-, una
época en que, sin paroxismos o torbellinos dionisiacos, se conserva un cierto
gusto voluptuoso por la pasión platónica, por la embriaguez del placer de la
memoria y una serenidad no indiferente sino alerta, animosa y confiada”. M.
Mahoney y R. Restak en su libro: “La estrategia de la longevidad” preguntan con
acierto en defensa de la senectud: “¿Qué podemos aprender de los ancianos?”, y
contestan: “Poseen un conocimiento intuitivo entre envejecer y hacerse viejos.
¿Cuál es su diferencia? Hacerse viejo significa perder interés por la vida,
creer que la vida ya no importa, no ser capaz de establecer metas y
compromisos, perder la capacidad de sorprenderse y caer en el aburrimiento”.
Concluyen: Nadie puede frenar el envejecimiento pero no por ello hemos de
hacernos viejos.
El Dr. Jesús Kumate, ex
secretario de Salud del país manifiesta que el tema es tan antiguo como nuestra
conciencia y recuerda que el hombre es el único animal que sabe que va a morir,
sin embargo alude a Cicerón, quien en su discurso De Senectude menciona que “No
hay alguien tan viejo que no quiera vivir otro año”, pero también comenta dos
pensamientos de Marbean: “Envejecer es quedarse solo” y “Un viejo amado es tan
raro como un invierno florido”.
Finalmente, el propio Dr.
Quijano nos recuerda que…”Es relativamente común que los primeros síntomas de
verdadera vejez sean los de una depresión endógena; ésta puede progresar de
ligera a profunda y, si en un principio sólo hay abulia, desinterés y refugio
en la inacción, se puede pasar a la anorexia, confinamiento al hogar, pereza
para leer inclusive la prensa diaria o para seguir las noticias en TV,
desafección hacia los seres queridos, desaseo, permanencia en ropa de dormir y,
finalmente, el paso inadvertido al déficit de atención y de facultades
mentales. De hecho, inclusive para los especialistas es difícil distinguir al
inicio, entre depresión profunda y Alzheimer”.
Hay personas que a los 80
años o más mantienen una extraordinaria lucidez intelectual. ¿Por qué? Lo veremos en una segunda parte.
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