¿Inhumación o cremación?


¡Cómo se ha ido el 2010!, exclama la mayoría de las personas adultas, porque los jóvenes, ni en cuenta, como dicen en su lenguaje muy peculiar; así, localmente pasó el tan esperado 04 de julio con los resultados ya conocidos del proceso electoral, luego las fiestas del Lunes del Cerro y su tradicional Guelaguetza, más recientemente las fiestas patrias, incentivadas en todo el país por el manejo mediático del Bicentenario del inicio de la lucha armada por la independencia de México.

Ahora nos disponemos a celebrar los “días de muertos” y para eso las tiendas de autoservicio desde hace un mes ya colocaron en sus aparadores toda la parafernalia de objetos que tienen que ver con ese culto, pero sobre todo para organizar el anglosajón Halloween. ¡Ah!, también ya están a la venta las piezas del pan que con ese motivo se producen en ciudades como la nuestra. Es una invitación delirante   al consumismo, ni más ni menos; el pueblo no tendrá para alimentarse y vestir bien, pero hay que comprar para estar a la moda.

Obviamente, las autoridades citadinas y las de los municipios ya se disponen a darle su “manita de gato” a los panteones, para que en “todosantos”,  como se dice en Oaxaca, ofrezcan su mejor rostro a las miles de personas que acuden a visitar a sus seres queridos y a las que únicamente se dedican a observar  y tomarse fotografías, porque van en plan de turistas. Bueno, eso es en relación a los difuntos cuyas familias optaron, con el visto bueno o no de aquellos, por el clásico entierro de los restos corporales. ¿Y en el caso de los que se decidieron por la cremación?, alternativa que seguramente ya supera con mucho el dato del 20% registrado en el 2002.

Al respecto, en lo que va del año he asistido a varios velatorios de la ciudad para estar presente en las honras fúnebres de entrañables amistades, y casi todas finalmente fueron cremadas antes o después del servicio religioso de la llamada “misa de cuerpo presente”, siendo verdaderamente impactante observar a algún miembro de la familia que vive la pérdida del ser querido, llevando en sus manos la pequeña urna de madera con las cenizas de este último.

En realidad, la cremación no es una novedad de nuestros tiempos. En el México prehispánico formaba parte del ritual funerario, como se describe en la “Historia General de las cosas de la Nueva España”, crónica escrita por Bernardino de Sahagún. La cremación únicamente estaba autorizada para hombres nobles, gente del pueblo o personas que habían fallecido por enfermedad, ritual que permitía al alma su viaje al inframundo o Mictlán. Con el arribo de los españoles y del cristianismo dicha práctica fue abolida por ser contraria al versículo bíblico que dice “comeréis vuestro pan con el sudor de vuestro rostro hasta que volváis a la tierra de donde habéis salido, porque no sois más que polvo y en polvo os convertiréis”.

En Francia se trató de revivir la incineración y en la reunión del Consejo de los Quinientos el 21 de noviembre de 1797, se discutió el proyecto de que todo hombre fuera libre de quemar los cadáveres de sus deudos. Dicha petición fue aprobada por el Departamento del Sena en 1799, pero fue abolida en 1807. Años más tarde, la necesidad de incinerar los cadáveres de los muertos en batalla obligó a que durante el Congreso Médico de Florencia en 1869 se aprobara esta iniciativa. Posteriormente el Congreso italiano aprobó la legislación de la cremación con la sola condición de que se obtuviera el permiso del Consejo Superior de Salubridad. El 23 de enero de 1874 muere en Italia el Barón Keller dejando en su testamento la voluntad de ser incinerado; con este motivo destinó diez mil francos para la construcción de un horno crematorio. A partir de entonces se difundió en el mundo esta práctica.

En el año de 1877 el Consejo Superior de Salubridad de México autorizó la incineración de animales muertos para evitar que fueran consumidos por indigentes o que se transformaran en focos de “emanaciones pútridas”. Años después, la cremación de cadáveres humanos fue bien recibida en México por tres razones: la corriente higienista que insistía en la necesidad de evitar focos de “emanaciones pútridas o miasmáticas” y, más tardíamente por la influencia de la teoría bacteriana que buscó la eliminación de las fuentes productoras de microorganismos; una segunda razón fue la localización de los cementerios en la ciudad de México y la característica de su suelo, la mayor parte constituido por tepetate y un tercer elemento era que los panteones ocupaban una extensión cada vez mayor de terreno y con ello se acercaban los peligros a su existencia.

Otras tres, eran las razones en contra de la cremación: la religiosa, la preocupación de los médicos legistas por la desaparición de evidencias de carácter legal y en el campo de la recién nacida antropología, la pérdida del material para la formación de sus gabinetes; sin embargo, el primer horno crematorio fue inaugurado por el Dr. Eduardo Liceaga en febrero de 1909, en el Panteón de Dolores en la Ciudad de México; previamente se había probado con los restos de Domingo Vargas, que murió en el Hospital General; dicha cremación se realizó el 11 de enero de 1909 y duró casi dos horas. Desde la fecha de su edificación hasta el año de 1919 se habían efectuado 18,160 cremaciones. En 1917 se incluye en el Código Sanitario la legislación que autorizaba la práctica de la cremación.

Para el año 2002, existían alrededor de 90 hornos crematorios en todo el país, incluyendo 15 hornos que no tienen fabricación tecnológica, que utilizan electricidad y gas para su funcionamiento. Actualmente, un buen número cuentan con un área especial para nichos y osarios donde se pueden depositar cenizas y restos en sus urnas; incluso los templos católicos disponen de espacios dedicados ex profeso para este fin. 

Una de las ventajas de la cremación es que su costo es más bajo que la inhumación. Yo ya me decidí; ¿usted que prefiere?

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