¡Cuidado con el Cólera!


El 27 de octubre esta columna se intituló “Cólera: la amenaza anunciada en Haití”. Entonces, se habían registrado menos de 300 defunciones y poco más de 3 mil personas hospitalizadas en esa empobrecida y traumatizada nación caribeña, luego del devastador terremoto de hace casi un año. En poco más de un mes la epidemia recorrió su territorio a una velocidad explosiva y a pesar de la ayuda internacional –incluida la de nuestro país- los últimos registros dan cuenta de alrededor de 1,600 muertes y más de 72 mil personas hospitalizadas, lo cual dio lugar a que tales establecimientos hace tiempo fueran rebasados.

Tan grave es la situación, que la Oficina Sanitaria Panamericana teme que continúen presentándose casos durante años. El problema, además, es que, recientemente la enfermedad traspasó las fronteras de ese país,  apareciendo  casos en la República Dominicana y en el sur de los Estados Unidos de Norteamérica, de donde se originó la primera epidemia que afectó a México en 1833. Ante la posibilidad de que penetre el cólera en nuestro país, el Secretario de Salud, Dr. Jesús Ángel Córdova Villalobos, dio instrucciones para fortalecer las acciones de vigilancia epidemiológica de inmediato y con ello prevenir su diseminación.

De 1817 a la fecha, han ocurrido siete pandemias de cólera. La primera comenzó en la India, se dirigió hacia el sur de Rusia, atacó el territorio de Polonia y de ahí se expandió al resto del continente europeo. Desde ese momento el cólera demostró su impresionante capacidad epidémica, convirtiéndose en una amenaza constante para la humanidad. La séptima pandemia inició en 1961 y se diseminó desde Indonesia hacia los países de Asia oriental, involucrando también a Bangladesh, la India y Rusia. Luego en África occidental hubo un brote en 1970, el que se extendió al norte y llegó hasta Italia. A fines de esa década ocurrieron  algunos brotes en Japón y diez años después ya se habían reportado casos de cólera en 35 países (estamos situados en 1989). Para 1991, el Vibrio cholerae, bacteria causante de la enfermedad,  hizo su reaparición -después de casi 100 años de ausencia- en el continente americano. De la República de Perú se trasladó la epidemia en el mes de junio de ese año a nuestro país y de ahí se diseminó en las entidades federativas.

Entre los años de 1991 y 1995 ocurrieron casi 40 mil casos y poco más de 400 defunciones en México. Para el último año señalado más de la mitad de los casos se diagnosticaban en el domicilio del enfermo. Las medidas de prevención adoptadas en ese periodo permitieron elevar la notificación y mejorar el registro de nuevos pacientes; por consiguiente el diagnóstico de los casos leves o moderados se volvió más oportuno, influyendo directamente en la efectividad del tratamiento y como consecuencia, en la disminución de la letalidad, es decir, el número de defunciones por cada cien enfermos de cólera.

Las actividades de prevención y control se intensificaron de tal manera,  que por cada caso notificado se visitaban un promedio de 50 viviendas, se entrevistaban 360 personas, se distribuían más de 110 sobres de Vida Suero Oral, se tomaban dos muestras ambientales y se cloraban cuatro pozos de agua para uso humano. Esto permitió acortar el control total de un brote, de tres semanas a una sola. Para 1995 se habían estudiado más de tres mil localidades en los lugares más alejados del país, visitado medio millón de viviendas y entrevistado a tres millones y medio de personas.

Pero sin duda, la capacitación del personal médico y de enfermería en el manejo clínico y epidemiológico de la enfermedad, la difusión de las medidas de higiene entre la población, sobre todo el lavado de las manos y el tratamiento del agua para consumo humano con cloro o sales de plata coloidal, fueron los pilares fundamentales para eliminar la epidemia de México mucho antes de concluir el siglo XX.

A pesar de lo anterior, el peligro de una nueva epidemia en el país está latente, porque persisten las condiciones de pobreza que facilitan o desencadenan el descuido de los más elementales hábitos de higiene en la población, la que además de constituirse en el sector más depauperado social y económicamente, su nivel de escolaridad y por ende de conocimientos médicos, fundamentalmente de tipo preventivo, se convierten en factores negativos que coadyuvan de manera importante en la expansión de una epidemia como la que nos ocupa y preocupa. El mejor ejemplo del descuido entre nuestros connacionales, lo vemos a diario con respecto de las medidas que permitieron, de alguna manera, modificar el patrón epidemiológico de la reciente epidemia de influenza por el virus AH1 N1, pues a decir verdad, es raro observar que se sigan haciendo efectivas las medidas que se impulsaron de manera vigorosa por todos los medios de comunicación.

La bacteria del cólera puede llegar a México en cualquier momento, porque para los microorganismos no hay fronteras que limiten su tránsito en el mundo. Así ha sucedido siempre y seguirá observándose dicho comportamiento en un mundo cada vez más comunicado. Ocurrió en su momento con la introducción del dengue clásico y luego con el hemorrágico. Me tocó vivirlo directamente, porque asistí en representación del Secretario de Salud del Estado a una reunión extraordinaria que tuvo lugar a principios de los 80´s en la ciudad de Tapachula, en el vecino Estado de Chiapas. Entonces el dengue ya se encontraba en algunos países de Centroamérica y las más altas autoridades de la Secretaría de Salud nos convocaron para que, conjuntamente, adoptáramos las medidas que permitieran evitar su introducción, o en su caso, para prevenir su propagación y también para su tratamiento y control.

A pesar de todo, el dengue entró a nuestro país y no tardó mucho para que lo recorriera por completo. Así pasó y a diferencia del cólera,  el dengue llegó… para quedarse por mucho tiempo.

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