La familia Burrón.
Don Gabriel Vargas,
recientemente desaparecido a una avanzada edad,
con su revista semanal La familia Burrón, deleitó a chicos y grandes
durante varias décadas en dos ciclos de publicación de la misma, inmortalizando,
no solo a los integrantes de la famosa familia que vive en el Callejón del
Cuajo, don Regino, doña Borola Tacuche, Regino chico, Macuca, el hijo postizo,
Foforito, y a su fiel y travieso perro llamado Wilson, sino además a toda una
pléyade de pintorescos personajes como don Satán Carroña y su compañera
nocturna doña Cadaverina, atendidos por Narciso, su amable sirviente; a estos
tres hay que agregar al amigo y enamorado de la segunda, don Sombroso Mortis.
Si ustedes me lo permiten voy
a completar la lista con los que me acuerdo, porque además de admirador de la
obra de los Vargas, fui un asiduo lector de su revista de caricaturas desde mi
juventud. Así es que prosigo con Floro, más conocido como el Tractor, fortachón
hijo único, destrampado y descarriado de los Tinoco, don Titino y doña Burbuja,
archimillonaria familia pudiente; así
mismo, al alcohólico, mujeriego y desobligado padre biológico de Foforito, don
Susano Cantarranas y su celosa y aguantadora mujer doña Divina Chuy. Esta
singular pareja no puede desligarse del borrachín de don Telesforeto Colín, “El
saporrana”, fracasado ventrílocuo que siempre anda acompañado de su viejo
veliz, y en él su muñeco Pompeyo, con quien intercambia prolongados y
confrontados diálogos.
Inolvidables también los
hermanos que dominan el Valle de los Escorpiones: el “Güen Caperuzo” y doña
Caledonia, los que rivalizan con los ricos caciques de las comarcas vecinas La
Coyotera y San Cirindango de las Iguanas, me refiero a los compadres don
Briagoberto Memelas y don Juanón Teporochas, donjuanes de pueblo que han
llenado de hijos a casi todas las mujeres de su territorio.
Otro quinteto fantástico lo
fueron don Ruperto Tacuche, el ex
convicto y regenerado hermano de doña Borola, ahora dedicado al oficio de
panadero y que pasa la vida viviendo en el hotelucho “El Catre”, donde lo
atiende siempre su diligente dueño don Quirino, así como su amiga y enamorada
de toda la vida, Bella Bellota, viuda del célebre mafioso más conocido como
Ametralladora Nelson y su discapacitado hijo Robertino; por último, la eterna
enamorada de Ruperto, la regordeta Lucila Ballenato, a la que todos conocen
como “La Gorilona”, toda una fichita de la barriada.
Dos mujeres, relacionadas con
lo mejor de la “socialité” parisina, viven un mundo de placer y confort; una de
ellas, doña Cristeta Tacuche, es la tía rica de doña Borola y la otra, Boba
Licona, su secretaria, confidente y compañera de todas sus aventuras y
desventuras. La primera sueña con regresar a México y repartir su inmensa
fortuna a todos los pobres y sacar de la miseria a los Burrón, pero el digno de
don Regino prefiere seguir su oficio de peluquero en el Rizo de Oro a recibir
un solo centavo de la fortachona tía.
Alubia Salpicón es una niña
muy hacendosa, hiperdinámica, a la que todos los días, desde muy temprano se la
ve llevando a sus espaldas su instrumento musical, un enorme tololoche, lo que
le da una imagen característica por lo que le dicen cucarachita. Nieta de una
abuelita ricachona organiza su vida entre la escuela de música y su actividad
altruista, pues dentro del tololoche siempre carga, bajo candado, una gran
variedad de alimentos, los que reparte entre las familias más necesitadas. Al
igual que los otros personajes ya nombrados y los que mencionaré a
continuación, todos ellos se interrelacionan en algún momento de su vida con la
familia Burrón, por la visión y el extraordinario manejo de don Gabriel Vargas.
Así pasa con otros dos niños,
los que unidos a Foforito, conforman un conjunto musical; ellos son Sinfónico e
Isidro Cotorrón, los que luego de su clase de música van por la calle,
deteniéndose a cada rato para amenizar con excelsas melodías el ambiente
citadino. De igual manera sucede con
doña Gamucita, viuda de Pilongano, lavandera de profesión, que a su avanzada
edad sostiene a su hijo Avelino, un flojonazo de marca, al que ni con cubetadas
de agua fría logra levantarlo, aunque esté muy avanzada la mañana. Eso sí,
Avelino es todo un poeta “que en el aire las compone”, pero nunca logra que
alguien se fije en su mediocre trabajo de literato de barrio.
Hay otras figuras en el mundo
de caricaturas de la famosa revista, como el diablo Lamberto y el enorme
pajarraco llamado Currutaco, pero las que mencioné son de las que más ocasiones
aparecieron en sus cerca de 40 páginas. Seguro estoy que en su mejor momento
llegó a tener un importante tiraje, pues se distribuía en todas las entidades
federativas. Con el fallecimiento de su director general, con más de 90 años y
todavía en activo, la publicación llegó a su fin, al menos así parece hasta la
fecha.
Pero lo interesante de la
familia Burrón, además de recrear con un gran realismo la vida y costumbres de
los barrios pobres de la ciudad de México y de sus alrededores, en sus
distintas épocas a lo largo del siglo XX, nos mostró especialmente algo de
nuestro comportamiento alrededor de la Nochebuena, Navidad y Año nuevo, cuando
nos volvemos más sensibles, más humanos dirán otros. Y es precisamente en esa
historieta donde se ataca la falsedad y la hipocresía con la que algunas
personas acostumbran manifestar un supuesto afecto por sus conocidos. Por
ejemplo, los que desde la otra acera le gritan a uno ¡felicidades! los días 24
o 25 de diciembre, cuando lo correcto, en todo caso, debiera ser acercarse y
decir: ¡Feliz Nochebuena! o ¡Feliz Navidad!; y es peor aún, cuando agregan:
¡Luego voy a tu casa a darte el abrazo!, y nunca van.
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