La dieta “T”.
El año pasado el gobierno
federal difundió por la radio y la televisión algunos mensajes dirigidos a la
prevención, tratamiento y control del sobrepeso y de la obesidad. Uno de ellos
hacía referencia a que si mirábamos a nuestro alrededor, nos daríamos cuenta de
la gran cantidad de personas que en nuestro país padecen alguno de los dos
problemas de salud antes señalados. Como no ha pasado mucho tiempo de la
transmisión de esas señales de alerta nacional, de sus repercusiones en el
individuo, en la familia y en la sociedad mexicana, resulta que siguen vigentes
aunque ya no se las escuche ni se proyecten las respectivas imágenes como
entonces.
Se ha expresado tantas veces
que México es un país de marcados contrastes y uno de ellos se relaciona
directamente con los problemas que tienen que ver con la alimentación; así,
convivimos connacionales, hombres y mujeres, entre los dos extremos: la
desnutrición y la obesidad. La primera causada generalmente por una raquítica
ingesta de alimentos y la otra, por comer estos últimos en exceso. Sin embargo,
hay otras causas o factores que inciden para que se presenten los polos
opuestos, como es el caso de la anorexia de origen psicológico y enfermedades
debilitantes como el cáncer, con respecto de la desnutrición, y los trastornos
de tipo endócrino que cursan con elevación del peso por arriba de lo normal.
La pobreza casi siempre se
acompaña de desnutrición, pero la anorexia psicológica y sus efectos catastróficos,
sobre todo en las adolescentes, parece presentarse más en los estratos sociales
medio y alto. En cambio el sobrepeso y la obesidad ocurren en todos los grupos
sociales. Valdría la pena conocer su prevalencia en los poco más de 50 millones
de mexicanos que viven en situación de pobreza (Consejo Nacional de Evaluación
de la Política Social <Coneval>), aunque se estima que de ellos, 22.3
millones sufren de pobreza alimentaria, de lo cual es fácil deducir que
diversos grados de desnutrición campean en dicha población, afectando
principalmente a las madres de familia, a sus hijos en edad preescolar y
escolar y a las personas de la tercera edad.
Pero la realidad en México es
que más del 60% de la población tiene sobrepeso u obesidad, presentándose en
todos los grupos etarios y con cierto predominio en el sexo femenino y en las
personas adultas. En gran medida este grave problema de salud pública tiene su
génesis en el tipo de alimentación que caracteriza a la mayoría de los
mexicanos y que se conoce popularmente como “dieta T”, que sirve para conjuntar
todos aquellos antojitos que degustan con gran deleite chicos y grandes, pobres
y ricos, analfabetas y “muy letrados”, compuesta por todos los alimentos que
tienen como materia prima al maíz o como sostén a la tortilla.
La lista es muy amplia e
incluye en primerísimo lugar a la propia tortilla, de la cual un buen número de
compatriotas llega a consumir por lo menos medio kilogramo en una sentada; le
siguen los infaltables tacos, los variadísimos tamales, las tlayudas en nuestro
medio, las tostadas, las tortas de todos los colores y sabores y los tlacoyos
(que se consumen en gran escala en el Distrito Federal y Estados
circunvecinos). A ese tipo de alimentos de la dieta T hay que agregar otros que
son complementarios e infaltables en la alimentación mexicana, como toda clase
de atoles, molotes, empanadas,
“huaraches”, sopes o “picaditas”, enchiladas, entomatadas, enfrijoladas,
chilaquiles, quesadillas y pambazos. La mayoría de estas ricuras tienen como
basamento al maíz.
Nadie me puede negar que, por
lo menos en el Distrito Federal, se consumen las clásicas tortas de tamal y que
los tacos y las mismas tortas se solicitan por partida múltiple; así hay
quienes presumen que son capaces de comerse dos docenas de tacos o los que
tranquilamente se “embuchacan” una tripleta de tortas bien servidas. Hay otros
alimentos que forman parte de la cultura culinaria nuestra: el arroz, casi
siempre sin algún complemento proteico, el cada vez más extendido espagueti sin
ninguna “gracia” agregada, las sopas de pasta, las distintas variedades de
pozole, los guisos a base de chicharrón, la comida importada del vecino país
del norte: los hot dogs, las hamburguesas, cada vez más grandes, las papas
fritas “a la francesa” y qué decir de la amplia variedad de pizas supuestamente
venidas de Italia. Agreguemos el infaltable consumo de pan blanco y de la gran
variedad del pan de dulce, los pasteles, pays, gelatinas, galletas, etc.,
alimentos para los que no hay hora para ingerirlos durante el día.
Podría afirmar que la
mayor parte de los mexicanos basan su
alimentación en este impresionante abanico de antojitos, los que casi siempre
carecen de alguna guarnición de verduras y mucho menos de frutas de la estación
y a los que hay que incluir el infaltable refresco de cola o de algún otro
sabor, casi siempre en presentación familiar de dos litros o más, para que
alcance; y para los varones –incluso mujeres- la imprescindible cerveza. Los
miembros de familias que disponen de recursos económicos suficientes u
holgados, llegar a tener sobrepeso u obesidad también por malos hábitos en su
alimentación porque comen en exceso. Nada más observe usted como regresan una y
otra vez a servirse sendos platones de todo, cuando asisten a bufetes; aunque
la verdad, también desperdician mucho de lo que se sirven.
Este ha sido un panorama muy
general y tal vez superficial de lo que considero que en el fondo hace muy
complejo y morrocotudo el problema del sobrepeso y de la obesidad en México, y
sin ejercicio físico, menos. No es sencillo modificar hábitos y costumbres,
algunos ancestrales y otros muy arraigados desde la tercera parte del siglo
pasado.
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