Chalco otra vez.


El título de la tesis de maestría con la que me gradué en la Escuela de Salud Pública de México fue: “Características de poblamiento de la ciudad de México y su influencia en la Salud Pública”. Para ello, revisé la información disponible en los rubros de demografía y del saneamiento ambiental: disposición de agua para consumo humano, recolección y destino final de la basura y el tratamiento de las excretas. Incluí, además, la situación de la vivienda, el abasto de alimentos, el crecimiento vehicular y los problemas de índole social, tales como la delincuencia juvenil, movimiento mejor conocido como pandillerismo.

En ese entonces el Distrito Federal, con sus 16 Delegaciones, apenas rebasaba los tres millones de habitantes; estoy hablando de mediados de los años 70´s. Actualmente, casi 35 años después, su población más la del Estado de México, suman aproximadamente 20 millones de almas; hay que agregar a las que viven en otras entidades vecinas, lo que ha conformado una de las megalópolis más grandes y monstruosas del mundo.

Lo que documenté en mi tesis ya era preocupante en una urbe en pleno crecimiento; hoy los problemas rebasan por mucho cualquier posibilidad de solución por parte de los gobiernos estatales y de la federación. Semejante conglomerado humano parece una gigantesca amiba que todo lo engulle y crece sin control alguno. Dicho fenómeno parece irreversible pues no hay presupuesto que alcance, sobre todo porque el mayor porcentaje del mismo está “etiquetado” para subsanar el gasto corriente y de éste, la impresionante nómina de la enorme burocracia.

Así es que existe un terrible déficit de vivienda, ineficiencia en el destino final y tratamiento de la basura y de las aguas negras, insuficiencia de agua para consumo humano,   inseguridad, desempleo, caos vial, constantes bloqueos de las principales arterias por cualquier pretexto, violencia juvenil, grafiti, etcétera.

Alguno diría que lo anterior es producto de la falta de un plan de desarrollo urbano de largo plazo; es cierto, pero ese plan debió haberse estructurado cuando el Distrito Federal y los Estados que lo circundan tenían poblaciones controlables. Lamentablemente, los gobernantes y sus equipos de trabajo, que no siempre cumplen con el perfil profesional adecuado, se han dedicado, por lo general, al tratamiento superficial de los graves problemas que aquejan a la ciudadanía, de tal manera que han destinado los mayores recursos a obras de relumbrón –como el proyecto de incorporación del tranvía en el centro histórico de la ciudad de México-.

Cuando edifiqué mi casa, al preguntarle al arquitecto que se encargó de la obra, porqué se había gastado una respetable cantidad en los puros cimientos, me contestó que era un gasto cuyos resultados no se ven porque quedan prácticamente enterrados, pero que su importancia radica en que representan ni más ni menos, el soporte de toda la construcción.  Por ese simple ejemplo entendí lo que significan las grandes obras que se realizan bajo la superficie por la que caminamos todos los días.

Esas obras son las que han faltado o no se han hecho a tiempo en las áreas que una y otra vez se han visto afectadas por el desbordamiento de los ríos, canales de aguas negras y precipitaciones pluviales inusuales, trayendo como consecuencia lo que con amplitud nos ha mostrado la televisión: una tragedia de terribles consecuencias para miles de familias.

Las imágenes han sido de gran impacto pues nos hablan de pérdida de casi todos los bienes, de documentos valiosos, falta de alimentos y de agua para beber, de enfermedades, pillaje, sensación de impotencia,  coraje, dolor, desolación y desilusión. ¿Cómo decirle a la ciudadanía que ha sido su culpa por asentarse en terrenos que antes formaron un lago o por construir al lado de un canal de aguas negras? ¿Podrá resarcir las pérdidas observadas lo que pretenden obsequiarles a las familias sus gobernantes? ¿No es mejor ejecutar las obras que garanticen que los ciudadanos no volverán a sufrir? ¿No es mejor evitar que la rapiña y los malos mexicanos se aprovechen del dolor ajeno?

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