Entre la vida y la muerte.


El cantante argentino Gustavo Ceratti, que hace más de un año fue víctima de un accidente vascular cerebral, vive en la inconsciencia, en estado vegetativo, y sus familiares, seguramente convencidos de su irreversible condición, esperan de todas maneras que se realice un milagro, para que la chispa divina de la vida retorne en toda su plenitud en el deteriorado organismo del aún joven artista. Cómo él, hay cientos de casos en este momento en todo el mundo, sólo que no tienen la fama del primero para conocerlos.

En el propio medio hospitalario, todos los días  los médicos cirujanos y sus equipos quirúrgicos aplican sus conocimientos, habilidades y destrezas para trasplantar algún órgano vital a pacientes cuya existencia pende de un hilo, luego de haber cumplido con una prolongada espera en una lista oficial para recibir el beneficio de un trasplante y aún así la recepción de un órgano o tejido extraño no es garantía de éxito, porque existe la probabilidad del rechazo por parte del receptor. Es obvio que no pocos de los aspirantes difícilmente alcanzarán a sobrevivir hasta que haya un donante, porque su padecimiento puede agravarse de un momento a otro.

Y en los servicios de urgencias médicas, terapia intermedia o en las unidades de cuidados intensivos de todo el mundo, el cuerpo médico y todos los trabajadores de la salud con los que forman equipo, aplican su ciencia y experiencia en jornadas que frecuentemente resultan extenuantes, en un intento por salvarle la vida a cientos de miles de pacientes que llegan ahí en condiciones extremas.

Otra situación es la que viven aquellas parejas que esperan felizmente al hijo deseado, al hijo planificado, al que desde el embarazo ya tiene definido su nombre de acuerdo a su sexo. Qué trance tan difícil de sobrellevar cuando esa criatura muere antes de nacer, después del parto o cuando ya tiene varios años de vida.  Pero también resulta sumamente doloroso para una pareja cuando ha agotado todos los recursos disponibles por la ciencia médica para engendrar un hijo, y tienen que optar por la adopción porque alguno de los dos es estéril.

En todos estos casos hay dos palabras que deseo destacar: vida y muerte. Por la vida luchamos la mayoría de los humanos, desde antes de nacer y en todas las etapas de nuestra existencia, salvo aquellos casos excepcionales en los que la ideación suicida, el intento del suicidio o el suicidio consumado son decisiones fatales que asumen quienes buscan una salida inmediata y heroica, ante circunstancias de variada génesis y difícil solución en el momento en que tales actos se cometen. A la vida se adhieren ávidamente los enfermos crónicos, incluso en etapa terminal o en condiciones causantes de discapacidad; también los que purgan una condena y no hay persona que rebase los 80 años de edad que no aspire a vivir por lo menos una semana más si se encuentra lúcida y “se siente bien”.

Por eso, cuando en México nos enteramos cada día del creciente número de homicidios consumados por delincuentes comunes o por el llamado “crimen organizado”, nos causa un verdadero pavor y desilusión, nos sentimos impotentes ante tanta inseguridad y cuando los medios de comunicación masiva, particularmente la televisión, nos muestran casi todos los días imágenes de delincuentes detenidos, el armamento, vehículos y toda clase de enervantes decomisados y laboratorios productores del vicio y degradación clausurados y desmantelados, nos hacemos la pregunta ¿En todo el país finalmente cuántos son los que se dedican a delinquir y sobre todo a asesinar?, porque parece un cuento de nunca acabar. En ese sentido surge otra pregunta ¿En qué momento se disparó esta calamidad?; y también esta otra ¿En qué hemos fallado los mexicanos como sociedad, para haber llegado a este estado de cosas, en donde los criminales actúan con un total desprecio por la vida de sus semejantes, torturándolos y asesinándolos sin piedad ni misericordia alguna. ¿Hemos extraviado el rumbo y los valores que nos transmitieron nuestros padres son cosa del pasado? Pareciera que los mexicanos estamos en decadencia. No debe ser ese nuestro destino.

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