El arte de dirigir.
¿Cree usted que está preparado para ser jefe? El
cambio más importante en la vida profesional de todo ejecutivo se produce
cuando de subordinado se convierte en jefe. Palabras más, palabras menos, así
introduce Robert Schoenberg a los lectores de su brevísimo pero muy básico
libro “El arte de dirigir”, que ha servido a un buen número de generaciones de
profesionales de múltiples disciplinas del quehacer humano, desde finales de
los años 70´s en todo el mundo. Su contenido contribuye a fortalecer el conocimiento
de todo aquel que asume la
responsabilidad de conducir individuos y manejar recursos económicos y
materiales de todo tipo en una empresa pública o privada. Vivir en la
ignorancia de estos principios elementales y ni siquiera poner en práctica el
más común de los sentidos, el sentido común, es llevar al fracaso a cualquier organización.
Cada vez es menos frecuente en las empresas privadas
que se nombre en un puesto de jefe a una persona sin la adecuada capacitación
gerencial; sin embargo, no podemos decir lo mismo en lo que respecta a las
dependencias del sector público de los tres órdenes de gobierno en nuestro
país; ese es uno de los errores que se cometen muy a menudo. No basta con
demostrar estudios de nivel de licenciatura para ocupar un puesto de mando en
una organización, se requiere que los futuros jefes y los que ya lo son asistan
a cursos de desarrollo de ejecutivos, de gerencia de servicios, a diplomados,
y, de ser posible a maestrías y doctorados en administración y gerencia.
Dirigir no sólo es un arte, es también la aplicación del conocimiento científico,
porque el que dirige emplea el proceso administrativo y la administración se
nutre de múltiples ciencias. El que es jefe debe poseer un determinado perfil y
características apropiadas para ejercer el mando, tener la autoridad oficial
que se le confiere por medio de un nombramiento, pero también autoridad técnica
por sus conocimientos y experiencia y autoridad moral por su conducta y comportamiento éticos. Debe demostrar que
es un líder que se adapta a las fluctuaciones propias de toda empresa pública o
privada, porque si actúa de manera permanente con un determinado tipo de
liderazgo llevará posiblemente a la ruina al área bajo su responsabilidad.
Requiere trabajar en equipo y comprender que la fortaleza de un jefe radica en
gran medida en la forma en que sepa intervenir y participar en aquel y en la
manera en la que influya en sus principales colaboradores para que exista una
mutua confianza y lealtad.
Un buen jefe predica con el ejemplo, demuestra a sus
subordinados pasión y entrega por alcanzar entre todos el objetivo común de la
organización, establece con ellos una misión y una visión y en conjunto se
imponen objetivos específicos, metas, estrategias y acciones para lograr los
mejores resultados en un determinado tiempo. Un buen jefe sabe cómo conducir
una reunión de trabajo con sus subordinados y cómo obtener el mayor provecho de
todos ellos; estimula y reconoce en privado y públicamente el desempeño
sobresaliente de alguno de ellos o de todo el equipo, los alienta y mantiene un
ambiente altamente gratificante, lo que impacta en su salud física y mental, y
cuando se trata de llamar la atención nunca lo hace en el pasillo, nunca de
manera pública, nunca con insultos ni palabras soeces, siempre en privado y de
la mejor manera; si es necesario amonesta de palabra antes de hacerlo por
escrito y de aplicar cualquier tipo de sanción.
Un buen jefe sabe escuchar, es conciliador, dialoga;
es respetuoso con sus colaboradores, se preocupa por ellos y los saluda con una
sonrisa y de ser posible de mano, al iniciar o al terminar cada jornada. Maneja
correctamente los conflictos, mantiene un código de conducta pública y privada,
es discreto y congruente con lo que hace y dice, pero sin duda la lealtad a sus
colaboradores, superiores y a su
institución o empresa debe ser a toda prueba. Un buen jefe también reconoce sus
propios errores y acepta la crítica constructiva y las sugerencias de sus
subordinados. Finalmente el buen jefe es aquel que al dejar el puesto lo hace
con la “frente en alto” y el aprecio de la mayoría.
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