Delincuencia desatada.
¡Carambas, que terrible está la delincuencia en nuestra ciudad!, está verdaderamente desatada; obvio que así está en la mayor parte de nuestro país, pero tal vez los delitos que aquí se cometen de ninguna manera se pueden comparar con los que se sabe suceden en los estados norteños; sin embargo, los estragos que ocasionan en el bolsillo y los efectos en la salud física y mental de quien es víctima de este problema social que ya es una epidemia son sencillamente aniquilantes, pues en un dos por tres le bajan la moral hasta el suelo y le condicionan molestias tan variadas como la falta de apetito, insomnio, dolor de cabeza, taquicardia, inquietud, ansiedad, sudoración, irritabilidad, etc.
A mí me acaba de pasar el 24 de octubre; fui uno más de los automovilistas a los que la noche de ese día nuestro vehículo fue objeto del clásico “cristalazo”. ¿Cómo me fue a ocurrir a mí? me pregunté muchas veces al día siguiente, cuando me di cuenta del tremendo boquete en el cristal lateral trasero del lado del conductor. Y esta observación no fue en mi domicilio sino hasta después de aparcarme en el estacionamiento de céntrico y conocido restaurante del rumbo del Parque Juárez, donde intenté desayunar y me fue muy difícil hacerlo, porque en ese momento ya estaba sumamente tenso y desconcentrado.
¿Qué me robaron los mal nacidos merecedores de toda clase de maldiciones, improperios y palabras altisonantes? Me birlaron tres portafolios con documentos y objetos propios de mis diarias actividades; eran expedientes con informes de tipo estadístico, libretas de uso diario, varios directorios personales y oficiales, dos USB cargados de múltiples archivos, una caja de discos DVD, un miniportafolio con materiales y útiles de oficina y una pequeña calculadora de bolsillo. ¡Ah!, había también un DVD con la videograbación de la carrera del día del médico del año pasado y otro que el día del robo me hicieron favor de copiar del anterior, por lo que no pude obsequiárselo a mi amigo Rafael Aragón Kuri como eran mies mejores deseos. Otro portafolio, el más pesado contenía las últimas cinco publicaciones de National Geographic en Español y otras revistas. Como puede verse, lo que se llevaron los ladrones no tenía el valor que pensaron y seguramente esa misma noche casi todo fue destruido o aventado en cualquier lugar. Pero para mí fue el acabose físico y mental y... la impotencia total.
¿Dónde fue?, me ha preguntado más de uno. Y yo he contado mi desgracia a quien ha querido y tenido la paciencia de escucharme. El día del hurto para mi mala fortuna no bajé a mi domicilio las pertenencias antes descritas como siempre lo hacía. Asistí a las 20:00 horas a una cena en conocido restaurante que se localiza entre las calles de Almendros y Netzahualcóyotl. Estacioné mi auto a media cuadra, donde había suficiente luz de una lámpara pública. El ágape concluyó poco antes de las 23:00 horas y abordé mi vehículo y lo demás ya se los narré. ¿Qué siguió después? Con la mañana destrozada y como autómata me dirigí a una cristalería de automóviles, hice uso del correspondiente seguro, tuve que pagar el deducible, esperar pacientemente el trámite y de pura suerte al día siguiente me repusieron el cristal. No acudí a dar parte al MP ¿Para qué?, dicen todos con amargura e incredulidad. Esta es mi denuncia pública de un acto ruin.
Como observé que en el tiempo que estuve en la cristalería llegaron otros vehículos con el mismo problema y casi del mismo lado, pregunté a la amable jovencita que me atendió acerca de la frecuencia de estos hechos y su respuesta fue categórica: todos los días, sobre todo del centro de la ciudad y de la colonia Reforma. Estoy informado que se han colocado videocámaras en puntos estratégicos del municipio para poder detectar, entre otras cosas, ilícitos como el presente y estoy consciente de que no es posible disponer de dicha tecnología en cada calle, pero a estas alturas hay sitios que “gritan” donde ocurren delitos específicos. Algo deben implementar las autoridades, pero ya, para que esta epidemia no siga causando más víctimas y que a los cobardes malandrines se les detenga y castigue con todo el peso de la ley.
A mí me acaba de pasar el 24 de octubre; fui uno más de los automovilistas a los que la noche de ese día nuestro vehículo fue objeto del clásico “cristalazo”. ¿Cómo me fue a ocurrir a mí? me pregunté muchas veces al día siguiente, cuando me di cuenta del tremendo boquete en el cristal lateral trasero del lado del conductor. Y esta observación no fue en mi domicilio sino hasta después de aparcarme en el estacionamiento de céntrico y conocido restaurante del rumbo del Parque Juárez, donde intenté desayunar y me fue muy difícil hacerlo, porque en ese momento ya estaba sumamente tenso y desconcentrado.
¿Qué me robaron los mal nacidos merecedores de toda clase de maldiciones, improperios y palabras altisonantes? Me birlaron tres portafolios con documentos y objetos propios de mis diarias actividades; eran expedientes con informes de tipo estadístico, libretas de uso diario, varios directorios personales y oficiales, dos USB cargados de múltiples archivos, una caja de discos DVD, un miniportafolio con materiales y útiles de oficina y una pequeña calculadora de bolsillo. ¡Ah!, había también un DVD con la videograbación de la carrera del día del médico del año pasado y otro que el día del robo me hicieron favor de copiar del anterior, por lo que no pude obsequiárselo a mi amigo Rafael Aragón Kuri como eran mies mejores deseos. Otro portafolio, el más pesado contenía las últimas cinco publicaciones de National Geographic en Español y otras revistas. Como puede verse, lo que se llevaron los ladrones no tenía el valor que pensaron y seguramente esa misma noche casi todo fue destruido o aventado en cualquier lugar. Pero para mí fue el acabose físico y mental y... la impotencia total.
¿Dónde fue?, me ha preguntado más de uno. Y yo he contado mi desgracia a quien ha querido y tenido la paciencia de escucharme. El día del hurto para mi mala fortuna no bajé a mi domicilio las pertenencias antes descritas como siempre lo hacía. Asistí a las 20:00 horas a una cena en conocido restaurante que se localiza entre las calles de Almendros y Netzahualcóyotl. Estacioné mi auto a media cuadra, donde había suficiente luz de una lámpara pública. El ágape concluyó poco antes de las 23:00 horas y abordé mi vehículo y lo demás ya se los narré. ¿Qué siguió después? Con la mañana destrozada y como autómata me dirigí a una cristalería de automóviles, hice uso del correspondiente seguro, tuve que pagar el deducible, esperar pacientemente el trámite y de pura suerte al día siguiente me repusieron el cristal. No acudí a dar parte al MP ¿Para qué?, dicen todos con amargura e incredulidad. Esta es mi denuncia pública de un acto ruin.
Como observé que en el tiempo que estuve en la cristalería llegaron otros vehículos con el mismo problema y casi del mismo lado, pregunté a la amable jovencita que me atendió acerca de la frecuencia de estos hechos y su respuesta fue categórica: todos los días, sobre todo del centro de la ciudad y de la colonia Reforma. Estoy informado que se han colocado videocámaras en puntos estratégicos del municipio para poder detectar, entre otras cosas, ilícitos como el presente y estoy consciente de que no es posible disponer de dicha tecnología en cada calle, pero a estas alturas hay sitios que “gritan” donde ocurren delitos específicos. Algo deben implementar las autoridades, pero ya, para que esta epidemia no siga causando más víctimas y que a los cobardes malandrines se les detenga y castigue con todo el peso de la ley.
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