Los gandallas, un mal social.
Conducía mi automóvil a una velocidad razonable en el boulevard Eduardo Vasconcelos y a menos de 50 metros para llegar a donde confluyen las vialidades de la llamada vuelta inglesa a nivel del parque de beisbol, para mi sorpresa de pronto me vi rebasado por otro vehículo que terminó apuradamente delante del mío, con la obvia intención de ganarme el espacio. Apenas si me dio tiempo para no estamparme en contra de él y sufrir un golpe por alcance, lo que hubiera sido terrible, no por la magnitud del incidente, sino por todos los efectos que de él se derivan, máxime a una hora pico y cuando uno regresa al hogar para degustar los sagrados alimentos con la familia.
Hechos como el anterior suceden a diario, porque siempre habrá un gandalla como el del conductor del auto que les comento. Pero no es el único tipo de gandallez que uno conoce; ya hace unos años el prestigiado y ameno conductor de radio y televisión y también columnista de periódicos y revistas, Don Guillermo Ochoa, escribió en una revista de las llamadas “del corazón”, un excelente artículo que intituló: “Te conozco gandallita”. También lo escuché de viva voz en la radio. Me agradó tanto que lo adapté en presentación en power point, con alguna ampliación de mi repertorio, para poder exponerlo en cuanta reunión fuera posible, sin dejar de otorgarle el respectivo crédito al autor de tan original idea. La gran variedad de actos gandallezcos existente, sobre todo entre las sociedades subdesarrolladas como la nuestra, permite conocer hasta dónde es capaz la condición humana de actuar de manera irreflexiva, enfermiza, amoral y a tal grado que pareciera que nos movemos en un conglomerado de desadaptados sociales, de sociópatas, sin educación, sin valores, sin sentimientos hacia los demás. He aquí los tipos de gandallas más conocidos.
El que tira golpes y patadas en la bronca de un estadio escudándose en el anonimato y al llegar la policía se hecha a correr; el que empapa a las personas a propósito pasando sobre un charco de agua con su automóvil; el que fuma pero jamás compra una cajetilla de cigarrillos; el que estaciona el auto frente a la casa ajena o en un espacio destinado para personas con alguna discapacidad; el que rebasa por el acotamiento; el que llega al cine y grita a todo pulmón ¡ya llegué! y comenta a viva voz el final de la película; el que se adelanta en las colas; el colado en las fiestas; el que hurta las toallas y lo que se pueda llevar en los hoteles; el que se roba la señal de cablevisión; el que daña los teléfonos; el que ocupa dos lugares en los estacionamientos; el que rompe las lámparas públicas por mera puntada; el que pintarrajea las paredes sin ser grafiti; el que marca un número cualquiera y llama haciendo una pregunta idiota.
Otros más incluyen al que hace llamadas para denunciar un incendio o un posible atentado con una bomba, sin que existan tales hechos; el que se levanta al baño cuando viene la cuenta; quien pide prestado el celular porque siempre dice que se le acaba de agotar la tarjeta; el que junta la basura en la puerta del vecino; el que madruga para robarse el periódico ajeno; el que pega el chicle en los asientos del camión; el que llega hasta con el perico a la fiesta; el que va en su coche con el estéreo a todo volumen; el que moja el asiento del baño; el que canta con los mariachis que paga otro; el que toca el claxon un segundo después de que se pone el semáforo en verde.
Y aún hay más. El que sólo regala lo que ya no le sirve; el que pone música a todo volumen en el condominio; el que rompe un vidrio y le echa la culpa a otro; el que pasa el semáforo en rojo y se burla de los demás para sus adentros; el que provoca un accidente y niega su culpabilidad; el que vende el auto sabiendo que está dañado; el que pide un libro prestado y no lo devuelve, etc., y no señalé las demás.
El propio Guillermo Ochoa expresa finalmente “Te conozco, gandallita, te conozco…, sé que tu materia prima es el egoísmo y tu orgullo, creerte el más vivo. Jugar con ventaja, abusar. Los demás no existen, sólo tú. Las reglas no se hicieron para ti, te mueres de la risa cuando las rompes. Que Dios te ayude, porque bien sé que lo necesitas. Que Dios te guarde, ¡gandalla imbécil!”
Hechos como el anterior suceden a diario, porque siempre habrá un gandalla como el del conductor del auto que les comento. Pero no es el único tipo de gandallez que uno conoce; ya hace unos años el prestigiado y ameno conductor de radio y televisión y también columnista de periódicos y revistas, Don Guillermo Ochoa, escribió en una revista de las llamadas “del corazón”, un excelente artículo que intituló: “Te conozco gandallita”. También lo escuché de viva voz en la radio. Me agradó tanto que lo adapté en presentación en power point, con alguna ampliación de mi repertorio, para poder exponerlo en cuanta reunión fuera posible, sin dejar de otorgarle el respectivo crédito al autor de tan original idea. La gran variedad de actos gandallezcos existente, sobre todo entre las sociedades subdesarrolladas como la nuestra, permite conocer hasta dónde es capaz la condición humana de actuar de manera irreflexiva, enfermiza, amoral y a tal grado que pareciera que nos movemos en un conglomerado de desadaptados sociales, de sociópatas, sin educación, sin valores, sin sentimientos hacia los demás. He aquí los tipos de gandallas más conocidos.
El que tira golpes y patadas en la bronca de un estadio escudándose en el anonimato y al llegar la policía se hecha a correr; el que empapa a las personas a propósito pasando sobre un charco de agua con su automóvil; el que fuma pero jamás compra una cajetilla de cigarrillos; el que estaciona el auto frente a la casa ajena o en un espacio destinado para personas con alguna discapacidad; el que rebasa por el acotamiento; el que llega al cine y grita a todo pulmón ¡ya llegué! y comenta a viva voz el final de la película; el que se adelanta en las colas; el colado en las fiestas; el que hurta las toallas y lo que se pueda llevar en los hoteles; el que se roba la señal de cablevisión; el que daña los teléfonos; el que ocupa dos lugares en los estacionamientos; el que rompe las lámparas públicas por mera puntada; el que pintarrajea las paredes sin ser grafiti; el que marca un número cualquiera y llama haciendo una pregunta idiota.
Otros más incluyen al que hace llamadas para denunciar un incendio o un posible atentado con una bomba, sin que existan tales hechos; el que se levanta al baño cuando viene la cuenta; quien pide prestado el celular porque siempre dice que se le acaba de agotar la tarjeta; el que junta la basura en la puerta del vecino; el que madruga para robarse el periódico ajeno; el que pega el chicle en los asientos del camión; el que llega hasta con el perico a la fiesta; el que va en su coche con el estéreo a todo volumen; el que moja el asiento del baño; el que canta con los mariachis que paga otro; el que toca el claxon un segundo después de que se pone el semáforo en verde.
Y aún hay más. El que sólo regala lo que ya no le sirve; el que pone música a todo volumen en el condominio; el que rompe un vidrio y le echa la culpa a otro; el que pasa el semáforo en rojo y se burla de los demás para sus adentros; el que provoca un accidente y niega su culpabilidad; el que vende el auto sabiendo que está dañado; el que pide un libro prestado y no lo devuelve, etc., y no señalé las demás.
El propio Guillermo Ochoa expresa finalmente “Te conozco, gandallita, te conozco…, sé que tu materia prima es el egoísmo y tu orgullo, creerte el más vivo. Jugar con ventaja, abusar. Los demás no existen, sólo tú. Las reglas no se hicieron para ti, te mueres de la risa cuando las rompes. Que Dios te ayude, porque bien sé que lo necesitas. Que Dios te guarde, ¡gandalla imbécil!”
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