Me voy a desparasitar… (¡?)
Con cierta frecuencia he escuchado en diferentes espacios públicos, incluso en las conversaciones que se dan en el hogar, la frase con la que he titulado el presente artículo. Casi siempre dicha frase va precedida de expresiones que se relacionan con los síntomas o molestias que aquejan a quienes la pronuncian y casi toda gira en torno al aparato digestivo, particularmente a los intestinos delgado y grueso, en donde destacan los episodios de diarrea y a veces de constipación, “ruidos”, dolor abdominal, sensación de plenitud, flatulencia, etc. Algunos llegan a manifestar otro tipo de dolencias como cefalea, malestar general, náuseas, decaimiento e incluso depresión.
Y cuando alguien dice “me voy a desparasitar” es porque ya sabe el caminito, y ese es el de la automedicación con fármacos que le han recomendado sus amistades o parientes, o el que algún día le ministró un médico y por eso acude al sitio donde guarda todas sus recetas durante años. A diferencia de los medicamentos llamados “controlados” y de los antibióticos, los antiparasitarios no requieren obligatoriamente de una receta médica. En el área urbana atrás quedó la época en donde el remedio era a base de semillas de calabaza u otras hierbas, como se acostumbra todavía en el área rural; ahora las personas acuden a las farmacias para adquirir lo que se promociona en la televisión <acordarse del comercial de Televisa con la conocida conductora y filántropa Lolita Ayala: “Información que cura”>, ingiere el medicamento como está indicado y posiblemente llegue a repetirlo en unos seis meses; al respecto, hay quienes de manera religiosa lo hacen dos veces por año y así se lo dicen a los demás. Afortunadamente la industria farmacéutica ha introducido en el mercado medicamentos que con una o pocas dosis es posible eliminar prácticamente a la mayoría de los parásitos intestinales; de ahí su relativo éxito comercial.
Sin embargo, tengo la certeza de que quienes se “curan” por sí solos únicamente consideran que han eliminado “lombrices” y que, como es lógico, desconocen la enorme variedad de seres macroscópicos o pluricelulares que suelen poblar el interior de los intestinos, y si migran de ellos hacia el hígado, los conductos colédoco y pancreático, el apéndice y los pulmones, obstruyendo o sirviendo de paso para continuar su incierto recorrido en nuestro organismo.
Las parasitosis intestinales se observan en todo el país, aunque las condiciones ambientales de las regiones cálidas y húmedas permiten que algunas de ellas sean endémicas, tal es el caso de la Tricocefalosis y de la Anquilostomiasis (Uncinariasis y la Necatoriasis). La mayoría ocurre en regiones subtropicales y templadas. Son también frecuentes las parasitosis múltiples, sobre todo en los niños entre los tres y ocho años de edad y no es raro que los humanos adquieran parásitos intestinales de animales domésticos como es el caso de los perros, gatos y aves de corral e incluso de las ratas, como sucede con el Dipilipidium caninum, Toxocara cannis y Diphylobotrium latum y otros céstodos. Existen parasitosis que no precisamente se desarrollan en el aparato digestivo humano, como se observa con la ingestión de pescados y aves de corral mal cocidos con larvas del Gnathostoma spinigerum, pues los parásitos pueden migrar a las vísceras y llegar incluso al cerebro.
En fin, las parasitosis intestinales no sólo son por Áscaris lumbricoides y Oxiuros, por Tenias como la solium y la saginata o la Hymenolepis nana. Generalmente tienen una evolución crónica y afectan el estado nutricional del paciente, por lo que es frecuente la anemia y el retardo en el crecimiento físico y en el desarrollo psicomotor en los niños y adolescentes. Las complicaciones de una parasitosis no tratada pueden conducir a la muerte. En algunas parasitosis los antihelmínticos tienen una utilidad cuestionable y se les considera fármacos experimentales. Pero es indudable que la inclusión de un medicamento antiparasitario dirigido a la niñez mexicana entre los dos y 14 años de edad en las Semanas Nacionales de Salud, ha sido una excelente decisión en el afán de abatir un viejo problema de salud pública.
Y cuando alguien dice “me voy a desparasitar” es porque ya sabe el caminito, y ese es el de la automedicación con fármacos que le han recomendado sus amistades o parientes, o el que algún día le ministró un médico y por eso acude al sitio donde guarda todas sus recetas durante años. A diferencia de los medicamentos llamados “controlados” y de los antibióticos, los antiparasitarios no requieren obligatoriamente de una receta médica. En el área urbana atrás quedó la época en donde el remedio era a base de semillas de calabaza u otras hierbas, como se acostumbra todavía en el área rural; ahora las personas acuden a las farmacias para adquirir lo que se promociona en la televisión <acordarse del comercial de Televisa con la conocida conductora y filántropa Lolita Ayala: “Información que cura”>, ingiere el medicamento como está indicado y posiblemente llegue a repetirlo en unos seis meses; al respecto, hay quienes de manera religiosa lo hacen dos veces por año y así se lo dicen a los demás. Afortunadamente la industria farmacéutica ha introducido en el mercado medicamentos que con una o pocas dosis es posible eliminar prácticamente a la mayoría de los parásitos intestinales; de ahí su relativo éxito comercial.
Sin embargo, tengo la certeza de que quienes se “curan” por sí solos únicamente consideran que han eliminado “lombrices” y que, como es lógico, desconocen la enorme variedad de seres macroscópicos o pluricelulares que suelen poblar el interior de los intestinos, y si migran de ellos hacia el hígado, los conductos colédoco y pancreático, el apéndice y los pulmones, obstruyendo o sirviendo de paso para continuar su incierto recorrido en nuestro organismo.
Las parasitosis intestinales se observan en todo el país, aunque las condiciones ambientales de las regiones cálidas y húmedas permiten que algunas de ellas sean endémicas, tal es el caso de la Tricocefalosis y de la Anquilostomiasis (Uncinariasis y la Necatoriasis). La mayoría ocurre en regiones subtropicales y templadas. Son también frecuentes las parasitosis múltiples, sobre todo en los niños entre los tres y ocho años de edad y no es raro que los humanos adquieran parásitos intestinales de animales domésticos como es el caso de los perros, gatos y aves de corral e incluso de las ratas, como sucede con el Dipilipidium caninum, Toxocara cannis y Diphylobotrium latum y otros céstodos. Existen parasitosis que no precisamente se desarrollan en el aparato digestivo humano, como se observa con la ingestión de pescados y aves de corral mal cocidos con larvas del Gnathostoma spinigerum, pues los parásitos pueden migrar a las vísceras y llegar incluso al cerebro.
En fin, las parasitosis intestinales no sólo son por Áscaris lumbricoides y Oxiuros, por Tenias como la solium y la saginata o la Hymenolepis nana. Generalmente tienen una evolución crónica y afectan el estado nutricional del paciente, por lo que es frecuente la anemia y el retardo en el crecimiento físico y en el desarrollo psicomotor en los niños y adolescentes. Las complicaciones de una parasitosis no tratada pueden conducir a la muerte. En algunas parasitosis los antihelmínticos tienen una utilidad cuestionable y se les considera fármacos experimentales. Pero es indudable que la inclusión de un medicamento antiparasitario dirigido a la niñez mexicana entre los dos y 14 años de edad en las Semanas Nacionales de Salud, ha sido una excelente decisión en el afán de abatir un viejo problema de salud pública.
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