Trabajar bajo presión.

Cuando fui adolescente trabajé durante tres años en una fábrica de plásticos y troquelados en la Ciudad de México; para ello tenía que levantarme a las cinco de la mañana pues el primer autobús salía de su terminal media hora más tarde y antes de las siete ya estaba puntual ingresando al inmueble, ubicado en la calle de San Antonio Abad, donde ahora es una moderna vía de tránsito conocida como Calzada de Tlalpan. Laboraba de las 7 a las 15 horas, con un receso para el almuerzo y después de algunas peripecias, a las 16 horas ya estaba sentadito en mi primera clase de la tarde en la recién inaugurada Preparatoria No. 7 de la UNAM.

Mi función en la fábrica consistía en ser auxiliar de un operador de máquina, es decir, el clásico “chalán”. Cuando recién me contrataron no recibí ninguna capacitación y entré de lleno a la “chamba”, la cual consistía en eliminar la rebaba de una canastita de plástico que la máquina escupía con una velocidad asombrosa. Aún recuerdo el sonido emitido por ese equipo, el cual lo tenía a mi lado, y sentado en un banquito me dedicaba a cumplir con mi tarea con un cuchillo rudimentario que alguna vez fue una hoja de sierra. El problema es que al principio la máquina era más veloz que yo y con angustia y desesperación observaba cómo se iban acumulando en una caja de cartón decenas de las dichosas canastitas, las que dicho sea de paso, se utilizan para vender fresas en ellas. Afortunadamente encontré la manera de eliminar la rebaba engarzando hasta diez canastas en lugar de hacerlo una por una, con lo que pronto alcancé el ritmo de la máquina y después llegué al grado de tener que esperar que se juntara una buena cantidad del producto. El caso es que en mi turno impuse récord, llenando varias cajas, lo que según me dijeron los operadores, no lo había hecho ningún trabajador.

Lo importante de esta narración es que entonces existía la figura del capataz, el que vigilaba que todo mundo estuviera en lo suyo, que no se desperdiciara tiempo, que no se diera siquiera ninguna conversación y si esta se daba era exclusivamente durante la media hora del almuerzo. Todo sudoroso y con el torso desnudo por la elevada temperatura que privaba en el ambiente, terminaba mi jornada de lunes a viernes y el sábado nos permitían concluir a la una de la tarde para luego presentarnos en la caja donde recibíamos nuestro anhelado sobre con la “raya” de la semana. Fue entonces cuando por primera vez supe lo que era trabajar bajo presión y aunque me retiré de la empresa para iniciar mi carrera de médico, considero que aquella experiencia sirvió en mi formación e influyó de manera decisiva en el desarrollo de mi vida profesional y como servidor público.

En aquel tiempo no se utilizaba el término “bajo presión” como parte de los requisitos indispensables para poder obtener un empleo. Ahora es común que aparezca en el anuncio oportuno de los periódicos o en las mismas ventanillas de las empresas públicas y privadas, formando parte de un rosario de requisitos. He aquí los más frecuentes entre las competencias solicitadas: capacidad de negociación, iniciativa, orientación o estar acostumbrado a trabajar por resultados, actitud de servicio, tolerante a la frustración, deseo de superación, excelente presentación, experiencia (deseable), facilidad de palabra, dispuesto a viajar, disponibilidad de horario, humildad (¿¡), proactivo, incluyente, saber trabajar en equipo y se ha llegado a pedir que el interesado sea carismático y no misógino. En algunos casos se añade disponer de automóvil o motocicleta y por supuesto no puede faltar la edad, la que generalmente tiene como límite los 35 años en ambos sexos y raramente se amplía hasta los 45.

Volviendo al título de este artículo, el estrés es benéfico siempre y cuando no lleve a los individuos a sufrir una neurosis y si esta persiste o se hace crónica puede contribuir al desarrollo y agravamiento de diversas enfermedades orgánicas o somáticas, estableciéndose un círculo vicioso. Lo ideal es que todo trabajador lo haga en un ambiente cálido, cordial, sin tensión, en equipo y que le permita desarrollarse a plenitud sin afectar su salud mental y corporal.

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