Vida, salud y muerte.
En fecha reciente varios pacientes de diversas edades y sexos que habían estado en una lista de espera para recibir el trasplante de un órgano, se vieron beneficiados por un solo donador; se trató de un joven que falleció en un accidente de tránsito y cuyos familiares decidieron obsequiar su corazón, el hígado, ambos riñones y también las córneas. El protocolo que se sigue en estos casos se cumplió en tiempo y forma y las imágenes de los trabajadores de la salud responsables del traslado de órganos y tejidos vitales, fueron vistas por millones en los noticieros de las cadenas de la televisión comercial. Los conductores de estas mismas volvieron a difundir, en otro momento, las escenas de los enfrentamientos bélicos que se observan en Egipto y en Siria, dando cuenta del número de muertos, heridos y desaparecidos, los que ya integran una estadística escalofriante desde que comenzaron tales hechos de violencia en esos países. Hay imágenes verdaderamente patéticas, que muestran el efecto de la barbarie humana, al provocar el caos y la desolación entre los familiares de las víctimas que son recogidas en las calles y entre los escombros, y las que todavía alcanzan a tener un lugar en los atestados hospitales que no estaban preparados para semejante contingencia provocada por la locura de los hombres.
Es el eterno contraste que vivimos los humanos en el ciclo biológico de la salud y la enfermedad, pero en este caso entre la vida, la salud y la muerte. Son situaciones difíciles de entender y aquilatar en su exacta dimensión. Porque por un lado la ciencia médica concentrada en un hospital de la más elevada especialidad, la más costosa en el mundo, lucha denodadamente para salvar la vida de los pacientes que en estado crítico son internados por sus esperanzados familiares, muchos de los cuales pierden sus bienes y sus ahorros de toda una vida, mientras que por otra parte los actos de guerra y terrorismo yugulan en una jornada de crueles batallas, decenas y a veces cientos de vidas, la mayoría de civiles, y de estos, mujeres, niños, ancianos y discapacitados.
Pero no es necesario esperar que se observen hechos de sangre como los descritos para demostrar los contrastes de nuestra dudosa civilización, porque hay otros actos eminentemente estúpidos, producto del manejo irresponsable de nuestra mente y de nuestro cuerpo, que conducen inexorablemente a la pérdida irremediable de la salud, de manera aguda o crónica, como sucede con quienes mantienen estilos de vida inapropiados aún con conocimiento de sus efectos en el mediano y largo plazo. Aquí encajan los fumadores y los adictos a drogas ilegales, los que ingieren bebidas embriagantes sin moderación, los que no incluyen la práctica diaria del ejercicio aeróbico y llevan por ende una vida sedentaria, los que consumen alimentos y bebidas chatarra sin control, los que se arrojan a la vía pública con un vehículo de motor en estado etílico y sin el cinturón de seguridad, o conducen una motocicleta sin el casco protector. Se suman los que descuidan su tratamiento médico a propósito, como ocurre con los pacientes diabéticos que terminan su vida con múltiples complicaciones, pero esta condición puede observarse con cualquier enfermedad. El caso es que cuando los afectados se deterioran tanto y están al borde de la muerte es cuando solicitan a su familia la inmediata atención médica, la que, como ya se dijo, resulta ser para entonces sumamente cara y no siempre significa la salvación del paciente.
Tales hechos nos mueven y conmueven y nos conducen, en un momento dado, a la reflexión, cuando los individuos, la mayoría jóvenes, deciden quitarse la vida, o cuando nos enteramos que una decena, también de jóvenes, fueron asesinados y decapitados a mansalva por integrantes del crimen organizado, o cuando los medios nos informan de mujeres que deciden asesinar a su recién nacido y desaparecerlo de inmediato. Todas las situaciones a que me he referido son unos cuantos ejemplos de nuestro mundo de contrastes, en el que realmente la relación entre la vida, la salud y la muerte pende de un hilo muy delgado. A pesar de ello vale la pena vivir.
Es el eterno contraste que vivimos los humanos en el ciclo biológico de la salud y la enfermedad, pero en este caso entre la vida, la salud y la muerte. Son situaciones difíciles de entender y aquilatar en su exacta dimensión. Porque por un lado la ciencia médica concentrada en un hospital de la más elevada especialidad, la más costosa en el mundo, lucha denodadamente para salvar la vida de los pacientes que en estado crítico son internados por sus esperanzados familiares, muchos de los cuales pierden sus bienes y sus ahorros de toda una vida, mientras que por otra parte los actos de guerra y terrorismo yugulan en una jornada de crueles batallas, decenas y a veces cientos de vidas, la mayoría de civiles, y de estos, mujeres, niños, ancianos y discapacitados.
Pero no es necesario esperar que se observen hechos de sangre como los descritos para demostrar los contrastes de nuestra dudosa civilización, porque hay otros actos eminentemente estúpidos, producto del manejo irresponsable de nuestra mente y de nuestro cuerpo, que conducen inexorablemente a la pérdida irremediable de la salud, de manera aguda o crónica, como sucede con quienes mantienen estilos de vida inapropiados aún con conocimiento de sus efectos en el mediano y largo plazo. Aquí encajan los fumadores y los adictos a drogas ilegales, los que ingieren bebidas embriagantes sin moderación, los que no incluyen la práctica diaria del ejercicio aeróbico y llevan por ende una vida sedentaria, los que consumen alimentos y bebidas chatarra sin control, los que se arrojan a la vía pública con un vehículo de motor en estado etílico y sin el cinturón de seguridad, o conducen una motocicleta sin el casco protector. Se suman los que descuidan su tratamiento médico a propósito, como ocurre con los pacientes diabéticos que terminan su vida con múltiples complicaciones, pero esta condición puede observarse con cualquier enfermedad. El caso es que cuando los afectados se deterioran tanto y están al borde de la muerte es cuando solicitan a su familia la inmediata atención médica, la que, como ya se dijo, resulta ser para entonces sumamente cara y no siempre significa la salvación del paciente.
Tales hechos nos mueven y conmueven y nos conducen, en un momento dado, a la reflexión, cuando los individuos, la mayoría jóvenes, deciden quitarse la vida, o cuando nos enteramos que una decena, también de jóvenes, fueron asesinados y decapitados a mansalva por integrantes del crimen organizado, o cuando los medios nos informan de mujeres que deciden asesinar a su recién nacido y desaparecerlo de inmediato. Todas las situaciones a que me he referido son unos cuantos ejemplos de nuestro mundo de contrastes, en el que realmente la relación entre la vida, la salud y la muerte pende de un hilo muy delgado. A pesar de ello vale la pena vivir.
No hay comentarios.: