Cólera: no nos confiemos.
En un artículo que escribí en el mes de enero del 2010 expresé que las epidemias en los campamentos de damnificados por el terrible terremoto en Haití, representaban una de las más graves amenazas para la población de ese país en el corto plazo; meses después, en octubre para ser más preciso, comenté en otro artículo que el tiempo me había dado la razón al haberse declarado oficialmente un brote epidémico de Cólera en esa nación, con más de tres mil personas hospitalizadas y alrededor de 300 defunciones. La enfermedad, de la que no se tenía registro de casos en los 100 años previos, llegó para quedarse en Haití y se volvió endémica; a fines del 2012 tras el paso del devastador Huracán “Sandy”, más de 607 mil personas habían sufrido la enfermedad y el número de muertos ascendía a 7 mil 626, cifra que se elevó a poco más de 8 mil a marzo del presente año. Existían y persisten hasta la fecha factores condicionantes propios de un país pobre, donde se vive de manera precaria y la falta de higiene es el común denominador, para que el Cólera continúe sumando enfermos y defunciones.
En el último artículo señalado hice referencia a que el Cólera es tan antiguo que existe registro de él en la India y en el Tíbet desde el siglo IV a.C. Al respecto, hay una inscripción en un templo de esa época que describe la enfermedad de manera impresionante: “Los labios azules, la cara macilenta, los ojos hundidos, las extremidades contraídas y arrugadas como por obra del fuego: estos son los signos de la gran enfermedad que, invocada por una maldición sacerdotal, baja a matar a los valientes”. Más adelante comenté que tal inscripción coincidía de manera precisa con la versión que tenemos acerca de la sintomatología que presentó el inglés William Sproat, quien a sus 60 años se encontraba sano y trabajaba en el transporte de carbón en Sunderland en el otoño de 1831. Por esas fechas la charla en las tabernas de esa localidad británica incluía la noticia de que el Cólera ya había llegado a Inglaterra procedente de Europa y que la ola epidémica provenía desde el continente asiático; sin embargo, la población en general no daba crédito a lo que consideraba como meras especulaciones.
La realidad es que Sproat cayó enfermo; por varios días presentó molestias abdominales y frecuentes accesos de diarrea, lo que lo llevó a dejar de trabajar; al concluir la semana volvió a padecer calambres, calosfríos y diarrea intensa. El cuadro clínico empeoró, el pulso del paciente se volvió casi imperceptible, sus extremidades estaban casi frías, la piel se volvió reseca, se le hundieron los ojos, los labios adquirieron un color azulado, las facciones se le habían contraído, hablaba susurros, los vómitos y evacuaciones se volvieron violentos, se le acalambraron las pantorrillas y su estado general era de total abatimiento y postración; luego entró en coma y murió el siguiente miércoles. Los médicos que lo atendieron opinaron que había contraído el temible mal; 24 horas después su hijo y su nieta fallecieron de la misma manera. Así arribó el Cólera a Inglaterra y pocos creían que llegaría.
En México, al igual que Haití, no se recordaban casos y defunciones por Cólera desde finales del siglo XIX, hasta que reapareció el 17 de junio de 1991 en un individuo de 68 años, residente de la localidad de San Miguel Totolmaloya, municipio de Sultepec, Estado de México. A partir de ese caso se extendió la enfermedad en una ola epidémica expansiva al interior del país; Oaxaca no escapó a la misma. En el primer año ocurrieron un mil 88 casos y hasta el año 2012 se habían registrado alrededor de 100 mil, siendo la cifra más grande en el año de 1998 con casi 46 mil. A la fecha se han confirmado 46 casos, 44 en el Estado de Hidalgo y dos en el Distrito Federal. ¡Cuidado!
Hay que recordar que la enfermedad se puede prevenir con las recomendaciones básicas: lavado correcto de manos, desinfección de frutas y verduras y mantener la cloración del agua, pues la transmisión es fecal-oral. Si se sufre de un cuadro diarreico agudo hay que acudir de inmediato a la unidad médica más cercana para la valoración pertinente. Hay que insistir en ello por todos los medios a nuestro alcance.
En el último artículo señalado hice referencia a que el Cólera es tan antiguo que existe registro de él en la India y en el Tíbet desde el siglo IV a.C. Al respecto, hay una inscripción en un templo de esa época que describe la enfermedad de manera impresionante: “Los labios azules, la cara macilenta, los ojos hundidos, las extremidades contraídas y arrugadas como por obra del fuego: estos son los signos de la gran enfermedad que, invocada por una maldición sacerdotal, baja a matar a los valientes”. Más adelante comenté que tal inscripción coincidía de manera precisa con la versión que tenemos acerca de la sintomatología que presentó el inglés William Sproat, quien a sus 60 años se encontraba sano y trabajaba en el transporte de carbón en Sunderland en el otoño de 1831. Por esas fechas la charla en las tabernas de esa localidad británica incluía la noticia de que el Cólera ya había llegado a Inglaterra procedente de Europa y que la ola epidémica provenía desde el continente asiático; sin embargo, la población en general no daba crédito a lo que consideraba como meras especulaciones.
La realidad es que Sproat cayó enfermo; por varios días presentó molestias abdominales y frecuentes accesos de diarrea, lo que lo llevó a dejar de trabajar; al concluir la semana volvió a padecer calambres, calosfríos y diarrea intensa. El cuadro clínico empeoró, el pulso del paciente se volvió casi imperceptible, sus extremidades estaban casi frías, la piel se volvió reseca, se le hundieron los ojos, los labios adquirieron un color azulado, las facciones se le habían contraído, hablaba susurros, los vómitos y evacuaciones se volvieron violentos, se le acalambraron las pantorrillas y su estado general era de total abatimiento y postración; luego entró en coma y murió el siguiente miércoles. Los médicos que lo atendieron opinaron que había contraído el temible mal; 24 horas después su hijo y su nieta fallecieron de la misma manera. Así arribó el Cólera a Inglaterra y pocos creían que llegaría.
En México, al igual que Haití, no se recordaban casos y defunciones por Cólera desde finales del siglo XIX, hasta que reapareció el 17 de junio de 1991 en un individuo de 68 años, residente de la localidad de San Miguel Totolmaloya, municipio de Sultepec, Estado de México. A partir de ese caso se extendió la enfermedad en una ola epidémica expansiva al interior del país; Oaxaca no escapó a la misma. En el primer año ocurrieron un mil 88 casos y hasta el año 2012 se habían registrado alrededor de 100 mil, siendo la cifra más grande en el año de 1998 con casi 46 mil. A la fecha se han confirmado 46 casos, 44 en el Estado de Hidalgo y dos en el Distrito Federal. ¡Cuidado!
Hay que recordar que la enfermedad se puede prevenir con las recomendaciones básicas: lavado correcto de manos, desinfección de frutas y verduras y mantener la cloración del agua, pues la transmisión es fecal-oral. Si se sufre de un cuadro diarreico agudo hay que acudir de inmediato a la unidad médica más cercana para la valoración pertinente. Hay que insistir en ello por todos los medios a nuestro alcance.
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