Los Diez Mandamientos.
En la extraordinaria y conmovedora película producida y dirigida por Cecil B. De Mille en 1956, Los Diez Mandamientos, (en inglés The Ten Commandments), Moisés, cuyo nombre significa “salvado de las aguas”, de la mano de Dios logra la ansiada libertad del pueblo hebreo que estaba sojuzgado por los egipcios, iniciando un éxodo que duraría 40 años, para, finalmente, llegar a la tierra prometida, aunque en el largo y sinuoso trayecto morirían muchos de los que algún día fueran esclavos en Egipto. En la épica versión cinematográfica, seguramente más de cuatro lectores recordarán el extraordinario reparto que engalanó tan laureada cinta, destacando en ella Charlton Heston, como el majestuoso patriarca Moisés, Yul Brynner, quien interpretó magníficamente al pétreo e inconmovible faraón Ramsés II, los que fueron acompañados de actrices y actores de la talla de Anne Baxter, en su papel de Nefertari, Debra Paget, como Lilia, Edward G. Robinson, como Datán, John Derek, como Josué e Yvonne de Carlo, como Sepora, esposa de Moisés.
En dicha película, se observa uno de las escenas más espectaculares e inolvidables para los que tuvimos el privilegio de verla por primera vez a fines de los años 50´s, se trata del momento en donde Moisés deja a su pueblo en las faldas de la montaña sagrada del Sinaí, de la Península del mismo nombre, y sube solo hasta la parte más elevada de la montaña, a donde Dios le ha llamado y conducido para hablar con él, y luego de encender un zarzal, a base de lenguas de fuego que emergen de la nada, como si fueran los dedos de su mano, graba sobre piedra uno a uno los Diez Mandamientos que deberán regir la vida del pueblo de Israel, y al concluir, redondea su obra al taladrar las rocas, dándole la exacta forma de dos tablillas, las que son tomadas por Moisés una vez que le ordena Dios que se las lleve a su pueblo, diciéndole: “Baja porque tu pueblo se ha corrompido”. Al bajar aquel, se encuentra con la novedad que luego de los 40 días que se ha ausentó de su comunidad, esta lo cree desaparecido o muerto, desatándose las más bajas pasiones, el crimen, el libertinaje, los siete pecados capitales y por supuesto la corrupción total de la carne y de la mente, siendo su líder el viejo Datán, quien les ordena la construcción de un becerro de oro para adorarlo y ofrecerle sacrificios humanos. Al ver aquello, Moisés monta en ira, arroja sobre la estatua las bíblicas tablas para destruirla y llevado por la mano de Dios termina por dividir a los insubordinados en dos grupos, unos que finalmente le siguen y le piden perdón y otros que determinan continuar con Datán, pero que reciben el castigo divino al ser exterminados de manera violenta. Los primeros, son los que en otra impresionante escena atraviesan milagrosamente el Mar Rojo para continuar felizmente su camino, mientras que las aguas se tragan al ejército de Ramsés que no logra su propósito de detenerlos.
Hoy, pareciera que una vez más la humanidad, y particularmente la que habita nuestro país, se ha corrompido brutalmente, pues nuestra sociedad huele a descomposición, a carroña infecta y los jinetes que conducen la tétrica carroza de la muerte lo hacen por casi todo el país, dejando su huella de sangre, de dolor y desolación en los familiares y en la sociedad. ¿A qué becerro de oro adoran ahora los implicados en tanto crimen y quien o quienes son el moderno Datán que los incita, dirige y les paga por ello?
Hablamos de la pérdida o ausencia de valores, que lo que hoy vivimos es producto de múltiples factores, entre los que destacan la sobrepoblación, desempleo, inseguridad, impunidad y la corrupción. Lo cierto es que hay maldad y malosos por doquier; alguien diría que más les valdría no haber nacido y que son la podredumbre de la sociedad, pero ahí están y nos sentimos inermes, temerosos, desprotegidos, inseguros, a la espera de ser una próxima víctima; lo terrible es que sentimos que no hay quien nos defienda y nos haga justicia. Lo amargo es que como sociedad estamos fallando y no se ve una luz en el camino. En México, ¿Podremos aspirar realmente a que las generaciones arriben a un modelo de vida superior, y que la justicia que impere no sea una mera utopía, como lo es en la actualidad?
En dicha película, se observa uno de las escenas más espectaculares e inolvidables para los que tuvimos el privilegio de verla por primera vez a fines de los años 50´s, se trata del momento en donde Moisés deja a su pueblo en las faldas de la montaña sagrada del Sinaí, de la Península del mismo nombre, y sube solo hasta la parte más elevada de la montaña, a donde Dios le ha llamado y conducido para hablar con él, y luego de encender un zarzal, a base de lenguas de fuego que emergen de la nada, como si fueran los dedos de su mano, graba sobre piedra uno a uno los Diez Mandamientos que deberán regir la vida del pueblo de Israel, y al concluir, redondea su obra al taladrar las rocas, dándole la exacta forma de dos tablillas, las que son tomadas por Moisés una vez que le ordena Dios que se las lleve a su pueblo, diciéndole: “Baja porque tu pueblo se ha corrompido”. Al bajar aquel, se encuentra con la novedad que luego de los 40 días que se ha ausentó de su comunidad, esta lo cree desaparecido o muerto, desatándose las más bajas pasiones, el crimen, el libertinaje, los siete pecados capitales y por supuesto la corrupción total de la carne y de la mente, siendo su líder el viejo Datán, quien les ordena la construcción de un becerro de oro para adorarlo y ofrecerle sacrificios humanos. Al ver aquello, Moisés monta en ira, arroja sobre la estatua las bíblicas tablas para destruirla y llevado por la mano de Dios termina por dividir a los insubordinados en dos grupos, unos que finalmente le siguen y le piden perdón y otros que determinan continuar con Datán, pero que reciben el castigo divino al ser exterminados de manera violenta. Los primeros, son los que en otra impresionante escena atraviesan milagrosamente el Mar Rojo para continuar felizmente su camino, mientras que las aguas se tragan al ejército de Ramsés que no logra su propósito de detenerlos.
Hoy, pareciera que una vez más la humanidad, y particularmente la que habita nuestro país, se ha corrompido brutalmente, pues nuestra sociedad huele a descomposición, a carroña infecta y los jinetes que conducen la tétrica carroza de la muerte lo hacen por casi todo el país, dejando su huella de sangre, de dolor y desolación en los familiares y en la sociedad. ¿A qué becerro de oro adoran ahora los implicados en tanto crimen y quien o quienes son el moderno Datán que los incita, dirige y les paga por ello?
Hablamos de la pérdida o ausencia de valores, que lo que hoy vivimos es producto de múltiples factores, entre los que destacan la sobrepoblación, desempleo, inseguridad, impunidad y la corrupción. Lo cierto es que hay maldad y malosos por doquier; alguien diría que más les valdría no haber nacido y que son la podredumbre de la sociedad, pero ahí están y nos sentimos inermes, temerosos, desprotegidos, inseguros, a la espera de ser una próxima víctima; lo terrible es que sentimos que no hay quien nos defienda y nos haga justicia. Lo amargo es que como sociedad estamos fallando y no se ve una luz en el camino. En México, ¿Podremos aspirar realmente a que las generaciones arriben a un modelo de vida superior, y que la justicia que impere no sea una mera utopía, como lo es en la actualidad?
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