El muro del odio.

Desde mi infancia, recuerdo que era muy frecuente y hasta “normal”, que miles de mexicanos se trasladaran hacia los Estados Unidos de Norteamérica; muchos de ellos se quedaron a vivir ahí y la mayoría iba y venía por temporadas, mientras se cosechaba lo que les producía más ganancias a los ricos agricultores del vecino país del norte. No fueron unos cuantos los que decidieron regresar por esposa e hijos, y a lo largo de la costa este de ese país se afincaron en infinidad de localidades, pero muy inteligentemente adoptaron las dos nacionalidades, lo que les valió disponer de documentos con los que fácilmente pudieran ir y venir a sus terruños de origen, principalmente durante las festividades de tipo religioso o de fin de año. Los pequeños hijos de esos primeros migrantes de mediados del siglo pasado o los que ya nacieron en los Estados Unidos, fueron inducidos por sus padres para modificar su estatus de vida, enviándolos a escuelas, observando que aprendieran y dominaran el idioma inglés, lo que llevó a que las nuevas generaciones de jóvenes de origen mexicano llegara a realizar estudios de nivel superior y comenzara a proyectarse entre los estratos sociales, académicos y políticos de esa gran nación.

Otros paisanos decidieron no dedicarse a las labores agrícolas, incursionando en infinidad de artes y oficios, principalmente los que tienen que ver con la gastronomía. Hay tantas anécdotas y experiencias de vida que son muy conmovedoras. Pero nuestra gente se fue desplazando a otras ciudades y condados de la gran diversidad americana, extendiéndose su participación en la economía norteamericana y fortaleciéndose de modo creciente como uno de los grupos sociales más sólidos. Sin embargo, las políticas erróneas de los gobiernos mexicanos respecto al desarrollo de las actividades primarias, sobre todo la agricultura, por fomentar la industrialización del país, trajeron como consecuencia costos catastróficos que hoy nos pegan tremendamente en el rostro. Hace 40 años la Dra. Adeline P. Saterwaite, Consultora del Population Council, con sede en Nueva York, me comentó que le parecía ridículo que México no hubiera industrializado su agricultura, en una época en la que hasta nos dábamos el lujo de exportar granos y semillas, porque, dijo, están invirtiendo sus recursos en otro tipo de industria, cuando debiera ser al revés; puso como ejemplo a su país, que hizo precisamente lo contrario de México y por ello es la gran potencia que es en el mundo.

Como consecuencia de lo anterior nuestra agricultura se hundió; hoy tenemos que exportar muchos alimentos del campo. Los campesinos, con nivel escolar bajo huyeron despavoridos de sus tierras a donde creen encontrar el sustento para ellos y sus familias, desintegrándose terriblemente miles de hogares. Muchos de los que han podido cruzar la frontera llevan una doble vida, con esposa e hijos en su estado natal a la que han surtido de billetes verdes con una determinada periodicidad, y con una nueva familia, que formaron en la Unión Americana. La situación ha cambiado radicalmente en los últimos 75 años. Todos los que no pueden o no quieren desarrollarse en México anhelan por lo que pomposamente han llamado “El sueño americano”, el que realmente es una mera utopía y desilusión para la mayoría de los parias que logran llegar a ese destino. Miles han muerto en esa empresa. ¿Cuál será la verdadera composición de esa entramada social de mexicanos?

No deberíamos sentirnos orgullosos por los miles de millones de dólares que envían a los suyos nuestros connacionales, antes al contrario, es una vergüenza que tengamos que depender como país de esas remesas. La intervención del gobierno federal tiene que estar dirigida a un cambio total de rumbo, un cambio que evite que más mexicanos expongan su vida para entrar de indocumentados a los Estados Unidos. Los que ya están allá no lo podemos evitar; menos a los que Donald Trump pretende deportar ipso facto. La respuesta debe dirigirse a impulsar lo nuestro, a industrializar el campo, a ofertar trabajo aquí, a evitar tanto derroche y la corrupción. Ya basta de tanta simulación y verborrea inútil Basta ya de tanta humillación.

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