¡Ánimo compatriotas!
Generalmente, después de un cataclismo como el que nos ha impactado en este trágico septiembre, sea un desastre natural o producido directamente por los seres humanos, se procede a realizar un recuento de los daños en cuanto a vidas perdidas, personas lesionadas, número de damnificados, inmuebles colapsados y de aquellos con un gran deterioro en sus estructuras e instalaciones, equipamiento urbano afectado, y el costo estimado de la hecatombe. Ojalá que como sociedad pudiéramos realmente aprender de las lecciones que nos da la vida en común, con el propósito de mejorar las condiciones que permitan enfrentar con mayor eficiencia eventos de gran magnitud que ocurran en el futuro próximo. La terrible experiencia que hemos vivido en tan breve tiempo, nos vino a recordar algunas situaciones que nuevamente se han hecho públicas, como la impresionante demostración de extraordinaria solidaridad humana, la cual no es privativa de nuestro país, como se ha difundido de manera profusa, porque dicha manifestación inmediata de voluntario apoyo se ha observado desde siempre después de una gran desastre en otras naciones del orbe; diríase que esa actitud de ayuda desinteresada sin esperar nada a cambio, es inherente a la condición humana.
Otro hecho a resaltar ha sido el rescate de víctimas con vida, aún después de muchos días de angustiosa espera y de impresionantes esfuerzos de voluntarios y de los equipos humanos y caninos de salvamento especializado. En este renglón cabe también la recuperación de los cadáveres de las personas y animales domésticos que fallecieron de súbito o en el transcurso de varios días, acto que obliga, por elemental ética, al retraso de las maniobras de demolición de los inmuebles colapsados y por ende a la actualización del reglamento de construcción y la estricta vigilancia en su aplicación, a la brevedad posible.
No se puede soslayar la atención médica a los miles de lesionados en condiciones adversas para los propios trabajadores de la salud y la aparición del trastorno de estrés postraumático en las víctimas directas del desastre y a las que afortunadamente solo sufrimos el terrible susto, situación que se agudiza, debido, en gran medida, a otra expresión del comportamiento humano, la curiosidad y, si se vale decirlo, el morbo, pues las personas se mantienen a la expectativa de manera constante, sometiendo su mente a horas enteras al conocimiento de noticias sobre el tema. Por otra parte, es lamentable que aún no dispongamos en México de estrategias que permitan la disposición inmediata de campamentos con equipamiento decoroso y confortable, para el uso inmediato de las familias y personas damnificadas, donde se les brinde una atención integral, que incluya los tres alimentos, durante el tiempo que sea necesario para su reincorporación al tejido social, y además se garantice la protección de los bienes que pudieron recuperar.
Se han observado otras circunstancias que tampoco son particulares de México: los actos demagógicos de nefastos personajes que se aprovechan del dolor humano para satisfacer propósitos personales, así como las acciones de rapiña, las que difícilmente se pueden controlar, aún en las naciones más desarrolladas. También hay que agregar el gran movimiento social denominado “acopio”, en el que todo mundo monta sin control, su propio centro de colecta, y la llegada de la generosa ayuda internacional. Sin organización, esos apoyos terminan por convertirse en un caos y en propiedad de bastardos intereses en detrimento de la credibilidad de la población.
Si de reconstrucción se trata, los recursos gubernamentales no serán suficientes para atender semejante necesidad social que incluye miles de viviendas, edificios de oficinas públicas y privadas, hospitales, centros de salud, escuelas, mercados, templos, reposición de puentes, reparación de carreteras y de los sistemas de drenaje y agua potable, etc.; prometer que sí se logrará, por ahora es tan solo una utopía y el tiempo para lograrlo es una incógnita. Para la población afectada este será un parteaguas en su vida, pero finalmente se pondrá de pie. México también. ¡Ánimo compatriotas!
Otro hecho a resaltar ha sido el rescate de víctimas con vida, aún después de muchos días de angustiosa espera y de impresionantes esfuerzos de voluntarios y de los equipos humanos y caninos de salvamento especializado. En este renglón cabe también la recuperación de los cadáveres de las personas y animales domésticos que fallecieron de súbito o en el transcurso de varios días, acto que obliga, por elemental ética, al retraso de las maniobras de demolición de los inmuebles colapsados y por ende a la actualización del reglamento de construcción y la estricta vigilancia en su aplicación, a la brevedad posible.
No se puede soslayar la atención médica a los miles de lesionados en condiciones adversas para los propios trabajadores de la salud y la aparición del trastorno de estrés postraumático en las víctimas directas del desastre y a las que afortunadamente solo sufrimos el terrible susto, situación que se agudiza, debido, en gran medida, a otra expresión del comportamiento humano, la curiosidad y, si se vale decirlo, el morbo, pues las personas se mantienen a la expectativa de manera constante, sometiendo su mente a horas enteras al conocimiento de noticias sobre el tema. Por otra parte, es lamentable que aún no dispongamos en México de estrategias que permitan la disposición inmediata de campamentos con equipamiento decoroso y confortable, para el uso inmediato de las familias y personas damnificadas, donde se les brinde una atención integral, que incluya los tres alimentos, durante el tiempo que sea necesario para su reincorporación al tejido social, y además se garantice la protección de los bienes que pudieron recuperar.
Se han observado otras circunstancias que tampoco son particulares de México: los actos demagógicos de nefastos personajes que se aprovechan del dolor humano para satisfacer propósitos personales, así como las acciones de rapiña, las que difícilmente se pueden controlar, aún en las naciones más desarrolladas. También hay que agregar el gran movimiento social denominado “acopio”, en el que todo mundo monta sin control, su propio centro de colecta, y la llegada de la generosa ayuda internacional. Sin organización, esos apoyos terminan por convertirse en un caos y en propiedad de bastardos intereses en detrimento de la credibilidad de la población.
Si de reconstrucción se trata, los recursos gubernamentales no serán suficientes para atender semejante necesidad social que incluye miles de viviendas, edificios de oficinas públicas y privadas, hospitales, centros de salud, escuelas, mercados, templos, reposición de puentes, reparación de carreteras y de los sistemas de drenaje y agua potable, etc.; prometer que sí se logrará, por ahora es tan solo una utopía y el tiempo para lograrlo es una incógnita. Para la población afectada este será un parteaguas en su vida, pero finalmente se pondrá de pie. México también. ¡Ánimo compatriotas!
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