Naturaleza ¿asesina?
En las notas periodísticas es frecuente encontrar expresiones tendientes a culpar a la naturaleza de los daños ocasionados a los seres humanos, cuando aquella deja ver su capacidad destructiva, ocasionando tremendas y letales catástrofes, que resultan en elevadas pérdidas de vidas y en la economía de los países o regiones afectados. Desastres naturales como los terremotos, las inundaciones y tsunamis, como resultado del efecto devastador de huracanes y sus equivalentes, tormentas y depresiones tropicales, trombas y tornados, deslizamientos de tierra y lodo, aludes de nieve, erupciones volcánicas, etc., han cobrado cientos de miles de víctimas desde que se tiene memoria de tales cataclismos, e incluso han sepultado pueblos enteros en los cinco continentes.
Las calificaciones contra la naturaleza, “la mala de la película”, “la villana”, han sido y son sumamente duras, tildándola de una asesina que se ensaña con las comunidades más vulnerables. Nada más falso y alejado de la realidad. Lo que pasa es que los humanos somos los que desafiamos consciente o inconscientemente a la naturaleza cuando construimos nuestros hogares, inmuebles y toda clase de infraestructura prácticamente al nivel del mar, en sitios donde históricamente cada determinado tiempo arriba de manera violenta un meteoro marino; también cuando, además, las viviendas se edifican con materiales que las hacen sumamente vulnerables a los efectos de toda clase de fenómenos naturales o sin más no cumplen con las especificaciones de construcción existentes para sitios de elevada sismicidad. Otro ejemplo lo representan las construcciones en las laderas de cerros y montañas o en la periferia de los ríos, aunque estos aumenten su caudal de manera temporal en época de lluvias.
Hay países que han aprendido de las dolorosas experiencias que han vivido, lo que les ha permitido mejorar ostensiblemente sus planes y programas de protección civil, pero también hay otros que sufren una y otra vez las contingencias causantes de desastres y continúan igual, como una especie de temerario desafío a la naturaleza o simplemente por no existir o aplicar una cultura de protección civil.
En 1974 fui comisionado a la costa oaxaqueña, cuando el huracán “Dolores” causó estragos superlativos en esta y en las del vecino Estado de Guerrero. La Secretaría de la Defensa Nacional, por medio de su zona militar en Puerto Escondido, me apoyó varios días con el traslado a las localidades afectadas mediante un helicóptero, porque por tierra era una labor imposible de realizar, pues las carreteras, puentes y caminos vecinales habían sufrido severos daños; solo así pude coordinar las acciones de prevención y atención sanitario asistencial en esa región. Casi 25 años después volví a la costa con motivo de los efectos del huracán “Paulina”, categoría 4, pero en esa ocasión, con personal de la Dirección de Regulación y Fomento Sanitario de los SSO nos sumamos en equipo con el de otras áreas de estos últimos, y con el de otras dependencias estatales y federales.
El meteoro causó alrededor de 400 defunciones; cerca de 300 mil personas quedaron sin hogar; las pérdidas económicas se estimaron en 7.5 mil millones de pesos, al inundarse los campos de diversos cultivos y al morir ahogadas cientos de cabezas de ganado doméstico y de otros animales de corral, los que tuvieron que ser rociados con cal y en su caso incinerados o sepultados; además se verificó el estado de los pozos de agua para consumo humano, se agregaron cloro y plata coloidal y se desarrollaron medidas de control y capacitación a los preparadores de alimentos, así como de promoción, educación y fomento de la salud.
Esas y otras experiencias me permiten opinar con fundamento acerca del tema. Además, entre 1984 y 1986 actué como coordinador operativo de la Comisión estatal para la prevención, control, y atención de desastres, bajo la rectoría de los SSO, después de haber asistido a un curso internacional en la materia organizado por la OPS/OMS en la ciudad de la Paz, Baja California Sur. Paisanos de la región del Istmo, es tiempo de reconstruir, pero para evitar en lo sucesivo una desgracia de las actuales dimensiones.
Las calificaciones contra la naturaleza, “la mala de la película”, “la villana”, han sido y son sumamente duras, tildándola de una asesina que se ensaña con las comunidades más vulnerables. Nada más falso y alejado de la realidad. Lo que pasa es que los humanos somos los que desafiamos consciente o inconscientemente a la naturaleza cuando construimos nuestros hogares, inmuebles y toda clase de infraestructura prácticamente al nivel del mar, en sitios donde históricamente cada determinado tiempo arriba de manera violenta un meteoro marino; también cuando, además, las viviendas se edifican con materiales que las hacen sumamente vulnerables a los efectos de toda clase de fenómenos naturales o sin más no cumplen con las especificaciones de construcción existentes para sitios de elevada sismicidad. Otro ejemplo lo representan las construcciones en las laderas de cerros y montañas o en la periferia de los ríos, aunque estos aumenten su caudal de manera temporal en época de lluvias.
Hay países que han aprendido de las dolorosas experiencias que han vivido, lo que les ha permitido mejorar ostensiblemente sus planes y programas de protección civil, pero también hay otros que sufren una y otra vez las contingencias causantes de desastres y continúan igual, como una especie de temerario desafío a la naturaleza o simplemente por no existir o aplicar una cultura de protección civil.
En 1974 fui comisionado a la costa oaxaqueña, cuando el huracán “Dolores” causó estragos superlativos en esta y en las del vecino Estado de Guerrero. La Secretaría de la Defensa Nacional, por medio de su zona militar en Puerto Escondido, me apoyó varios días con el traslado a las localidades afectadas mediante un helicóptero, porque por tierra era una labor imposible de realizar, pues las carreteras, puentes y caminos vecinales habían sufrido severos daños; solo así pude coordinar las acciones de prevención y atención sanitario asistencial en esa región. Casi 25 años después volví a la costa con motivo de los efectos del huracán “Paulina”, categoría 4, pero en esa ocasión, con personal de la Dirección de Regulación y Fomento Sanitario de los SSO nos sumamos en equipo con el de otras áreas de estos últimos, y con el de otras dependencias estatales y federales.
El meteoro causó alrededor de 400 defunciones; cerca de 300 mil personas quedaron sin hogar; las pérdidas económicas se estimaron en 7.5 mil millones de pesos, al inundarse los campos de diversos cultivos y al morir ahogadas cientos de cabezas de ganado doméstico y de otros animales de corral, los que tuvieron que ser rociados con cal y en su caso incinerados o sepultados; además se verificó el estado de los pozos de agua para consumo humano, se agregaron cloro y plata coloidal y se desarrollaron medidas de control y capacitación a los preparadores de alimentos, así como de promoción, educación y fomento de la salud.
Esas y otras experiencias me permiten opinar con fundamento acerca del tema. Además, entre 1984 y 1986 actué como coordinador operativo de la Comisión estatal para la prevención, control, y atención de desastres, bajo la rectoría de los SSO, después de haber asistido a un curso internacional en la materia organizado por la OPS/OMS en la ciudad de la Paz, Baja California Sur. Paisanos de la región del Istmo, es tiempo de reconstruir, pero para evitar en lo sucesivo una desgracia de las actuales dimensiones.
No hay comentarios.: