La realidad tras el muro de Trump

Hace casi un año Donald John Trump, recién había ganado las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América, el país más poderoso del mundo. Cuando tomó posesión el viernes 20 de enero del 2017, tenía en la mente y lo expresaba una y otra vez, que haría realidad una de sus principales promesas de campaña, la construcción de un muro en la frontera, entre su país y el nuestro, para no solo controlar sino abatir el paso de indocumentados de México y de otras naciones, a los que no se cansó de denigrar y de adjudicarles de manera generalizada adjetivos que pueden englobarse como la peor lacra de la humanidad. Los avances en su política antiinmigrante se podrán observar en el 2018 cuando comience a instalarse el dichoso muro según los prototipos aprobados, el cual se complementará con otros aditamentos creados con la más alta tecnología para rastrear, de día y de noche, a quien ose retar por cualquier medio la imponente barrera física y electrónica, además de la humana, reforzada con más elementos y toda clase de vehículos de patrullaje. Ahí los drones y otras naves controladas desde tierra suministrarán información suficiente para detectar y parar en seco las aspiraciones de los miles de atrevidos que piensan todavía en el famoso “sueño americano” para cambiar sus vidas y las de sus familias.

Sin embargo, ese muro no será suficiente finalmente para el fin de su creación y si no, al tiempo. Pero como decía el extinto cantautor Juan Gabriel, “pero qué necesidad, para que tanto problema”, pues nuestros connacionales no deberían, desde hace décadas andar dando lástima, arrastrando tras de sí su eterna pobreza, su limitado o nulo nivel escolar, su desnutrición, su lamentable estatus de salud y carencia de conocimientos y experiencia por lo menos en oficios que le permitan un mejor pago por sus servicios. Su continuo arribo al país vecino del norte ha sido producto de lo que se ha denominado demográfica y socialmente como un proceso de expulsión, pues aquí sienten que permanecer en su terruño es sinónimo de miseria, de hambre, para él y los suyos. Así es que pueblos enteros de varias entidades federativas se han quedado casi sin habitantes, sobre todo de varones y jóvenes, pero también familias completas han terminado por desterrarse para ir a vivir una supuesta mejoría, aunque tenemos bien claro que esto último no ocurre con la mayoría de nuestros paisanos y que los que han alcanzado el éxito resultan ser un porcentaje casi insignificante. Sabemos que millones de mexicanos que viven en la Unión Americana permanecen en una situación precaria, discriminados y si son indocumentados todavía más, y ahora con un constante temor a ser objeto de redadas de deportación o de internamiento en las prisiones norteamericanas <más de 140 mil en el último año> y en su caso, con la consiguiente desintegración familiar. Sí, sus salarios por hora en dólares son infinitamente superiores a lo que podrían ganar en México, pero buena parte de esos ingresos los envían a sus familiares que esperan mes tras mes el depósito del llamado billete verde, para sobrevivir y aplicar el recurso sobrante en la mejora de la vivienda, en menaje de casa y tal vez para apoyar los estudios de algún miembro de la familia.

Hay, por supuesto lo que para Trump y sus seguidores son la basura que cruza la frontera; eso no se puede negar, pues existen evidencias de que efectivamente el narcotráfico, procedente de nuestro país, ha invadido a los Estados Unidos y es causa de daño irreversible en buena parte de su población. Es cierto que entre los indocumentados y los que ya viven ahí de manera regular se han colado vagos, malvivientes y delincuentes de toda talla, cuyos actos estropean la imagen de México, pero debemos aceptar que la carencia de visión y la elevada corrupción de los gobiernos mexicanos han llevado al fracaso cualquier proyecto de desarrollo dirigido a constituirnos como una potencia mundial. En el pecado llevamos la penitencia, conformándonos con un puñado de dólares que llegan en calidad de remesas, cuyo importe anual impactaría de manera estrepitosa al PIB si de golpe se dejaran de recibir. ¡Qué vergüenza! ¡Qué pena! ¡Qué clase de país tenemos!”

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