A seis meses del terremoto
Se han cumplido seis meses del terremoto de 8.2 grados en la escala de Richter, que estremeció el sureste de México casi a las 24:00 horas del siete de septiembre del 2017, sismo cuyas ondas se irradiaron hasta alcanzar el centro de la República, pero que afectó tremendamente a los Estados de Chiapas <donde se generó el fenómeno telúrico> y Oaxaca, particularmente la región del Istmo de Tehuantepec de este último. Desde entonces mucho se ha dicho y escrito acerca de lo ocurrido aquella trágica noche y del devastador panorama que los incrédulos habitantes observaron al día siguiente, al haberse colapsado miles de viviendas y deteriorado centenares de edificios públicos, principalmente escuelas, templos, hospitales y palacios municipales, además de centros comerciales y hoteles, entre otros. El terremoto, que resultó ser el más poderoso de los registrados desde 1957, provocó pánico y temor entre la población de la región de los Valles Centrales, en parte por su magnitud, pero también por su duración. Imposible olvidar la violenta manera como nos trató la madre naturaleza. La experiencia que vivimos en casa, que es de dos plantas, fue patética, pues en la desesperación de ponernos a salvo intentamos bajar las escaleras, pero el movimiento era tan fuerte que no podíamos sostenernos en pie y luego, con el efecto de la llovizna que estaba cayendo en ese momento, el pasillo adjunto a la cochera se volvió resbaladizo, más peligroso aun pues llegamos ahí sin zapatos, en la pura ropa interior. Nada más de observar el movimiento de nuestros vehículos que se mecían hacia un lado y hacia el otro, nos causaron pavor y conmoción. Parecía que en cualquier momento nuestra vivienda se vendría abajo pues sentíamos que el temblor no tenía fin. Así también ocurrió con nuestros vecinos.
En los 180 días que han transcurrido desde entonces, y luego de una cantidad de tiempo casi semejante del otro fenómeno telúrico de 7.1 grados del 19 de septiembre, que también nos cimbró a los oaxaqueños, los medios de comunicación nos han mantenido al tanto acerca de los avances en los intentos de reconstrucción en las zonas afectadas por ambos terremotos, incluidas las colonias afectadas de las delegaciones de la Ciudad de México, pero sobre todo nos hemos conmovido de las dramáticas condiciones en las que han sobrevivido miles de familias, muchas de ellas prácticamente a la intemperie, sin que se avizore en el futuro inmediato ninguna solución que venga a paliar su terrible infortunio. Perdieron su vivienda, los recursos que recibieron para su reconstrucción no han sido suficientes o simplemente no les fueron proporcionados hasta el momento, y permanecen rodeados de escombros de los que ninguna autoridad se hace cargo para retirarlos; hay que imaginar la situación de insalubridad por las deficiencias en el saneamiento básico y a estas alturas el apoyo en materia de abasto de alimentos básicos y de otro tipo prácticamente se terminó, como era lógico de esperar tras un desastre en cualquier parte del mundo, en espera de que la misma población reaccione para tratar de volver a la “normalidad” en el menor tiempo posible, en la lucha por sobrevivir.
Un desastre de esa envergadura causa un enorme daño al patrimonio de un país, sobre todo con el grado de subdesarrollo como el nuestro. Es motivo de insolvencia para poder atender la carga que representa el gasto inmediato en la etapa aguda y luego en el periodo de reconstrucción en el corto, mediano y largo plazo; lo es para las dependencias gubernamentales y también para los afectados de manera directa. Lo irremediable son las muertes que causan y una desgracia el número de víctimas con algún tipo de discapacidad. Aunque hasta la fecha los sismos son impredecibles, basta con saber el grado de daño que pueden causar a la humanidad. Los habitantes de los municipios del Istmo no recuerdan un terremoto como el de septiembre. Como pueden reconstruyen sus hogares, pero es casi seguro que la mayoría no están ajustándose a ningún reglamento que permita garantizar que nuevamente se desplomen si llega a ocurrir otro sismo severo. El hombre es el único animal en el mundo que se puede tropezar con la misma piedra.
En los 180 días que han transcurrido desde entonces, y luego de una cantidad de tiempo casi semejante del otro fenómeno telúrico de 7.1 grados del 19 de septiembre, que también nos cimbró a los oaxaqueños, los medios de comunicación nos han mantenido al tanto acerca de los avances en los intentos de reconstrucción en las zonas afectadas por ambos terremotos, incluidas las colonias afectadas de las delegaciones de la Ciudad de México, pero sobre todo nos hemos conmovido de las dramáticas condiciones en las que han sobrevivido miles de familias, muchas de ellas prácticamente a la intemperie, sin que se avizore en el futuro inmediato ninguna solución que venga a paliar su terrible infortunio. Perdieron su vivienda, los recursos que recibieron para su reconstrucción no han sido suficientes o simplemente no les fueron proporcionados hasta el momento, y permanecen rodeados de escombros de los que ninguna autoridad se hace cargo para retirarlos; hay que imaginar la situación de insalubridad por las deficiencias en el saneamiento básico y a estas alturas el apoyo en materia de abasto de alimentos básicos y de otro tipo prácticamente se terminó, como era lógico de esperar tras un desastre en cualquier parte del mundo, en espera de que la misma población reaccione para tratar de volver a la “normalidad” en el menor tiempo posible, en la lucha por sobrevivir.
Un desastre de esa envergadura causa un enorme daño al patrimonio de un país, sobre todo con el grado de subdesarrollo como el nuestro. Es motivo de insolvencia para poder atender la carga que representa el gasto inmediato en la etapa aguda y luego en el periodo de reconstrucción en el corto, mediano y largo plazo; lo es para las dependencias gubernamentales y también para los afectados de manera directa. Lo irremediable son las muertes que causan y una desgracia el número de víctimas con algún tipo de discapacidad. Aunque hasta la fecha los sismos son impredecibles, basta con saber el grado de daño que pueden causar a la humanidad. Los habitantes de los municipios del Istmo no recuerdan un terremoto como el de septiembre. Como pueden reconstruyen sus hogares, pero es casi seguro que la mayoría no están ajustándose a ningún reglamento que permita garantizar que nuevamente se desplomen si llega a ocurrir otro sismo severo. El hombre es el único animal en el mundo que se puede tropezar con la misma piedra.
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