El drama de la miseria
El año pasado vi por televisión un programa de profundo contenido social, mediante el cual el conductor del mismo mostró cómo, trabajadores de una delegación de la Ciudad de México, se acercan a los vendedores ambulantes para informarles, orientarlos y crear conciencia en relación a que sus hijos deben ir a la escuela y no emplearlos en apoyo a sus actividades de pequeño comercio, además de las sanciones que se les pueden imponer si continúan haciéndolo. Ignoro si en las 16 delegaciones se aplica un reglamento dirigido a evitar el trabajo de menores de edad, vayan o no a la escuela, pero de haberlo tendría que disponerse de una gran cantidad de brigadas para poder atender un problema que está muy extendido en la megalópolis del valle de México y, seguramente, en todo el país. Por lo menos en la capital del Estado lo observamos todos los días.
Al respecto, desde muy temprana hora en los principales cruceros de la ciudad, mujeres de condición humilde se dedican a realizar actos de malabarismo, algunas con una criatura en la espalda, para lo cual se hacen acompañar de niñas o niños cuya edad fluctúa entre los 6 y los 8 años, y con el rostro pintado. Una y otra vez, en el ínterin del cambio de señal de los semáforos, repiten las mismas acciones: la supuesta madre de esas creaturas se coloca frente a los automóviles para iniciar sus malabares con unas pelotas, luego se agacha con todo y el lactante que trae en su espalda envuelto en un rebozo, para que la niña o el niño que la acompaña se suba hasta sus hombros, y una vez en ese sitio continuar con un par de pelotitas su número “circense”, para acto seguido bajarse y dirigirse a los conductores a solicitar su aportación monetaria. La jornada de “trabajo” de estas personas se extiende toda la mañana y he observado que las mismas continúan en su crucero hasta después de las 15 horas. Además, de plano los niños piden limosna.
Los sitios en donde más he visto estas imágenes cotidianas son el cruce de las calles Belisario Domínguez y Manuel Ruiz y donde se localiza el parque de béisbol. También es frecuente observar en los mismos lo que parece ser una familia, disfrazados de payasitas y payasitos, los que además de utilizar pelotitas para realizar sus malabares emplean mazas, luego hacen rodar un balón en la punta de un palo, el que se colocan en la boca para sostenerlo. Es obvio que esas personas no están ahí por mero gusto; es el hambre, la necesidad, la miseria, lo que las arroja a vivir y sufrir esas vicisitudes. La realidad es que tengo la impresión de que la mayoría de las personas que las observan pasan frente a ellas y las ven con indiferencia, como algo natural y cotidiano, como una escena normal del paisaje urbano.
En particular, los infantes son de corta estatura, es posible que padezcan desnutrición, anemia y parasitosis múltiple, son parias sin destino que pueden volverse carne de cañón para dedicarse más tarde a actividades ilícitas, convertirse en alcohólicos o adictos y las mujercitas ser víctimas de la trata de blancas, pues es muy difícil que alguno de ellos resulte un individuo de bien y mucho menos, de manera excepcional, en un talento en cualquiera de las áreas del quehacer humano para trascender en la vida. La historia nos ha demostrado no pocos ejemplos de extraordinarios personajes, que de la nada y en condiciones extremadamente difíciles, se encumbraron de tal modo que sus nombres quedaron grabados en letras de oro y son un ejemplo para la humanidad. Pero esto ocurre muy rara vez en la vida.
En el caso que nos ocupa, el que personas jóvenes y adultas se dediquen a obtener un ingreso de manera honesta realizando actos circenses en la vía pública, en nada perjudica a la sociedad. Es problema de salud pública que sus hijos o aunque no lo fueran, menores de edad, se vean prácticamente obligados a acompañarlos todo el día, sufriendo las inclemencias del clima y por lo mismo, expuestos a contraer enfermedades e incluso a sufrir lesiones de gravedad o morir si son arrollados por un vehículo de motor. Peor aún, a tener un futuro incierto, nada halagador, a diferencia del que pueden tener los demás niños de su edad. Dependencias del sector público que velan por la niñez oaxaqueña: ¡Hagan algo por ellos!
Al respecto, desde muy temprana hora en los principales cruceros de la ciudad, mujeres de condición humilde se dedican a realizar actos de malabarismo, algunas con una criatura en la espalda, para lo cual se hacen acompañar de niñas o niños cuya edad fluctúa entre los 6 y los 8 años, y con el rostro pintado. Una y otra vez, en el ínterin del cambio de señal de los semáforos, repiten las mismas acciones: la supuesta madre de esas creaturas se coloca frente a los automóviles para iniciar sus malabares con unas pelotas, luego se agacha con todo y el lactante que trae en su espalda envuelto en un rebozo, para que la niña o el niño que la acompaña se suba hasta sus hombros, y una vez en ese sitio continuar con un par de pelotitas su número “circense”, para acto seguido bajarse y dirigirse a los conductores a solicitar su aportación monetaria. La jornada de “trabajo” de estas personas se extiende toda la mañana y he observado que las mismas continúan en su crucero hasta después de las 15 horas. Además, de plano los niños piden limosna.
Los sitios en donde más he visto estas imágenes cotidianas son el cruce de las calles Belisario Domínguez y Manuel Ruiz y donde se localiza el parque de béisbol. También es frecuente observar en los mismos lo que parece ser una familia, disfrazados de payasitas y payasitos, los que además de utilizar pelotitas para realizar sus malabares emplean mazas, luego hacen rodar un balón en la punta de un palo, el que se colocan en la boca para sostenerlo. Es obvio que esas personas no están ahí por mero gusto; es el hambre, la necesidad, la miseria, lo que las arroja a vivir y sufrir esas vicisitudes. La realidad es que tengo la impresión de que la mayoría de las personas que las observan pasan frente a ellas y las ven con indiferencia, como algo natural y cotidiano, como una escena normal del paisaje urbano.
En particular, los infantes son de corta estatura, es posible que padezcan desnutrición, anemia y parasitosis múltiple, son parias sin destino que pueden volverse carne de cañón para dedicarse más tarde a actividades ilícitas, convertirse en alcohólicos o adictos y las mujercitas ser víctimas de la trata de blancas, pues es muy difícil que alguno de ellos resulte un individuo de bien y mucho menos, de manera excepcional, en un talento en cualquiera de las áreas del quehacer humano para trascender en la vida. La historia nos ha demostrado no pocos ejemplos de extraordinarios personajes, que de la nada y en condiciones extremadamente difíciles, se encumbraron de tal modo que sus nombres quedaron grabados en letras de oro y son un ejemplo para la humanidad. Pero esto ocurre muy rara vez en la vida.
En el caso que nos ocupa, el que personas jóvenes y adultas se dediquen a obtener un ingreso de manera honesta realizando actos circenses en la vía pública, en nada perjudica a la sociedad. Es problema de salud pública que sus hijos o aunque no lo fueran, menores de edad, se vean prácticamente obligados a acompañarlos todo el día, sufriendo las inclemencias del clima y por lo mismo, expuestos a contraer enfermedades e incluso a sufrir lesiones de gravedad o morir si son arrollados por un vehículo de motor. Peor aún, a tener un futuro incierto, nada halagador, a diferencia del que pueden tener los demás niños de su edad. Dependencias del sector público que velan por la niñez oaxaqueña: ¡Hagan algo por ellos!
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