Empleo informal
Uno de los factores condicionantes o determinantes de la salud individual y colectiva está relacionado con el empleo, pero este solo no basta para alcanzar el objetivo del disfrute de ese derecho fundamental del ser humano < me refiero a la salud>, pues se requiere que reúna condiciones tales como la garantía de las prestaciones sociales y económicas que se otorga a los trabajadores asalariados que gozan de los beneficios de la seguridad social, además de un salario suficiente, que alcance para sostener a una familia. Esto último es cada vez más difícil de lograr, porque para que una pareja subsista económicamente hoy es indispensable que ambos trabajen y colaboren con el gasto.
Al respecto, uno de los mensajes más difundidos en el último trimestre del 2017 y principios del año en curso, por el presidente Enrique Peña Nieto, fue el que su gobierno ha alcanzado e impuesto una cifra récord en materia de creación de empleo, pues tanto el INEGI como el IMSS han coincidido en contabilizar poco más de tres millones de nuevos empleos entre el 2013 y el 2017, lo que hace palidecer las estadísticas que sobre el particular presumieron en su momento los dos anteriores jefes del poder ejecutivo federal, ambos de filiación panista. En relación con el tema, en un artículo anterior publicado en esta columna, ya expresé algunos comentarios acerca de las repercusiones reales de ese incremento de plazas, con la conclusión de que su número no es suficiente para atender la demanda del rezago y del presente, así como las afectaciones a las nuevas generaciones y a la sociedad; jóvenes que recién terminan estudios de educación superior o que cursan actualmente alguna licenciatura o un posgrado. Eso es en cuanto a la juventud estudiosa que tiene la oportunidad y el privilegio de asistir a los centros de educación desde el preescolar hasta el nivel de licenciatura, pero existen en el país millones de jóvenes en una situación crítica que les imposibilita estudiar, muchos de ellos son los llamados “ninis”, porque ni estudian ni trabajan, aunque finalmente terminen uniéndose a las filas de los ocupados en la informalidad, llámense vendedores ambulantes o sumándose a los que se dedican a otras actividades sin gozar de la seguridad social y con salarios de miseria.
En la ciudad de Oaxaca y municipios conurbados hay varios ejemplos de cómo se han ido ocupando los jóvenes desempleados, sin importar el sexo. Así, estimados lectores, estarán de acuerdo conmigo en que al iniciar el siglo XX no veíamos por ninguna parte a los llamados mototaxis. De repente comenzaron a surgir y los sitios o bases de los cuales dependen crecieron y se desarrollaron como hongos. Hoy tenemos un verdadero boom de este tipo de transporte con todas las consecuencias de orden social, laboral, vial, de inseguridad y de salud pública que todos sabemos. También, después del 2010, comenzamos a conocer otra novedad de venta ambulatoria: la invasión de decenas de triciclos en los que se expenden tamales y atole, <incluidas las llamadas “guajolotas”> los que, al igual que los mototaxistas, están afiliados a un determinado sindicato. La ciudadanía ya se ha ido acostumbrando a que, en el paisaje urbano, todas las mañanas y por las noches circulan estos vehículos, cuyos conductores se hacen notar con un micrófono que funciona mediante la energía que emana de una batería.
Mototaxistas y vendedores de tamales, ¿Cuál va a ser su futuro? ¿Cuánto pueden ganar en una jornada de trabajo? Esa misma pregunta me la hago cada vez que veo y escucho a una pareja que vende hot cakes en la colonia Reforma. El varón oferta con voz potente tres hot cakes por 10 pesos, de tal manera que tendría que vender un promedio mínimo de 90 piezas en una jornada para obtener $300.00, de los que hay que restar la diaria inversión, lo que asumo como prácticamente imposible cuando observo que su venta es mínima; el resultado es devastador.
Finalmente, ¿Cómo podemos hablar de que el nuestro es un pueblo sano si tenemos conocimiento de estas situaciones de vida? Por lo tanto, no podemos presumir como estado y país un nivel de desempleo menor al 4%, pues la realidad nos demuestra que eso es falso, una simulación más.
Al respecto, uno de los mensajes más difundidos en el último trimestre del 2017 y principios del año en curso, por el presidente Enrique Peña Nieto, fue el que su gobierno ha alcanzado e impuesto una cifra récord en materia de creación de empleo, pues tanto el INEGI como el IMSS han coincidido en contabilizar poco más de tres millones de nuevos empleos entre el 2013 y el 2017, lo que hace palidecer las estadísticas que sobre el particular presumieron en su momento los dos anteriores jefes del poder ejecutivo federal, ambos de filiación panista. En relación con el tema, en un artículo anterior publicado en esta columna, ya expresé algunos comentarios acerca de las repercusiones reales de ese incremento de plazas, con la conclusión de que su número no es suficiente para atender la demanda del rezago y del presente, así como las afectaciones a las nuevas generaciones y a la sociedad; jóvenes que recién terminan estudios de educación superior o que cursan actualmente alguna licenciatura o un posgrado. Eso es en cuanto a la juventud estudiosa que tiene la oportunidad y el privilegio de asistir a los centros de educación desde el preescolar hasta el nivel de licenciatura, pero existen en el país millones de jóvenes en una situación crítica que les imposibilita estudiar, muchos de ellos son los llamados “ninis”, porque ni estudian ni trabajan, aunque finalmente terminen uniéndose a las filas de los ocupados en la informalidad, llámense vendedores ambulantes o sumándose a los que se dedican a otras actividades sin gozar de la seguridad social y con salarios de miseria.
En la ciudad de Oaxaca y municipios conurbados hay varios ejemplos de cómo se han ido ocupando los jóvenes desempleados, sin importar el sexo. Así, estimados lectores, estarán de acuerdo conmigo en que al iniciar el siglo XX no veíamos por ninguna parte a los llamados mototaxis. De repente comenzaron a surgir y los sitios o bases de los cuales dependen crecieron y se desarrollaron como hongos. Hoy tenemos un verdadero boom de este tipo de transporte con todas las consecuencias de orden social, laboral, vial, de inseguridad y de salud pública que todos sabemos. También, después del 2010, comenzamos a conocer otra novedad de venta ambulatoria: la invasión de decenas de triciclos en los que se expenden tamales y atole, <incluidas las llamadas “guajolotas”> los que, al igual que los mototaxistas, están afiliados a un determinado sindicato. La ciudadanía ya se ha ido acostumbrando a que, en el paisaje urbano, todas las mañanas y por las noches circulan estos vehículos, cuyos conductores se hacen notar con un micrófono que funciona mediante la energía que emana de una batería.
Mototaxistas y vendedores de tamales, ¿Cuál va a ser su futuro? ¿Cuánto pueden ganar en una jornada de trabajo? Esa misma pregunta me la hago cada vez que veo y escucho a una pareja que vende hot cakes en la colonia Reforma. El varón oferta con voz potente tres hot cakes por 10 pesos, de tal manera que tendría que vender un promedio mínimo de 90 piezas en una jornada para obtener $300.00, de los que hay que restar la diaria inversión, lo que asumo como prácticamente imposible cuando observo que su venta es mínima; el resultado es devastador.
Finalmente, ¿Cómo podemos hablar de que el nuestro es un pueblo sano si tenemos conocimiento de estas situaciones de vida? Por lo tanto, no podemos presumir como estado y país un nivel de desempleo menor al 4%, pues la realidad nos demuestra que eso es falso, una simulación más.
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