"La Ley anti alimentos chatarra": la realidad
El pasado cinco de agosto el Congreso de Oaxaca aprobó la reforma al artículo 20 Bis de la Ley de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del estado, convirtiéndose en la primera entidad federativa de nuestro país en aprobar la prohibición de la distribución, donación, regalo, venta y suministro de los llamados alimentos “chatarra”, que incluye bebidas azucaradas y alimentos de elevado contenido calórico, a menores de edad. La medida se centra en los alimentos empaquetados.
De inmediato se desarrolló una reacción en cadena en los Congresos de varios estados de la República y en la Ciudad de México, con el objetivo de lograr un avance similar en esa materia. Naturalmente no podía faltar el efecto esperado de parte de quienes se sienten afectados en sus intereses, incorporados en las organizaciones empresariales grandes, medianas y pequeñas, pronunciándose abiertamente en contra de la mencionada reforma oaxaqueña y generando severos pronunciamientos en relación a las pérdidas millonarias que supuestamente tendrán con semejante medida, con el señalamiento adjunto de que “se necesita de la aplicación de una estrategia integral, que comprenda los beneficios de tener una alimentación balanceada, y de manera simultánea el combate al sedentarismo”. Han agregado, dichos gremios, que dicha acción legislativa se ha agregado a la catástrofe económica por efecto directo de la actual pandemia, en algo que se entiende como “tras de golpeados, apaleados” y que, por lo mismo, no están dispuestos a que aterrice finalmente, yéndose por ello hasta las últimas consecuencias de orden jurídico.
Los defensores de la aprobación de la llamada “Ley antichatarra” se le han ido a la yugular al comercio organizado, con expresiones que en nada sirven de apoyo para la conciliación ciudadana de nuestro país. De manera contundente se expresaron con declaraciones en contra de las empresas que producen o fabrican ese tipo de alimentos, sin importarles en absoluto el desastre económico que podría afectar a millones de familias. El problema para los legisladores y para quienes se vayan a encargar de aplicar semejante reforma, así como a los detractores del consumo de los citados alimentos, es que se van a encontrar en su camino con un personaje llamado “realidad”.
Y la realidad es que se ha demostrado que este tipo de prohibiciones finalmente no tienen el éxito esperado, porque lo prohibido, lo que causa placer, como el comer, es buscado por cualquier sociedad del mundo cueste lo que cueste, refiriéndome a todas las posibilidades de lograr disponer de él. Qué mejor ejemplo tenemos que con la venta de cigarrillos. Es cierto, el avance para disminuir su consumo en lugares de concentración humana ha sido extraordinario, sin embargo, sigue habiendo fumadores porque continúa la producción, distribución y venta de tabaco, no importándole a nadie los señalamientos y fotografías que aparecen en las cajetillas, en donde se demuestra y se apercibe al cliente sobre los efectos letales por el riesgo de fumar. Y qué decir de la venta impresionante de bebidas alcohólicas de todo tipo, a sabiendas de que el consumo sin medida de ellas puede conducir, incluso hasta la muerte. Lo más sano es no tener fumadores ni alcohólicos y sus consecuencias, pero para ello tendría que cancelarse totalmente la cadena de su producción, distribución y venta, y eso es imposible hasta la fecha. Eso mismo sucederá con los alimentos chatarra.
La verdad es que el sobrepeso y la obesidad, desde la niñez, y sus terribles consecuencias para la salud, tienen una génesis multifactorial. Somos un país con un bajo nivel de escolaridad, sin una cultura médica suficiente en comparación con las sociedades de los países desarrollados; nuestros hábitos y costumbres alimenticias dejan mucho que desear, son ancestrales, se han sumado alimentos como los del país del norte y lo peor: existe un alto nivel de sedentarismo. Por ello, antes que prohibir, hay que educar, impulsar acciones permanentes de promoción de la salud, ejercicio físico, con estrategias de mercadotecnia, que impacten sobre todo al núcleo de la sociedad, la familia; para impulsar en ella el más caro de los valores: la salud.
De inmediato se desarrolló una reacción en cadena en los Congresos de varios estados de la República y en la Ciudad de México, con el objetivo de lograr un avance similar en esa materia. Naturalmente no podía faltar el efecto esperado de parte de quienes se sienten afectados en sus intereses, incorporados en las organizaciones empresariales grandes, medianas y pequeñas, pronunciándose abiertamente en contra de la mencionada reforma oaxaqueña y generando severos pronunciamientos en relación a las pérdidas millonarias que supuestamente tendrán con semejante medida, con el señalamiento adjunto de que “se necesita de la aplicación de una estrategia integral, que comprenda los beneficios de tener una alimentación balanceada, y de manera simultánea el combate al sedentarismo”. Han agregado, dichos gremios, que dicha acción legislativa se ha agregado a la catástrofe económica por efecto directo de la actual pandemia, en algo que se entiende como “tras de golpeados, apaleados” y que, por lo mismo, no están dispuestos a que aterrice finalmente, yéndose por ello hasta las últimas consecuencias de orden jurídico.
Los defensores de la aprobación de la llamada “Ley antichatarra” se le han ido a la yugular al comercio organizado, con expresiones que en nada sirven de apoyo para la conciliación ciudadana de nuestro país. De manera contundente se expresaron con declaraciones en contra de las empresas que producen o fabrican ese tipo de alimentos, sin importarles en absoluto el desastre económico que podría afectar a millones de familias. El problema para los legisladores y para quienes se vayan a encargar de aplicar semejante reforma, así como a los detractores del consumo de los citados alimentos, es que se van a encontrar en su camino con un personaje llamado “realidad”.
Y la realidad es que se ha demostrado que este tipo de prohibiciones finalmente no tienen el éxito esperado, porque lo prohibido, lo que causa placer, como el comer, es buscado por cualquier sociedad del mundo cueste lo que cueste, refiriéndome a todas las posibilidades de lograr disponer de él. Qué mejor ejemplo tenemos que con la venta de cigarrillos. Es cierto, el avance para disminuir su consumo en lugares de concentración humana ha sido extraordinario, sin embargo, sigue habiendo fumadores porque continúa la producción, distribución y venta de tabaco, no importándole a nadie los señalamientos y fotografías que aparecen en las cajetillas, en donde se demuestra y se apercibe al cliente sobre los efectos letales por el riesgo de fumar. Y qué decir de la venta impresionante de bebidas alcohólicas de todo tipo, a sabiendas de que el consumo sin medida de ellas puede conducir, incluso hasta la muerte. Lo más sano es no tener fumadores ni alcohólicos y sus consecuencias, pero para ello tendría que cancelarse totalmente la cadena de su producción, distribución y venta, y eso es imposible hasta la fecha. Eso mismo sucederá con los alimentos chatarra.
La verdad es que el sobrepeso y la obesidad, desde la niñez, y sus terribles consecuencias para la salud, tienen una génesis multifactorial. Somos un país con un bajo nivel de escolaridad, sin una cultura médica suficiente en comparación con las sociedades de los países desarrollados; nuestros hábitos y costumbres alimenticias dejan mucho que desear, son ancestrales, se han sumado alimentos como los del país del norte y lo peor: existe un alto nivel de sedentarismo. Por ello, antes que prohibir, hay que educar, impulsar acciones permanentes de promoción de la salud, ejercicio físico, con estrategias de mercadotecnia, que impacten sobre todo al núcleo de la sociedad, la familia; para impulsar en ella el más caro de los valores: la salud.
No hay comentarios.: