Feliz reencuentro

Hace 60 años que concluí mi instrucción primaria en el entonces Distrito Federal; era el año de 1960. El profesor Roberto Fort Amador, que frisaba los 27 años de edad organizó un banquete de despedida para quienes terminamos con él nuestro sexto año; lo hizo en un conocido centro social y restaurante ubicado en el centro histórico de la capital del país: el Orfeo Catalá, sitio muy por arriba de la posición social de las familias y alumnos que ahí concurrimos, pero que a nadie importó y simplemente sentimos que fue un espléndido marco para festejar la coronación del último año escolar en nuestro querido plantel “Roberto Lara y López”, localizado en la proletaria colonia Romero Rubio, de la ex delegación Venustiano Carranza. Ahí nos dimos cita luciendo las mejores galas adquiridas por nuestros padres; los varones con corbata y traje sastre y las mujercitas con un vaporoso vestido y espléndido peinado para la ocasión.

Después de haber disfrutado de una opípara comida de tres tiempos tomó la palabra nuestro maestro para pronunciar un emotivo mensaje, tan cálido, que terminamos, todos sus alumnos y padres de familia, con los ojos llorosos; fue un mensaje sumamente conmovedor, en cuyo contenido el mentor nos condujo a reflexionar hacia el porvenir, también vertió palabras de agradecimiento por nuestro comportamiento durante los tres años que estuvimos con él y porque ese periodo era la culminación de un ciclo más en su vida magisterial, pues a partir del siguiente año, 1961, se iría a radicar a la ciudad de La Paz, en el estado de Baja California Sur, donde él nació, para dedicarse de lleno a su nueva profesión, la de abogado, misma que había cursado por las mañanas con un gran esfuerzo en la Facultad de Derecho de la UNAM; por esa razón, su mensaje sirvió también para despedirse de nosotros. Acabó el banquete y los chiquillos nos divertimos en la pista de baile con la música del momento, rock and roll y twist, con las melodías del inolvidable Bill Haley y sus Cometas. Esa, fue la última vez que nos vimos todos los alumnos.

De ahí cada quien emprendió su camino hacia su propio destino. Solo me queda en la memoria la frágil figura de Margarita Cervantes Díaz, quien lamentablemente falleció el 19 de enero de 1962 como consecuencia de una cardiopatía, cuando yo cursaba el segundo año de secundaria. Nunca más volví a saber de mis compañeros, porque mi familia se mudó de esa colonia. Me quedó su recuerdo en la fotografía que nunca falta, en este caso la que nos tomaron a todo el grupo del 5º año con el profesor Roberto Fort Amador en las instalaciones de la escuela.

Por azares de la vida, circunstancialmente me encontré esta semana con una gratísima sorpresa, pues al buscar una información por internet vi de pronto el inolvidable apellido de uno de mis compañeros de aquel grupo. De inmediato busqué información acerca de él. Resultó ser Juan Salvador Santacolomba Ruvalcaba, de quien solo recordaba su primer nombre y su apellido paterno. Y aunque me llamó la atención que esa persona radicaba en la ciudad de Tijuana, no dudé en llamarle a su teléfono. Y sí era él. Quedé estupefacto. Además, también es médico, y tiene la especialidad de otorrinolaringólogo. De nuestra conversación resulta que tiene los mismos años de vivir en Tijuana que los que yo tengo en Oaxaca: cinco décadas. Y para mi mayor admiración conserva en su consultorio la misma fotografía que nos tomaron en 1959. Gracias a ella fue posible que nos identificáramos plenamente. La charla resultó muy amena, tal vez nos extendimos unos 30 minutos y terminamos compartiendo nuestro correo y teléfonos, invitándonos a conocer nuestras respectivas ciudades. Mi contemporáneo se asombró cuando le comenté que nuestro excelente y querido profesor vive todavía, y que en junio de este año cumplió 87 años, aunque su salud está muy deteriorada y ya no acude a su Notaría, la No. 4 de la Ciudad de La Paz, donde quedó en su lugar una de sus hijas.

Díganme Usted, amables lectores, si no es para emocionarse uno cuando se vuelve a encontrar a
alguien con quien compartimos vivencias escolares luego de haber transcurrido 60 años. Muchos recuerdos guardo de entonces, mismos que aparecen en mi libro “Autobiografía”, que recién terminé de escribir.

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