Desempleo en fin de año
Siempre he pensado que una de las peores situaciones que le pueden suceder a un trabajador, sin importar cual sea su ocupación, es que en fin de año se quede sin empleo; naturalmente que tan lamentable hecho puede vivirse en cualquier época del año, pero no puedo evitar la idea de que es muy lamentable que se amanezca en enero del año que comienza sin tener la seguridad de estar ocupado y con una determinada remuneración salarial. Tal vez influyó en ese pensamiento una conversación que tuve alguna vez con mi añorado padre, quien me hizo reflexionar acerca de las consecuencias que para un individuo representa la súbita separación de su centro de trabajo y más aún si aquel tiene la responsabilidad de ser el proveedor principal o único de su familia.
Viví una amarga experiencia relacionada con este tema hace ya más de dos décadas, cuando siendo servidor público se me solicitó que apoyara al delegado administrativo de mi dependencia en un asunto totalmente desconocido para mí. Cuando me presenté con esa persona para que me diera sus indicaciones al respecto, me dijo que era muy sencillo, pues solo se trataba de “palomear” los nombres de un significativo número de trabajadores de contrato que había que eliminar de una relación de varias cuartillas. A todos los seleccionados se les daría de baja del servicio en el mes de diciembre; es decir, ese mes sería el último que se les pagaría y con ello terminaría su relación laboral. Cuando le comenté que yo no conocía a la mayoría de esos trabajadores, me aconsejó que empleara el azar y así no habría ningún problema. Sin decir más, me llevé los documentos a mi oficina y estando en ella fui dando lectura a los nombres de los empleados, hombres y mujeres. Finalmente, no tuve la frialdad para contribuir en esa infame manera de quitarle la fuente de su sustento a tantas personas. Menos de 30 minutos después volví a la oficina del delegado administrativo para informarle que me veía impedido moralmente a ejecutar ese trabajo, explicándole mis razones. Su contestación fue en el sentido de que ni yo, ni él, y mucho menos de nuestro superior inmediato, éramos culpables de satisfacer un ordenamiento emanado del gobierno del estado; que esa era la cuota que debía cubrir nuestra dependencia, pues con la suma de las percepciones de todas las personas incluidas en ese penoso asunto, se subsanaría un serio problema, pues no había suficiente liquidez para seguir soportando la nómina de trabajadores de contrato para el año venidero. Es decir, se trataba de “sanear” las finanzas gubernamentales. Como insistí en mi negativa de participar en esa “solución final”, el delegado aceptó de buena manera mi determinación, expresándome su comprensión al respecto, al tiempo que me señaló al momento de despedirme, que no había problema, si yo no podía alguien más lo haría. Y así fue, otro servidor público se encargó de finiquitar la encomienda, y sin más me disculpé con quien me dio semejante indicación.
Esto que parece un tema sin la mayor relevancia, se está observando en nuestro país; en gran parte, la causa principal han sido los efectos de la actual pandemia en la economía, que comprende los sectores público y privado. Vamos, hasta la población dedicada al comercio informal se ha visto sumamente involucrada. Pero no es la única causa, pues recordemos que el 2019 lo terminamos prácticamente con nulo crecimiento económico por primera vez, por lo menos desde el 2009, año de la pandemia por la influenza causada por el virus AH1 N1, lo que originó, como consecuencia, la pérdida de miles de empleos.
Todo lo que tiene que ver con la disponibilidad de empleo forma parte de los determinantes de la salud individual y colectiva. Ello implica, primero, que se tenga un empleo, luego la posición que ocupe una persona en una empresa, pública o privada y el salario y prestaciones sociales y económicas que le sean otorgadas. No hay peor noticia y menos en fin de año y principio del siguiente, que un trabajador sea despedido, se quede por ello totalmente desprotegido, y con él, posiblemente su familia, ante la escalofriante idea de formar parte de la población en situación de tener que sobrevivir de alguna manera, para evitar caer en la pobreza y sus peligrosas consecuencias.
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