Dos personajes inolvidables

 Durante mis más de cuatro décadas como servidor público viví múltiples experiencias que narro en mi libro “¡Orgullosamente Salubrista!”, el cual se presentará virtualmente por medio de la plataforma zoom el próximo 16 de noviembre; dos de ellas sucedieron con quienes llegaron a constituirse en grandes personajes de nuestro país; ambos recién fallecidos prácticamente a la misma edad, motivo por el cual me permito ofrecerles un relato de los momentos en que tuve la oportunidad de coincidir con dichas figuras de la vida nacional. 


Respecto de la primera, resulta que en el año de 1975 frisaba los 27 años de edad y me desempeñaba como coordinador estatal del programa de atención médica materna e infantil y planificación familiar, en los Servicios Coordinados de Salud Pública en el estado (SCSPEO). Mi agenda de trabajo incluía la promoción de las acciones inherentes a dicho programa; así es que con el equipo audiovisual que recibí como apoyo para tal objetivo y con un vehículo tipo safari, establecí un calendario de visitas a los principales municipios de las jurisdicciones sanitarias de la entidad. Mi intervención en cada sitio seleccionado incluía la impartición de una charla dirigida a la población adulta, y por la tarde o noche, al aire libre, les proyectaba unas películas con las que se complementaba mi exposición.

La anécdota que recuerdo sucedió aquella vez en que hice lo propio en el espacio que me consiguió el Dr. Armando Canseco Peralta, director del centro de salud de Santo Domingo Tehuantepec. En ese lugar hablé de paternidad responsable, la importancia de planificar la familia y acerca de los métodos anticonceptivos que estaban en boga. Al concluir, invité a los asistentes a que me hicieran sus comentarios o preguntas; entre ellos hubo una persona, del sexo masculino, en la medianía de la edad adulta, quien cuestionó lo que yo recomendaba, al tiempo en que sugirió que mejor se aplicara el llamado “Método de Billings”, por ser natural. Tuve el cuidado de reflexionar la respuesta que le ofrecí y la discusión no pasó a mayores. Luego, esa persona, sentada entre el público, con humildad agradeció mi contestación, aclarando que se llamaba Arturo Lona Reyes; era, ni más ni menos, el Obispo de Tehuantepec.

De la segunda vivencia, a manera de síntesis, me correspondió coordinar los trabajos del proyecto que encumbró al Dr. Raúl Carrillo Silva, oriundo de La Paz, Baja California Sur, entonces jefe de los todavía SCSPEO, a quien acompañé a la Ciudad de México para la presentación del documento definitivo, en un acto solemne que resultó una gratísima experiencia para mí. Previamente asistimos a una comida en la casa del Dr. José Laguna García y de su gentil esposa, la Dra. Julieta Calderón Gené, ambos médicos de prestigio en nuestro país y fuera de él. Tras la amena conversación de sobremesa nos dirigimos al acto en comento, para que el Dr. Carrillo cumpliera con su importante compromiso; lo apoyé con la proyección de sus diapositivas. Esa reunión se desarrolló en las oficinas de la recién creada Coordinación de los Servicios de Salud de la Presidencia de la República; ahí estuvieron presentes verdaderos figurones de la medicina de México, a los que el Dr. Carrillo se refirió como los “santones” de la salud. Presidió el acto el Dr. Guillermo Soberón Acevedo, en la plenitud de su vida, lleno de energía, quien a partir del 1º de diciembre de ese año, 1982, asumiría el cargo de Secretario de Salubridad y Asistencia. Al despedirnos, el Dr. Carrillo me presentó con el Dr. Soberón a quien únicamente le comenté que él me había firmado mi título profesional siendo rector de la UNAM. Esa noche, celebramos el éxito de la presentación del proyecto en un pomposo restaurante argentino situado en la avenida de los Insurgentes, mi jefe y el Licenciado Diego Valadez Ríos, quien llegaría a ocupar el puesto de Subsecretario de Regulación Sanitaria con el Dr. Soberón. El Dr. Carrillo sería, a partir de la fecha mencionada, Director General de los Servicios Coordinados de Salud Pública en Estados y Territorios.

No volví a tratar al señor Obispo. Con el Dr. Soberón conversé ampliamente en un hotel de esta ciudad, cuando fue invitado a un evento académico y en avanzada edad.



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