Covid-19 mi testimonio de casos y muertes

 He escuchado, a lo largo de estos casi nueve meses de aislamiento con motivo de la pandemia del SARS-CoV-2, que no existe familia que no haya sido afectada por el fatal coronavirus. La mía no ha sido la excepción pues entre solo infectados y fallecidos la cuenta se volvió preocupante. Los que se convirtieron en víctimas mortales pasaron a engrosar las frías estadísticas de nuestro país y del mundo; por lo pronto el registro de su fallecimiento forma parte de las más de 111 mil defunciones oficiales; y en el caso de los que solo se enfermaron también quedaron, seguramente, entre los más de un millón 200 mil casos conocidos. Eso en México, pero mi hermana Beatriz y su esposo, Osmani, se contagiaron en la ciudad de Chicago, USA, donde radican con su familia desde hace casi 20 años; eso sucedió en el mes de abril. Mi cuñado tuvo que ser internado en un hospital, no llegó al grado de ser intubado, pero permaneció en una sala de cuidados intensivos; cuando fue dado de alta tardó más de tres semanas en recuperarse sin llegar al 100% y mi hermana solo sufrió la sintomatología de un fuerte resfriado durante unos 15 días. 


En el mes de mayo el hermano menor de mi madre, mi tío David, octogenario, y su esposa, de casi la misma edad, estuvieron al borde de la muerte; de hecho, el primero llegó a sentir que se moría, pero sus hijos, mis primos, no aceptaron que se internaran en algún hospital público de la Ciudad de México; prefirieron que una nieta, que es médica, enfrentara el reto de manejar su tratamiento en casa, el cual incluyó oxigenoterapia. Después de varios días sumamente críticos para la pareja y sus hijos, milagrosamente se fueron recuperando y se salvaron a pesar de su avanzada edad.

Luego, alrededor del medio año, Cinthya, hija de mi hermano Fernando que radica en Oaxaca, recibió la indicación de que se le practicara la prueba diagnóstica en el Hospital Regional “Presidente Juárez” del ISSSTE, pues siendo enfermera asignada al área de atención de pacientes con Covid-19 se contagió junto con otros de sus compañeros de equipo. Al resultar positiva recibió una incapacidad por 14 días para confinarse en su casa, permaneciendo casi asintomática; al término de ese periodo se reincorporó a sus labores en dicho nosocomio.

Pero no faltó la desgracia, pues el 8 de agosto, mi primo Andrés, de 77 años de edad, hijo de mi tía Isabel, hermana de mi padre, falleció en un hospital del IMSS en el Estado de México. Lamentablemente padecía de hipertensión arterial, diabetes mellitus y había sufrido por lo menos dos infartos en los últimos cinco años. Su esposa, Lourdes, casi de la misma edad también se enfermó, pero su organismo resistió y se recuperó en su casa. Y más recientemente, el viernes 4 de diciembre, otro primo, de nombre Jesús, con 78 años de edad, también cayó abatido por la infección viral en otro hospital del IMSS en el Estado de México. En ambos casos mortales sus familias se vieron en la necesidad de incinerar sus restos y se canceló el ritual funerario. La muerte de mis dos primos repercutió en mi estado de ánimo porque durante mi juventud en la Ciudad de México viví con cada uno de ellos variadas experiencias que narro en mi más reciente libro: “Autobiografía”; curiosamente ambos familiares aparecen en dos escenarios diferentes pero muy cercanos en relación a la fecha de los hechos que ahí narro.

Pero, así como ha sucedido con mi familia, el drama de la enfermedad y la tragedia por la muerte ha sido el común denominador en todo el mundo por efectos de la pandemia del Covid-19. Localmente, varios colegas médicos y trabajadores de la salud con los que mantuve alguna relación de tipo laboral o de amistad perdieron la vida a pesar de haber hecho lo humanamente posible por evitar cualquier fuente de contagio. Lo trágico, es que a pesar de las buenas noticias respecto del inicio de la vacunación antes de que termine el 2020, todavía habrá que enfrentar la terrible calamidad de más víctimas en los próximos meses. Por lo pronto, a la velocidad de la actual tendencia estadística, en más o menos un mes la cifra de defunciones ascenderá aproximadamente a 130 mil en nuestro país. ¿Frenarán las autoridades de salud lo que parece irremediable?

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