Éxitos en Salud Pública

La conquista de la gran Tenochtitlán en 1521 no solo trajo consigo el sojuzgamiento al imperio español y con ello el inicio del periodo colonial, significó también, para los habitantes de los conglomerados humanos autóctonos una gran tragedia, con la introducción y diseminación de una enfermedad que no conocían, la viruela, cuyos efectos contribuyeron en gran medida a facilitar la invasión de Hernán Cortes y su pequeño ejército, apoyado por miles de aborígenes tlaxcaltecas, enemigos acérrimos de los aztecas. La viruela afectó a prácticamente todas las comunidades dispersas en el vasto territorio mesoamericano, quedándose en ellas como una enfermedad endémica hasta muy entrado el siglo XX. No fue el único padecimiento transmisible que nos legó la conquista, pero antes de que esta ocurriera, desde tiempos remotos ya existían otras enfermedades infectocontagiosas, las que en sus respectivos ciclos de aparición eran causa de muerte y desolación. El caso es que, desde que se tiene memoria la viruela, el cólera, el mal del pinto, la fiebre amarilla, el paludismo, la oncocercosis, la rabia en humanos, la leishmaniasis, la tuberculosis y las que se llegaron a conocer como enfermedades “propias de la infancia”, como la difteria, tosferina, sarampión, poliomielitis y parotiditis, así como las enfermedades diarreicas y las infecciones respiratorias, principalmente, se convirtieron en las principales causas de enfermedad y muerte en nuestro país.

Quiero destacar de ese mosaico de enfermedades transmisibles a las dos primeras, fundamentalmente porque gracias a los avances de la ciencia médica, a la voluntad política de hacerles frente y al imprescindible apoyo de las comunidades, es que hoy se encuentran bajo control sanitario, pues han sido eliminadas o incluso hasta erradicadas. La primera de ellas a la que me voy a referir es a la viruela, causada por un virus, la que, pasados cinco siglos de su introducción en nuestro país, primero en Cozumel y luego en Veracruz, todavía en los años de 1922, 1923 y 1930, se registraron 11,906, 13,074 y 17,405 fallecimientos, respectivamente, convirtiéndose en la 5ª causa de mortalidad. Cada brote epidémico de viruela en nuestra entidad tenía una duración de tres a cinco años; comenzaba en las fronteras con Guerrero y Puebla y terminaba en el Istmo de Tehuantepec, después de atravesar los Valles Centrales y la Costa, así como la Cañada y Tuxtepec. Las dos últimas epidemias fueron las de 1933-1936 y la de 1939-1949; ambas correspondieron al inicio del trabajo de los llamados Servicios Coordinados Sanitarios. Debido a las intensas campañas de vacunación, en 1951 se logró la erradicación de dicha enfermedad en México, pero el estado de Oaxaca lo había logrado dos años antes. Del Cólera, recuerdo en estos momentos el excelente estudio epidemiológico de John Snow en la ciudad de Londres en 1848, a quien se le conoce como el padre de la epidemiología moderna. Nuestro país lo sufrió también en brotes epidémicos de manera cíclica, causando miles de víctimas mortales a lo largo del siglo XIX; se recuerda su devastadora presencia en el último tercio de 1833 cuando la enfermedad llegó de Cuba haciendo presencia en Tampico, luego siguió en San Luís Potosí y continuó en Guanajuato y para el seis de agosto había llegado a la capital; en esta, tan solo el 17 de ese mes murieron 1,219 personas, volviéndose la situación tan crítica que los sepultureros se negaron a seguir enterrando los cadáveres, espantados por los efectos de la enfermedad causada por una bacteria. Muy terribles fueron las epidemias de mediados de ese siglo y en Oaxaca hubo la necesidad de construir el panteón de San Miguel para dar lugar a tanto muerto. Durante casi todo el siglo XX no se supo de casos y defunciones por Cólera, pero en el inicio de la última década se desató otro brote epidémico en el país. En nuestro estado el brote se extendió de 1991 a 1997; en 1995 ocurrió el mayor número de casos y defunciones, con 780 y 5, respectivamente. Desde 1998 la enfermedad está controlada. Las medidas sanitario asistenciales lo han permitido, pero mucho ha contribuido la imprescindible participación comunitaria.

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