Maestría
Hasta el ciclo escolar 2015-2016 se tenía el registro de 237,617 alumnos en estudios de posgrado, maestrías y doctorados en México, de los cuales el 52.4% eran mujeres, de acuerdo a datos del Sistema Nacional de Información de Estadística Educativa de la Secretaría de Educación Pública. Al respecto, en el libro “Diagnóstico Nacional del Posgrado en México”, coordinado por el Dr. Marcial Bonilla Marín, presidente en funciones del Consejo Mexicano de Estudios de Posgrado, para el periodo 2014-2015, se destaca la problemática nacional en la formación de los profesionales en el más elevado nivel de preparación escolar. Lo trascendente es que los jóvenes de muy variadas disciplinas culminan estudios de posgrado, pero no son, en la práctica, verdaderos maestros o doctores, según sea el caso, porque la realidad es que esa etapa forma parte del fortalecimiento de su aprendizaje. Serán maestros y doctores hasta que demuestren un evidente dominio en el diario ejercicio de su profesión, cuando hayan dado el gran salto hacia la innovación y creatividad que los haga ser casi únicos en su campo de acción y para los que difícilmente puedan tener competidores. Y no hace falta disponer de estudios universitarios para que los individuos puedan llegar a ser maestros. La vida nos permite comprobar cada día esto último.
Por ejemplo, estamos acostumbrados en nuestro medio a llamarle “maestro” a quienes desempeñan un oficio: plomeros, albañiles, carpinteros, pintores de “brocha gorda”, mecánicos, electricistas, yeseros, azulejeros, etc. Y ese calificativo se lo han ganado a pulso cuando nos demuestran con hechos que son unos verdaderos expertos en lo que hacen, díganlo si no lo son las obras de arte que observamos en los retablos de los templos católicos en las que intervinieron carpinteros con muchos años de ejercer ese oficio. También nos quedamos asombrados cuando vemos la perfección en la construcción de toda clase de inmuebles, en la que los trabajadores operativos hacen gala, en la práctica, de los conocimientos adquiridos y aplicados por décadas. Pero la “maestría” adquirida no es obra de la casualidad o por el llamado talento de quien la demuestra, acordarse de la frase que dice: “nadie nace sabiendo”, es producto de todo un proceso de aprendizaje, de un largo comienzo, cuando no se es “nadie”, y luego de las instrucciones en la práctica diaria en la que con toda seguridad existe el acompañamiento y supervisión del que más sabe, del “profesor” o “maestro”. Y ese periodo puede prolongarse generalmente por lo menos hasta una década, etapa en la que se pasa de auxiliar, ayudante o “chalán” al preludio de la maestría, la que se alcanzará en cuanto se hayan adquirido las habilidades y destrezas suficientes para que a un individuo se le catalogue y se le reconozca finalmente como maestro, y es en ese momento cuando este último impondrá su propio estilo, inventará o creará lo que a otros no se les hubiera ocurrido y será tan apto en su campo, en su oficio, que difícilmente encontraremos en el medio alguien igual; tal vez parecido sí, pero no igual.
Cuando se recibe un título universitario y la cédula correspondiente que faculta para ejercer una determinada licenciatura, apenas se ha concluido una etapa de la formación escolar, de aprendizaje más teórico que práctico, lo cual quiere decir que se tendrá que ascender un siguiente escalón, el de la realidad, donde pasarán de siete a 10 años para afianzar un estatus en la sociedad; es obvio que se actuará entre aciertos y errores hasta que se demuestre un franco dominio de las capacidades. Algo semejante sucede con los llamados maestrantes y aspirantes a doctorado. Salir airosos de sus estudios de posgrado no es ninguna garantía de éxito. Ese nivel solo lo obtendrán hasta que demuestren en la práctica que efectivamente han alcanzado el summun de la perfección, en vías hacia la excelencia. El tener talento para destacar en la ciencia, en la tecnología o en el arte, no lo es todo. Los laureados maestros en esos campos del saber humano han tenido que vivir las tres etapas que aborda espléndidamente Robert Green en su libro “Maestría”, de editorial Océano. Última edición. Se los recomiendo ampliamente.
Por ejemplo, estamos acostumbrados en nuestro medio a llamarle “maestro” a quienes desempeñan un oficio: plomeros, albañiles, carpinteros, pintores de “brocha gorda”, mecánicos, electricistas, yeseros, azulejeros, etc. Y ese calificativo se lo han ganado a pulso cuando nos demuestran con hechos que son unos verdaderos expertos en lo que hacen, díganlo si no lo son las obras de arte que observamos en los retablos de los templos católicos en las que intervinieron carpinteros con muchos años de ejercer ese oficio. También nos quedamos asombrados cuando vemos la perfección en la construcción de toda clase de inmuebles, en la que los trabajadores operativos hacen gala, en la práctica, de los conocimientos adquiridos y aplicados por décadas. Pero la “maestría” adquirida no es obra de la casualidad o por el llamado talento de quien la demuestra, acordarse de la frase que dice: “nadie nace sabiendo”, es producto de todo un proceso de aprendizaje, de un largo comienzo, cuando no se es “nadie”, y luego de las instrucciones en la práctica diaria en la que con toda seguridad existe el acompañamiento y supervisión del que más sabe, del “profesor” o “maestro”. Y ese periodo puede prolongarse generalmente por lo menos hasta una década, etapa en la que se pasa de auxiliar, ayudante o “chalán” al preludio de la maestría, la que se alcanzará en cuanto se hayan adquirido las habilidades y destrezas suficientes para que a un individuo se le catalogue y se le reconozca finalmente como maestro, y es en ese momento cuando este último impondrá su propio estilo, inventará o creará lo que a otros no se les hubiera ocurrido y será tan apto en su campo, en su oficio, que difícilmente encontraremos en el medio alguien igual; tal vez parecido sí, pero no igual.
Cuando se recibe un título universitario y la cédula correspondiente que faculta para ejercer una determinada licenciatura, apenas se ha concluido una etapa de la formación escolar, de aprendizaje más teórico que práctico, lo cual quiere decir que se tendrá que ascender un siguiente escalón, el de la realidad, donde pasarán de siete a 10 años para afianzar un estatus en la sociedad; es obvio que se actuará entre aciertos y errores hasta que se demuestre un franco dominio de las capacidades. Algo semejante sucede con los llamados maestrantes y aspirantes a doctorado. Salir airosos de sus estudios de posgrado no es ninguna garantía de éxito. Ese nivel solo lo obtendrán hasta que demuestren en la práctica que efectivamente han alcanzado el summun de la perfección, en vías hacia la excelencia. El tener talento para destacar en la ciencia, en la tecnología o en el arte, no lo es todo. Los laureados maestros en esos campos del saber humano han tenido que vivir las tres etapas que aborda espléndidamente Robert Green en su libro “Maestría”, de editorial Océano. Última edición. Se los recomiendo ampliamente.
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