El caos en el aeropuerto de la Ciudad de México

 Muy complicado resultó mi reciente viaje a la Ciudad de México cuyo motivo fue el haber acudido a mi cita a consulta médica en un hospital ubicado al sur de la gran urbe. Inicialmente adquirí mi boleto de autobús para salir a las 23:59 horas del martes cuatro de mayo; había escogido un asiento individual en ese medio de transporte público confiado en que ya disponía de las dos dosis de la vacuna Pfizer y porque llevaría doble cubrebocas y careta durante todo el trayecto. En siete horas, aproximadamente, estaría llegando a la terminal más conocida como TAPO. Sin embargo, a mi esposa le preocupó que me fuera en autobús, a tal grado que me vi en la necesidad de cancelar mi boleto y adquirir otro, pero para viajar en avión. Recibí la documentación de la agencia y sin más no di lectura a las condiciones específicas de la compañía aérea para ese vuelo. Admito que fue un grave error de parte mía, porque al día siguiente, al presentarme a ventanilla para documentarme tuve que pagar $1,000.00 más, para que una de las dos maletas no la llevara en la mano, pues resultó que no tenía ese derecho; podría haber abordado con ambas sin erogar esa cantidad, pero en una de ellas cargaba con envases de líquidos que superaban la norma de los 100 mls., lo que significaba que al pasar a revisión me serían “decomisados”. Por eso acepté erogar la susodicha cantidad.

El día de mi regreso a la Ciudad de Oaxaca arribé al aeropuerto internacional “Benito Juárez” a las 8:00 horas, para realizar normalmente el trámite de documentación en ventanilla. Hasta antes de la pandemia estaba acostumbrado a que el tiempo para este último era relativamente rápido, pero ahora la situación cambió radicalmente, pues en medio de una ostensible desorganización por parte del personal de la aerolínea, al tratar de integrarme a una determinada fila, fui detenido por dos empleadas de seguridad que exigían la presentación en celular de un cuestionario de salud; al no exhibirlo me remitieron a un sitio ubicado en los pasillos de la terminal uno donde se localizan dos mesas para ese trámite, una de las empleadas me apoyó con el código QR y el subsecuente llenado del dichoso cuestionario por medio del celular. Hecho lo anterior, volví con este último para, ahora sí, incorporarme a una fila de aproximadamente 50 pasajeros, pero al llegar al mostrador me fue solicitado el pase de abordar y credencial de elector; mostré esta última, pero aquel no, a cambio exhibí el boleto que me había proporcionado la agencia de viajes en Oaxaca; no me fue admitido y tuve que irme a otra fila en donde se me daría el mencionado documento.

Antes de integrarme a la nueva fila me abordó otra empleada, quien me canalizó a una mesa donde están varias computadoras para que escogiera mi asiento según la fila seleccionada, además de tomarle una foto con el celular. Solo pude hacer ese trámite con ayuda de la propia trabajadora. ¡El caos y desesperación! Enseguida, me formé para que se me expidiera el famoso pase de abordar; delante de mí otro medio centenar de pasajeros y el avance era sumamente lento. Ahí valió “sombrilla” la foto que había tomado. No sirvió para nada, en cambio ahí sí me fue requerido mi boleto de agencia, además de la credencial de elector. Los mostré, pero la empleada, con signos evidentes de insuficiente capacitación, principalmente en cuanto al trato al usuario, finalmente me requirió el pago de otros $500.00 por “exceso de equipaje”, pues en las condiciones del vuelo de regreso se especificaba en el boleto que solo tenía derecho para llevar una maleta de mano y no las dos con las que había viajado. Además, me vi obligado a cargar mi equipaje en directo al avión. Total, que con mi pase de abordar en mano ya libré esa pesadilla. Como colofón a tan amarga experiencia resulta contrastante, paradójico y una verdadera burla, que mientras en las enormes filas no hay ningún respeto a la sana distancia y nadie que vigile esa indicación, por el sonido local del aeropuerto se repite hasta el cansancio que se respete esta última, se insiste en el continuo lavado de manos y el uso de cubrebocas, mientras circulan por los pasillos cientos de pasajeros como si estuviéramos en periodo de vacaciones.

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