En zoom desde la biblioteca

 Una de las imágenes que más se han observado a lo largo del periodo pandémico vigente, es el escenario que comúnmente hemos seleccionado quienes interactuamos para intervenir en transmisiones mediante la plataforma zoom; así, casi siempre detrás nuestro aparece un librero de diversas dimensiones y no pocas veces complementado con fotografías, algunas artesanías y toda clase de objetos que adornan el mobiliario. Una vista de esa naturaleza nos induce a pensar, de inicio, que los interactuantes son asiduos lectores de libros y adicionalmente que son poseedores de una vasta cultura. ¿Será verdad? Por lo pronto, me desisto, por lo menos de lo segundo.

Esta entrada al presente artículo me recuerda otro que escribí y fue publicado el 10 de marzo del 2010 con el título: “El destino de los libros”, en el que confesé que mi afición por la lectura me había convertido en un comprador de libros adicto-compulsivo, pero también agregué que, si bien era cierto que hubo ocasiones en que llegué a deleitarme hasta con tres textos en algún momento del día o de la noche, sin embargo, hubo lapsos en los que no mostré el mismo interés, justificando mi proceder por sentirme agotado en el desempeño de mis diarias ocupaciones. A pesar de ello no dejé de seguir adquiriendo libros, lo que motivó que fuera ocupando todos los espacios de mi primer librero y luego de un segundo detrás de mi escritorio, por lo que dicho lugar se convirtió, a decir de mi esposa, en una especie de museo, pues además de los libros comencé por acomodar en los mismos libreros o en otro mobiliario ad hoc, revistas, álbumes de discos, CD´s, casettes con música muy variada, y también fui colocando fotografías panorámicas de eventos académicos, constancias y certificados de diversos estudios, trofeos y medallas obtenidas en eventos deportivos y un número creciente de toda clase de souvenirs, entre ellos mi colección de tazas adquiridas en otras ciudades o destinos turísticos y un sinfín de “chácharas”. Ahora he visto que no soy el único que tiene manías de tipo compulsivo cuando he intervenido en conferencias vía zoom.

De vuelta a mi biblioteca familiar o lo que pomposamente también le llamamos “estudio”, ese ha sido el nicho, no solo del que esto escribe sino también de mis hijos, quienes en algún momento de su formación escolar llegaron a pasar horas enteras ahí para realizar sus tareas escolares. Desde hace poco más de dos décadas ese espacio lo ocupo solo yo, y se ha convertido en mi ambiente de todos los días para el tiempo que le dedico a la lectura o para obtener información por el internet, recibir correos y contestarlos, elaborar diversos documentos, seleccionar fotografías y colocarlas en su respectivo álbum y escuchar algunas melodías según mi estado de ánimo.

Por lo que respecta a los libros que poseo, en aquel artículo que escribí hace más de 10 años me hice varias preguntas, mismas que ahora me sirven para transpolarlas hacia quienes disponen de una biblioteca familiar, o su equivalente aun en su más sencilla expresión, pues me parece motivo de interés saber que existen millones de libros en los hogares mexicanos y que el mayor porcentaje de ellos no estén en uso, y lo que es peor, que nunca nadie los haya leído, o sea que se conserven casi tal cual se adquirieron, incluso todavía envueltos en papel celofán. ¿Cuántos de esos libros serán, por su antigüedad, verdaderas joyas ocultas? ¿Cuántos ya no son vigentes si tratan materias de la gran diversidad de las ciencias? ¿Son tan solo un adorno más en cada hogar? En todo caso, ¿Qué es lo más recomendable que hay que hacer para que tengan un mejor destino?: ¿Los vendemos o los donamos? Si optamos por lo primero nos van a ofrecer una bicoca y si nos vamos por la otra, ¿A quién? ¿Valdrá la pena esto último?, en última instancia ¿Los vamos obsequiando envueltos para regalo? ¿Impulsamos y participamos en la creación de un club de poseedores de libros para intercambio? ¿O no movemos nada y seguimos igual? Se aceptan sugerencias. Por lo pronto, un espacio hasta cierto punto íntimo, ha salido a la “luz” pública como parte de la escenografía escogida para las transmisiones por zoom. Eso nos ha dejado la pandemia.

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