¿Es peor el remedio que la enfermedad?

 Existen momentos en la vida imposibles de olvidar como el que tuve un día de octubre del 2004 en la ciudad de México. Durante la mañana había asistido a mi consulta subsecuente en el servicio de Medicina Interna en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, luego quise aprovechar mi estancia en ese nosocomio para visitar a la esposa de un amigo que tenía varios días de internamiento por complicaciones de una neoplasia. Cuando me fue permitido estar con ella unos minutos me di cuenta del terrible sufrimiento que para entonces la aquejaba, pues además de las molestias propias de su enfermedad eran muy ostensibles los efectos secundarios de la quimioterapia a la que estaba siendo sometida. Poco tiempo después falleció; tenía menos de 60 años de edad.

Años después, observé escenas patéticas muy semejantes en el área de consulta externa del Instituto Nacional de Cancerología, ubicado en la misma alcaldía de Tlalpan; ahí me di cuenta de los efectos que causan en los pacientes diversos tipos de cánceres y la mayoría de ellos acudía al servicio con una gorra o sombrero para ocultar la caída de su cabello, como consecuencia de las sesiones de quimioterapia a las que estaban siendo sometidos. Pero también los pacientes de VIH-Sida, y sobre todo los que recibieron algún tratamiento con los primeros antirretrovirales, han presentado efectos indeseables muy severos al paso de los años. Son trastornos de tipo metabólico.

Los efectos secundarios de los fármacos pueden ser leves y casi imperceptibles, hasta muy graves, e inclusive pueden causar la muerte como consecuencia de un shock anafiláctico severo. En este caso, factores inherentes al paciente, como ser alérgico a determinado medicamento, pueden ser fatales. En la impresionante farmacopea actual no falta un apartado en el que se especifican los efectos secundarios primarios de un medicamento y aquellos que son consecuencia por su interacción con otros fármacos, sean que potencien el efecto esperado de aquellos, que actúen como antagonistas y con ello se minimice su poder curativo o que la combinación de ambos resulte más dañino para el paciente.

Existen medicamentos que aparentemente no pueden ser nocivos, como la aspirina, pero esta puede llegar a causar un accidente cerebrovascular debido al estallido de un vaso sanguíneo o sangrado gastrointestinal. Los efectos indeseables pueden observarse en cualquiera de los aparatos y sistemas del cuerpo humano, tanto en los órganos internos como en la piel y sus anexos. Por ese motivo los médicos tienen la obligación de ofrecerles a sus pacientes suficiente información acerca de los efectos esperados de los medicamentos que recetan y también de aquellos considerados como secundarios, adversos o colaterales, advirtiéndoles si son pasajeros o son recurrentes, dándoles a conocer algunas recomendaciones para mitigar las molestias. Los médicos y pacientes pueden reportar efectos dañinos sospechosos no considerados entre los esperados al correo:

farmacovigilancia@cofepris.gob.mx y al que proporcione la empresa farmacéutica que produzca el medicamento causante; esta acción permitirá que se tomen decisiones tendientes a garantizar una revisión del producto en vías de una mejoría del mismo.

Aunque la información al paciente sobre los efectos indeseables le corresponde a su médico, si este no se la proporciona no está mal que si tiene acceso al internet acuda en busca de información que lo oriente y le permita comprender mejor la manera cómo actúa el medicamento en su organismo y en caso necesario o de duda solicitar el apoyo del médico. Es importante destacar que no hay fármaco alguno que sea totalmente inocuo, es decir, que no cause algún tipo de daño o efecto indeseable en el organismo humano. Lo trascendente es que, colocados en una balanza el fiel de la misma nos demuestre que tienen más peso los efectos positivos en bien del paciente. Al respecto, se atribuye a Hipócrates, considerado como el padre de la medicina, la famosa frase “Primum non nocere”, la cual se traduce como “Primero no hacer daño” y en eso finca el médico su intervención. Así es que mucho cuidado.

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