La medicina en el siglo XIX
Fui profesor de Historia y Filosofía de la Medicina, Administración Médica y Salud Pública en la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad Regional del Sureste. Las dos primeras materias desaparecieron del plan de estudios de este último y en su lugar se incorporaron otras que fueron ampliamente discutidas hasta su aprobación y autorización por el Consejo Directivo de la universidad y luego por las dependencias del sector público de la educación a nivel federal.
La primera de ellas tuvo como objetivo que el estudiante de primer año de la licenciatura de medicina, conociera la extraordinaria evolución de esta ciencia y arte a lo largo de la historia de la humanidad, con especial énfasis a partir de las civilizaciones primigenias en el continente asiático, en la antigua Grecia, en tiempos del imperio romano y luego en Europa, en donde fueron extraordinarios personajes Hipócrates y Galeno que influyeron con sus conocimientos y sabiduría en decenas de generaciones de incipientes médicos, y posteriormente el impresionante periodo del Renacimiento hasta la aparición en escena, entre los siglos XVII, XVIII y XIX, de las grandes figuras que establecieron los cimientos de varias de las ciencias médicas como la microbiología y la bacteriología, la inmunología, la epidemiología y la anatomía patológica, pero también de los avances de la cirugía y de la tecnología en apoyo al diagnóstico y tratamiento. No faltó en el extenso capitulado de esta materia el desarrollo de la medicina en Mesoamérica y particularmente en nuestro país. Finalmente, se abordaba la evolución de la medicina moderna desde los inicios del siglo XX hasta nuestros días. Esta materia en su momento se consideró como básica para la formación de los futuros médicos, pues la idea fue que sirviera para que estos comprendieran la importancia de la profesión y el fundamento histórico del impresionante arsenal de conocimientos médicos acumulados, fortalecidos y consolidados hasta nuestros días. Sobre la historia de la medicina existe una vasta literatura, pero particularmente me sirvió de mucho la 4ª edición de “Crónica de la Medicina” del 2008; además, el texto de mi extinto Maestro, el ilustre Doctor Manuel Barquín Calderón, “Historia de la Medicina”, profesor de la materia en la Facultad de Medicina de la UNAM.
Todo lo dicho viene a propósito de mi reciente lectura del excelente artículo “De epidemias y panteones”, publicado en la magnífica revista “Historias y relatos de México”, y en donde las autoras hacen un recordatorio acerca de la manera como enfrentaban los brotes del temido Cólera los médicos de nuestro país a mediados del siglo XIX, cuando aún no se sabía que una bacteria, el Vibrión cholerae, era la causante de esa enfermedad (John Snow, médico británico y padre de la Epidemiología se haría famoso por sus trabajos de investigación sobre esta enfermedad en 1854, aunque se atribuye al médico italiano Filippo Pacini y al famoso médico alemán Roberto Koch, haber descubierto a la bacteria causante en ese mismo año). Destaco del artículo que el tratamiento que se ministraba entonces incluía el de veinte granos de alguna bebida ligeramente opiada con dos cucharaditas de extracto de menta (yerbabuena) o de aguardiente, repetido cada tres o cuatro horas; el empleo también de cinco o seis gotas de láudano, que se comieran pocas legumbres y pocas frutas, aunque estuvieran cocidas y que la intemperancia era causa muy peligrosa de los ataques de cólera, que era bueno fajarse el vientre con franela y el uso, con mucha precaución, y en pequeñísima dosis, de los purgativos que empleaban los ingleses en su higiene, así como las sales de Glauber, de Epson y los polvos de Sedlitz; sobre todo del sen, de la coloquíntida y del alóe. A pesar de todos esos remedios los pacientes terminaban muriéndose en cuestión de horas y los cementerios recibían todos los días decenas de cadáveres de familias enteras.
La primera de ellas tuvo como objetivo que el estudiante de primer año de la licenciatura de medicina, conociera la extraordinaria evolución de esta ciencia y arte a lo largo de la historia de la humanidad, con especial énfasis a partir de las civilizaciones primigenias en el continente asiático, en la antigua Grecia, en tiempos del imperio romano y luego en Europa, en donde fueron extraordinarios personajes Hipócrates y Galeno que influyeron con sus conocimientos y sabiduría en decenas de generaciones de incipientes médicos, y posteriormente el impresionante periodo del Renacimiento hasta la aparición en escena, entre los siglos XVII, XVIII y XIX, de las grandes figuras que establecieron los cimientos de varias de las ciencias médicas como la microbiología y la bacteriología, la inmunología, la epidemiología y la anatomía patológica, pero también de los avances de la cirugía y de la tecnología en apoyo al diagnóstico y tratamiento. No faltó en el extenso capitulado de esta materia el desarrollo de la medicina en Mesoamérica y particularmente en nuestro país. Finalmente, se abordaba la evolución de la medicina moderna desde los inicios del siglo XX hasta nuestros días. Esta materia en su momento se consideró como básica para la formación de los futuros médicos, pues la idea fue que sirviera para que estos comprendieran la importancia de la profesión y el fundamento histórico del impresionante arsenal de conocimientos médicos acumulados, fortalecidos y consolidados hasta nuestros días. Sobre la historia de la medicina existe una vasta literatura, pero particularmente me sirvió de mucho la 4ª edición de “Crónica de la Medicina” del 2008; además, el texto de mi extinto Maestro, el ilustre Doctor Manuel Barquín Calderón, “Historia de la Medicina”, profesor de la materia en la Facultad de Medicina de la UNAM.
Todo lo dicho viene a propósito de mi reciente lectura del excelente artículo “De epidemias y panteones”, publicado en la magnífica revista “Historias y relatos de México”, y en donde las autoras hacen un recordatorio acerca de la manera como enfrentaban los brotes del temido Cólera los médicos de nuestro país a mediados del siglo XIX, cuando aún no se sabía que una bacteria, el Vibrión cholerae, era la causante de esa enfermedad (John Snow, médico británico y padre de la Epidemiología se haría famoso por sus trabajos de investigación sobre esta enfermedad en 1854, aunque se atribuye al médico italiano Filippo Pacini y al famoso médico alemán Roberto Koch, haber descubierto a la bacteria causante en ese mismo año). Destaco del artículo que el tratamiento que se ministraba entonces incluía el de veinte granos de alguna bebida ligeramente opiada con dos cucharaditas de extracto de menta (yerbabuena) o de aguardiente, repetido cada tres o cuatro horas; el empleo también de cinco o seis gotas de láudano, que se comieran pocas legumbres y pocas frutas, aunque estuvieran cocidas y que la intemperancia era causa muy peligrosa de los ataques de cólera, que era bueno fajarse el vientre con franela y el uso, con mucha precaución, y en pequeñísima dosis, de los purgativos que empleaban los ingleses en su higiene, así como las sales de Glauber, de Epson y los polvos de Sedlitz; sobre todo del sen, de la coloquíntida y del alóe. A pesar de todos esos remedios los pacientes terminaban muriéndose en cuestión de horas y los cementerios recibían todos los días decenas de cadáveres de familias enteras.
Hoy el Cólera se trata con antibióticos y está bajo control, pero hace poco más de siglo y medio que los médicos sufrían por el fracaso de su terapéutica, cuando su arsenal incluía principalmente sangrías, ventosas, sanguijuelas, vomitivos o purgas.
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