¿Solo un tranquilizador social?

 En 1982 autoridades municipales de San Jerónimo Tecóatl, localidad cercana a Huautla de Jiménez en la región mazateca, se entrevistaron con el Licenciado Pedro Vásquez Colmenares en sus oficinas del Palacio de Gobierno en la ciudad de Oaxaca de Juárez. Reclamaban la carencia de un pasante de medicina, pues el que recién había concluido su servicio social de un año en esa comunidad al momento de la visita no había sido sustituido; era verdad. Enseguida, el jefe del poder ejecutivo estatal solicitó la intervención del Dr. Raúl Carrillo Silva para solucionar cuanto antes ese problema. El Dr. Carrillo era entonces el jefe de los Servicios Coordinados de Salud Pública en la entidad, quien enseguida me mandó llamar para abordar el asunto. Me pidió que le presentara una síntesis de la productividad del último pasante de medicina y mi opinión al respecto. En realidad este último estuvo subutilizado, pues sus promedios de atención en todos los rubros evaluables fueron sumamente bajos, de tal manera que concluí que ese municipio no ameritaba la presencia de otro pasante. Lo que me dijo fue una excelente lección que resumía conocimiento y experiencia. Viéndome fijamente y de manera pausada me comentó que la figura del pasante resultaba ser la de un “mero tranquilizador social” para ese municipio, lo que se evidenciaba al revisar la productividad del último mes de estancia: casi nada de actividad a pesar de que el médico no faltaba a su servicio toda la semana, acudía puntualmente y permanecía de manera estoica en su consultorio; ni un parto y ninguna urgencia atendidos en ese periodo, pero eso fue casi la constante los 365 días del año.

Cuando el pasante cumplió con su último día de estancia se presentó a despedirse de las autoridades y a recoger su constancia firmada y sellada, y se retiró para no volver jamás. Los días siguientes no pasó nada, solo se presentaba a “laborar” la enfermera de base. Entonces la comunidad se sintió como “desamparada” pues no estaba su médico en la unidad a pesar de que casi no acudieran a consulta con él ni por ningún otro tipo de atención. Los partos siguieron siendo atendidos como siempre, por las parteras tradicionales de la región y los curanderos, hueseros y sobadores eran más visitados que el formado en una facultad de medicina de determinada universidad pública o privada, del estado, de la Ciudad de México o de alguna otra universidad del país. A pesar de ello, la ciudadanía sintió que les faltaba su médico, el joven vestido con su bata blanca que está dispuesto a atenderlos, sea de día o de noche, en el propio centro de salud o en el domicilio del paciente aunque viva en una ranchería alejada. Pasados por lo menos 15 días de espera entonces sintieron la necesidad “urgente” de pedir, y si era necesario “exigir” la presencia de otro médico. No recuerdo el tiempo que se llevó cumplir con sus nobles deseos pero llegó otro profesional de la medicina a cumplir con su servicio social. Y la comunidad se tranquilizó; todo volvió a la normalidad.

Desde entonces pensé que el desempeño de los pasantes de medicina no debería sujetarse a brindar casi exclusivamente atención asistencial. Su presencia tendría que ser más productiva, de impacto, de mayor trascendencia, porque la promoción, el fomento y la educación para la salud, son una triada de la llamaba medicina preventiva, significan, ni más ni menos la piedra angular de la atención primaria de la salud, impulsada desde aquella lejana Declaración en la Reunión Internacional de Alma Ata, en la extinta URSS en 1978. Dedicarse a las actividades señaladas significa desarrollar un buen esfuerzo todos los días, en compañía de la enfermera y otros trabajadores de la salud, para motivar e incentivar a la comunidad en el objetivo de aprender y mantener de por vida hábitos saludables que permitan una mayor esperanza de vida al prevenir enfermedades transmisibles y las crónicas y degenerativas. Además, la consulta no solo del niño sino de toda la comunidad aparentemente sana, desde el nacimiento hasta la vejez, es el punto de partida de una colosal obra social. Y ello incrementa la productividad. Salud Pública de México editó en 1983 un artículo que escribí sobre el tema.

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