Se pierde el valor de la vida
En este momento en los hospitales de todo el mundo, médicos, paramédicos y personal administrativo se enfrenta segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora, de cada día en un extraordinario esfuerzo coordinado en labor de equipo para atender a millones de individuos de todos los grupos de edad, hombres y mujeres, en los servicios de urgencias, salas de encamados, quirófanos, salas de terapia intermedia y en las unidades de cuidados intensivos; no se trata de una lucha contra la muerte porque no hay nada que hacer cuando ésta es inexorable, el objetivo es ofrecer lo mejor de la ciencia médica para lograr que los pacientes en sus manos egresen vivos, en las mejores condiciones para reincorporarse a sus actividades normales en familia, en el trabajo, en la sociedad, con calidad de vida dentro de lo posible. Y ese impresionante esfuerzo sucede cuando el mencionado equipo humano dispone de instalaciones y equipamiento de la más alta tecnología o al contrario, sus recursos son muy limitados y sin embargo es tanta su pasión en el desempeño de sus funciones que también obtienen excelentes resultados. El caso es que ese mundo donde prevalece el sufrimiento está tan distante de lo que ocurre en el ambiente externo a los nosocomios, donde la humanidad transita, sin imaginarse ni preocuparse de lo que ocurre en el interior de estos últimos. Solo quien ha vivido la experiencia de permanecer en un hospital en calidad de paciente puede aquilatar en toda su dimensión el encomiable esfuerzo de los trabajadores de la salud.
El contraste sucede fuera, en las calles, en los andurriales de los suburbios proletarios, pero también en los barrios residenciales, en el interior de los templos donde se practica alguna religión, en los pasillos y aulas de centros escolares, en los grandes centros comerciales, dentro de transportes de pasajeros llámense combis, mototaxis, autobuses, o en sitios apartados de las ciudades, sean caminos de terracería o parques nacionales, y en frecuentes ocasiones en plena calle y en los propios hogares En todos esos sitios cada segundo, cada minuto, cada hora y cada día de los 365 del año, con sangre fría, salvaje, sin misericordia, sin piedad alguna, se le quita la vida a millones de seres humanos sin importar las consecuencias y repercusiones que sufren las desgraciadas familias afectadas, la sociedad misma y el país entero. Miles de las víctimas son objeto de la más cruel y terrible tortura, se les entamba y sus cuerpos son sometidos a una total destrucción al emplear líquidos disolventes de los huesos y tejidos, en otros casos se les cercena, sus cuerpos se descuartizan y se introducen en bolsas de plástico; sábanas o cobijas son su mortaja; algunos más son expuestos de manera espeluznante colgando de puentes peatonales, o se les incinera, o son sepultados casi a ras del suelo en lotes baldíos, en propiedades urbanas o en fosas clandestinas, para desaparecerlos. Se tiene la idea de que los asesinatos los llevan a cabo los integrantes de cárteles dedicados a todo tipo de delitos, pero también son cometidos por algún miembro de la familia, por individuos trastornados que atacan de manera serial, por individuos en solitario bajo los efectos de alguna droga adictiva o de bebidas embriagantes; otros crímenes más son cometidos por personajes que obran llevados por sus creencias religiosas fundamentalistas, convirtiéndose en modernos kamikazes para realizar actos de terrorismo en donde ellos mismos pierden la vida hechos pedazos, al tiempo que privan de la existencia a todos aquellos inocentes que lamentablemente coincidieron en el sitio escogido por el multiasesino.Esa es la nefasta realidad humana. Mientras los trabajadores de la salud batallan arduamente por salvar vidas, otros, solos o en “manada”, le cortan el hilo de la vida a sus semejantes, lo malo es que la situación ha empeorado, como acontece en nuestro país, de norte a sur, donde día con día los noticieros dan cuenta de los más horrendos crímenes que se cometen y del hallazgo de nuevas fosas clandestinas. Se ha perdido el valor de la vida humana. ¿Cómo modificar este bárbaro comportamiento para presumir que somos un país civilizado? Sí se puede.
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