Noche de terror en una sala Covid
En mis artículos publicados en esta columna los días 05 y 16 de enero del 2022, me referí con cierta amplitud a la tremenda experiencia que viví al haberme contagiado de COVID 19 la noche del 31 de diciembre del 2021, en un festejo familiar donde convivimos de cerca 17 personas. Cuando se confirmó el diagnóstico clínico mediante estudios de laboratorio y de imagenología la mañana del cuatro de enero del 2022, los especialistas de la Clínica Hospital San José ya habían avanzado en mi atención, la cual se inició alrededor de las tres horas de ese día. Gracias a su oportuna intervención se estabilizó el cuadro clínico, dándome la oportunidad de continuar mi tratamiento en la sala para pacientes de COVID 19 del Hospital Regional Presidente Juárez del ISSSTE en esta ciudad. Lo que narré en aquellos artículos antes mencionados resultan para mí un amargo recuerdo pero a la vez vuelvo a dar gracias a Dios y a los trabajadores de la salud que me atendieron diligentemente y cuyos nombres hice constar en el primero de mis artículos sobre el tema, el cual titulé: “¡Irresponsable!” (Ese fui yo y lo aclaré en el texto). Mi esposa y yo habíamos recibido dos dosis de la vacuna Pfizer y luego una dosis de refuerzo de AstraZéneca. Nos sentíamos casi inmunes ante la posibilidad de un posible contagio de COVID 19 y esa fue mi perdición, pero también referí las condiciones que provocaron que mi sistema inmunológico no pudiera defenderse y lo asombroso: que al coronavirus SARS-CoV-2 no le hicieran mella los antecedentes de vacunación. Si fui dado de alta del servicio seis días después fue porque la Infectóloga que llevó mi caso consideró prudente que no siguiera expuesto en un servicio sumamente contaminado, así es que decidió que continuara mi tratamiento en casa una semana más.
En ninguno de mis artículos antes señalados consideré prudente no hacer mención de la terrible experiencia que viví la noche previa a mi alta del servicio, en parte porque moralmente estaba obligado a no expresar una opinión cuyo contenido involucrara al entonces director interino del nosocomio, quien resultó haber sido mi alumno cuando estudió medicina, ni tampoco a quien haya provocado, con su imprudencia lo que podría haber terminado en una tragedia.Resulta que cuando iba a ocurrir el cambio de turno del personal de enfermería, un elemento de esa digna profesión se dirigió a la cama del paciente que se encontraba inerme frente a la mía; éste, estaba intubado y lo habían colocado boca abajo, con ambas manos atadas a los barrotes de su cama. Tenía colocado a un lado un monitor destinado al control de sus signos vitales. La enfermera procedió a succionar las secreciones acumuladas y hubo un momento en que pareció que el paciente había quedado tranquilo, pero de repente comenzó a moverse de manera desesperada tratando de voltearse y de quitarse sus ataduras; otra enfermera con más experiencia permitió estabilizar al paciente a la vez que le reclamó verbalmente el erróneo procedimiento. El caso es que volvió la tranquilidad y el personal abandonó la sala para el cambio de turno. Para esto yo era el único de cinco que no estaba intubado y podía darme cuenta de todos los movimientos de los trabajadores. De pronto se hizo un silencio casi total, porque lo único que se escuchaba era el sonido de los monitores de los enfermos. Silencio que terminó cuando el paciente que comento volvió a moverse, pero esta vez con mayor energía al punto que parecía que en cualquier momento podría desatarse y causarse un grave daño al estar intubado. Entonces entré en pánico. No podía moverme porque estaba sujeto a mi monitor y al tripié con la venoclisis. Hice varios intentos por llamar la atención, a gritos y golpeando con algún objeto la mesita de mi cama. Todo fue inútil. Transcurrió aproximadamente una hora y nadie se aparecía y yo al borde del infarto por estar al tanto de la espantosa escena. Por fin, como a las 23:00 horas de esa infausta noche las voces del personal que cubriría el turno se hicieron cada vez más patentes hasta que entraron a la sala y lograron controlar a un paciente que bien pudiera haber fallecido por imprudencia administrativa. Jamás se me olvidará la terrible noche de ese día difícil.
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