Mi examen profesional hace 50 años. 1a parte

 Era el primer trimestre del año de 1973 y llevaba casi ocho meses de cumplir con mi servicio social profesional en el centro de salud rural de San Pedro Apóstol, municipio del distrito de Ocotlán, Oaxaca. Me preocupaba que algunos de mis condiscípulos ya tenían fecha para presentar su examen profesional, razón que me llevó a tomar la decisión de trasladarme a la Facultad de Medicina de mi casa de estudios, la UNAM, en la Ciudad de México. Cuando retorné a mi centro de salud ya había conseguido quedar registrado en el libro de Exámenes Profesionales con fecha 23 de agosto; además conseguí los libros que contenían los 26 temas que supuestamente servían de guía para enfrentar dicho examen, y aunque tenía cierta seguridad de que lo pasaría basado en mi promedio escolar de 8.82 y de que nunca reprobé una sola materia del plan de estudios, de cualquier manera no dudé de dar un sólido repaso a todos los temas en los meses que faltaban para ese magno acto del fin de mi licenciatura. Recuerdo los nombres de los insignes médicos que fueron coautores de los temas para el examen: Joel Ruiloba, Juan Báez Villaseñor, José Luis Bravo, Manuel Campuzano, Gerardo de Esesarte, Jorge Espino Vela, R. Hernández de la Portilla, Horacio Jinich, David Martínez, Mauricio Martínez León, Jorge Ocaranza M., Adolfo Pardo Gilbert, Rafael Rodríguez y Javier Soberón Acevedo.

Los meses se fueron en un instante y llegó el gran día. A las 8 en punto de la mañana de aquel 23 de agosto, una semana después de haber concluido mi servicio social, las puertas del salón de exámenes profesionales de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, se abrieron para permitir la entrada de 30 personas que minutos antes habían arribado a la terraza del sexto piso, el último del inmueble, desde donde podían distinguirse las áreas verdes aledañas y a los lados los edificios de otras Facultades vecinas; más allá, a lo lejos, la Biblioteca, la Torre de Rectoría y el colosal estadio donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1968.

Algunos de los que penetraron a dicho recinto habían llegado acompañados de sus familiares, de la novia o de alguna otra amistad; otros se abstuvieron, como lo hice yo, de invitar a alguien en particular, ni a mis padres y hermanos. Todas las personas ajenas al acto tuvieron que esperar fuera del salón. Dentro, recibimos indicaciones de ocupar una silla de las cuatro que rodeaban a cada una de las 30 mesas ubicadas estratégicamente. A la indicación de ponernos de pie, al mismo tiempo por los pasillos laterales se incorporaron 90 integrantes de la llamada Comisión de Profesores, todos vestidos elegantemente con toga y birrete; la mayoría rebasaba los 50 años de edad. De pie, se instalaron en ambos pasillos un número semejante de ellos y el resto tomó asiento en una mesa de honor; en medio de estos últimos ocupó su lugar el Dr. Luís Castillo Azcárate, jefe del Departamento de Exámenes Profesionales de la Facultad, también vestido de toga y birrete. Impresionante ceremonia que nunca olvidaré.

Enseguida, el Dr. Castillo dirigió unas palabras de bienvenida y sin más explicó la mecánica a seguir para iniciar a la brevedad el examen profesional a los estudiantes de la carrera de Medicina que habíamos cumplido satisfactoriamente todos los créditos curriculares, el internado hospitalario de pregrado y el servicio social de un año. Luego, uno a uno fuimos llamados a pasar a la mesa de honor para que el presidente de la misma diera de vueltas a una esfera, como las de la Lotería Nacional, encontrándose en su interior 26 pelotitas, que representaban los 26 temas del examen profesional. Cuando terminamos de pasar los 30 a examinar, únicamente se quedó en la mesa de honor el Dr. Azcárate y un auxiliar, los demás procedieron a ocupar sus respectivas mesas en su calidad de sinodales, como lo hicieron los que se habían quedado de pie en los pasillos. Me tocó el tema de Hipertensión Arterial; con papelito en mano retorné a la mesa donde me esperaban mis tres sinodales, los Dres. José Manuel Rivero Carvallo, Fernando Rébora Gutiérrez y Senén E. González Corona. La misma escena se repitió en todas las mesas. Era un silencio sepulcral en el enorme recinto…

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