La mochila y sus efectos en la salud

En un artículo publicado en mi columna semanal de esta mi casa editorial hace algunos años, abordé el tema del uso de la mochila, el que a la vez es un complemento del vestuario habitual de nuestra población, principalmente en el área urbana. Lo traigo nuevamente a colación porque en mi reciente visita a la capital de nuestro país volví a observar su uso generalizado por hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos, e incluso en personas mayores de edad. Lo vi en las calles aledañas al hotel donde acostumbro hospedarme en el centro histórico, en mi paso obligado por la Alameda central, en el interior de los andenes y vagones del Metro, pues abordé este tipo de transporte colectivo para mi traslado desde la estación Bellas Artes hasta la terminal de la línea 2 en Tasqueña, y luego en los andenes y vagones del denominado “tren ligero” que parte precisamente de la referida terminal y avanza en su ruta hasta su terminal en Xochimilco, aunque yo me bajo en la estación de Huipulco que se localiza en la alcaldía de Tlalpan, donde se encuentran todos los Institutos Nacionales de Salud y algunos de los principales nosocomios de la iniciativa privada.

En otros tiempos hubiera caminado desde esa estación Huipulco hasta el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán cuando fui paciente del servicio de Medicina Interna por varios años, pero ahora mejor decidí utilizar un taxi para llegar ahí, donde me han practicado una batería de estudios de laboratorio. También en ese ínterin del viaje seguí viendo la continua escena acerca del uso de las mochilas.

Como todo mundo sabe, estas últimas las hay de diversos tamaños y diseños; la industria que las produce lo hace con una gran variedad de modelos, colores y figuras. ¿Pero qué tiene que ver esto con la Salud Pública? Pues resulta que en el caso de los escolares de educación básica no todos disponen de un “diablito” o de una pequeña carriola que sirva de apoyo para soportar la pesada mochila en la que los niños llevan infinidad de útiles escolares, libros de texto, ahora hasta una tablet o de plano una laptop, además de ropa deportiva, tenis para la práctica de deportes y el infaltable “lonche”. El excesivo peso resulta ser inapropiado para la estatura y edad de los pequeños, situación que ocasionará serias repercusiones en su crecimiento y en particular en su columna vertebral.

Por otra parte, en el caso de los jóvenes, adultos y personas de mayor edad las mochilas que cargan en su espalda se convierten en un estorbo cuando se trasladan en vehículos del transporte colectivo como el Metro, tren ligero, metrobús o en autobuses de las líneas concesionadas; ello condiciona un continuo roce con otros pasajeros, principalmente en las llamadas “horas pico” y continuamente en cada estación dificulta la entrada o salida del pasaje. Ha habido ocasiones en que alguna mochila se queda atorada en la puerta al cerrarse automáticamente, lo que no permite que esta última se pueda cerrar, con lo que dicha eventualidad es causante, sobre todo en los niños y sus padres, de críticos momentos de alta tensión o estrés. Y esto es todos los días. El problema se incrementa cuando además de la mochila los usuarios llevan consigo toda clase de bienes o trebejos como cajas de cartón, paquetes con diversos productos perecederos, equipaje, maletas, y bolsas de mano en el caso de las damas< la situación se complica con la continua presencia de toda clase de vendedores de una gran diversidad de artículos, los que transitan de vagón en vagón, por eso les llaman “vagoneros”; se suman a los anteriores cantantes, toda clase de personajes excéntricos, limosneros, religiosos que difunden su credo con micrófono en mano, declamadores, vendedores de CD con música a todo volumen, todo lo cual incomoda a los usuarios. Aunque estos ya están acostumbrados a su diaria presencia. Para concluir, las mochilas llegaron para quedarse y seguirán siendo causa de una problemática social que contribuye a mantener e incrementar situaciones que afectan la salud mental individual y colectiva, de manera preponderante en urbes como la enorme zona metropolitana del Valle de México. ¿Existe otra alternativa de solución?

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