El COVID-19 (SARS-CoV-2) y sus efectos colaterales
El contacto de los microorganismos (virus, bacterias y rickettsias, hasta ahora los más conocidos) con los seres vivientes que integran el reino animal en nuestro planeta, data desde los tiempos primigenios, es decir desde hace miles de millones de años y dada su capacidad de mutación continuará aún después de que nuestra especie desaparezca. Es de suponer que la relación de los seres microscópicos con todas las especies animales ocurrió primeramente en el continente africano y de ahí se extendió a toda la Tierra. Es muy probable que África siga siendo reservorio de virus que aún desconocemos, los que podrían ser causantes de próximas pandemias.
La evolución histórica del SARS-CoV-2, es harto conocida en todo el mundo a partir de que se supo de su existencia a fines del 2018, siendo denominado por la Organización Mundial de la Salud como COVID-19 en el primer trimestre del año siguiente; también se sabe que la pandemia se extendió de manera acelerada desde la ciudad de Wuhan, perteneciente a la República Popular China y en un tiempo record millones de seres humanos se vieron afectados en todos los países que son miembros de la propia OMS. La grave emergencia sanitaria fue causante de la muerte de individuos de casi todas las edades, pero sobre todo de los que forman parte de la población reproductiva y productiva; además, afectó a quienes no tuvieron la oportunidad ni la necesidad de ser atendidos en un hospital. También en un tiempo increíblemente rápido los países más desarrollados impulsaron a los laboratorios para elaborar vacunas que pudieron contribuir a la detención de la pandemia y su control hasta la fecha, pero esos biológicos que fueron autorizados o aprobados por la OMS no demostraron una garantía de efectividad como sucede con otras vacunas ampliamente probadas en todo el mundo, de tal suerte que hasta ahora existe la idea de que no son productos casi 100% dignos de toda confianza. En ese sentido, los laboratorios que más produjeron millones de dosis han sido Pfizer, Johnson & Johnson y Astra-Zéneca (cuya producción se detuvo en el 2024 por efectos adversos). Otras vacunas que también se han aplicado, sobre todo en los países de menor grado de desarrollo no recibieron el visto bueno de la OMS como las fabricadas en Rusia, Cuba y otras naciones; en México se intentó producir un biológico al que se llamaría “Patria”, pero hasta la fecha no se tiene idea oficial sobre el destino de esa posible producción.
No pasó mucho tiempo sin que la ciencia médica mostrara su preocupación por los efectos colaterales, secundarios o adversos del COVID-19 e inclusive de las mismas vacunas. En México la Editorial Médica Panamericana publicó un libro producido y avalado por las Academias Nacional de Medicina y de Cirugía, por el Instituto Mexicano del Seguro Social y por la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México; su título es: “Síndrome Post-COVID19”, en el que médicos de amplio prestigio de todas las especialidades intervienen con sendas aportaciones en las que reseñan con detalle las reacciones post-COVID observadas en sus pacientes. Con ello quedó demostrado que no hubo ningún órgano, aparato ni sistema que no fuera atacado por el virus de la pandemia; dicha publicación salió a la luz pública en su primera edición en enero de 2023, de entonces hasta este momento en revistas médicas indexadas que gozan de prestigio internacional han publicado un significativo volumen de artículos sobre el particular. Destacan los datos de los pacientes fallecidos que fueron afectados en su sistema cardiovascular y en el sistema nervioso central.
Tengo la impresión de que si bien es cierto que la pandemia ya se controló, aunque sigue registrándose miles de casos nuevos en el mundo, sin embargo prevalecen los efectos colaterales provocados por el propio virus o por las vacunas; en el caso de estas últimas las trombosis obligaron a los laboratorios de Astra-Zéneca a parar su producción. Es indispensable que la ciencia médica aporte información relativa a la prevalencia del virus o de sus componentes proteínicos en quienes se dicen afectados a varios años de distancia de haber sufrido el ataque viral.
Sabemos que hay virus como los de la Poliomielitis, Viruela y el Sarampión que han sido eliminados o gozan de control por la aplicación de biológicos de probada efectividad, ya que estos han contribuido a que nuestro sistema inmunológico los reconozca y evite su reproducción; pero hay otros virus que hasta la fecha no ha sido posible vencerlos con una vacuna, y permanecen en el organismo humano de por vida; en algunos casos sin causarnos daños de gravedad, pero en otros su evolución lleva incluso hasta la muerte. Ejemplos de esos virus son los del Herpes (labialis, genitalis y zoster), el virus de la Inmuno Deficiencia Humana (VIH), el virus del Papiloma humano y el virus de la Hepatitis (aunque el VPH y el de la Hepatitis B si se dispone de vacuna para su prevención). En el caso de virus de la Hepatitis A, C y el propio B pueden reproducirse en el hígado hasta llevarlo a la cirrosis e incluso al cáncer y muerte de la persona afectada. De ahí que no es extraño que también el COVID-19 pueda permanecer de por vida en el humano, con la lamentable situación de que no conocemos hasta dónde puede llegar la gravedad del daño al paso del tiempo. Sin duda es un microorganismo que seguirá dando de qué hablar y seguirá manteniendo sufrimiento en los portadores y en sus familias, pero además es muy importante que todos los médicos generales y especialistas tengan el conocimiento de la existencia de los efectos colaterales, secundarios o adversos para que emitan un diagnóstico más preciso de aquellos pacientes de difícil manejo en su práctica diaria.
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